«DISCERNIR NUESTRO TIEMPO»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 13° domingo durante el año
[1 de julio de 2018]
En esta época no dudamos en afirmar
que somos protagonistas de profundas transformaciones de todo tipo. A veces nos
quedamos perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, bio-genético,
informático... todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales
para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión
social. Lamentablemente a veces el pragmatismo lleva a priorizar de hecho el «hacer sin pensar». No es raro que a veces se
resuelvan y ejecuten cosas sin prever suficientemente las consecuencias.
Priorizamos en nuestras opciones aspectos válidos como la informática, el
inglés o el mundo global en la educación, cuando hay miles de niños que están sumergidos
en la desnutrición y son incapaces para acceder a un aprendizaje normal o bien
no tienen útiles escolares básicos. Y tampoco evaluamos suficientemente los
contenidos y valores educativos que los capacitarán como personas. De hecho,
priorizamos una especie de «zapping informático» y no nos planteamos el
sentido de las cosas. Es cierto que, sumergidos en la rapidez de los cambios,
si vivimos solo pragmáticamente, corremos el riesgo de deshumanizarnos y
generar una crisis fomentando la degradación de la sociedad y la cultura.
Muchas veces, los cristianos nos
cuestionamos cuál puede ser nuestro aporte en esta época. Desde ya que solo
podemos servir, ahondando y formándonos en la fe en la que creemos y desde ahí
tener una real apertura y diálogo con nuestro tiempo. Quizá haya dos palabras
claves que debemos tener en cuenta que son: «identidad» y «diálogo». Creo oportuno recordar un texto que
hemos publicado los obispos argentinos en el año jubilar denominado: «Jesucristo, Señor de la
Historia». En el mismo hay una
referencia explícita a la necesidad de afirmar nuestra identidad en una época
de cambios: «El comienzo del siglo
encuentra a la humanidad en un momento muy significativo. Algunas décadas atrás
la Iglesia hablaba del amanecer de una época de la historia humana
caracterizada sobre todo, por profundas transformaciones. Pero ese amanecer no
ha concluido. Más aún, aquellas situaciones nuevas se han vuelto más complejas
todavía. Por eso podemos percibir qué es lo que termina, pero no descubrimos
con la misma claridad aquello que está comenzando. Frente a esta novedad se
entrecruzan la perplejidad y fascinación, la desorientación y el deseo de
futuro. En este contexto se plantea, a veces de un modo oculto y desordenado,
preguntas urgentes: ¿Quién soy en realidad? ¿Cuál es nuestro origen y cuál
nuestro destino? ¿qué sentido tiene el esfuerzo y el trabajo, el dolor y el
pecado, el mal y la muerte? Tenemos necesidad de volver sobre estos
interrogantes fundamentales. En una época de profundas transformaciones, la
cuestión de la identidad aparece como uno de los grandes desafíos. Y esta
problemática afecta de modo decisivo al crecimiento, a la maduración y a la
felicidad de todos. En este marco, queremos anunciar lo que creemos, porque el
Evangelio es una luz para planteos que nos inquietan» (3).
En el centro de nuestra identidad como
cristianos, está la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre. Es la piedra
angular de la creación y de la historia. Es una tarea de cada cristiano
comprender la centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse libremente a él.
El Evangelio de este domingo (Mc 5,21-43), nos presenta la sanación de una
mujer y la resurrección de la hija de Jairo. En ambos casos el Señor resalta la
fe como clave de estos milagros que son signos del Reino. La mujer que hacía
doce años padecía hemorragias quedó curada. Lo importante del texto es aquello
que dice el Señor: «Hija tu fe te ha salvado,
vete en paz y queda sanada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).
Si realmente como cristianos queremos
ser discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro corazón a sus enseñanzas.
En el poner en práctica la Palabra de Dios, en el ejercicio de la comunión
eclesial, nosotros alimentamos nuestra identidad y discipulado. Cuando
entendemos que este discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia,
trabajo, política, escuela... comprendemos que la identidad cristiana realmente
es un desafío necesario, para que nuestro aporte sea fecundo en medio de
situaciones nuevas y complejas. El intentar vivir con identidad y coherencia de
vida nos permite entender la exigencia del discipulado que nos pone el Señor.
Solo por la fe podemos comprender esta propuesta del Señor, exigente, difícil
de entender y sobre todo de vivir, en este amanecer aún un tanto oscuro. Pero
si somos capaces de asumir esta propuesta estaremos caminando un camino de
esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas