XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Con el Cardenal Toribio y a las puertas del V Congreso Americano Misionero

 

En Bolivia los católicos estamos de fiesta por dos motivos importantes: El primero es que el Papa ha creado Cardenal a Monseñor Toribio Ticona, obispo emérito de Corocoro. El Papa Francisco dijo a los nuevos cardenales en su alocución que “la única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo.” De esto es de lo que ha hecho gala hasta ahora el Cardenal Toribio en su servicio a los últimos y a los pobres. Y toda la Iglesia de Bolivia se congratula enormemente por ello, haciendo caso omiso de las valoraciones sectaristas y beligerantes difundidas en diferentes medios de comunicación por las interpretaciones manipuladoras y desconocedoras del Espíritu de la Iglesia que algunos personajes y grupos políticos y mediáticos, ideológicamente intolerantes, han manifestado durante estos días. Una vez más reiteramos nuestra felicitación a su Eminencia, el Cardenal Toribio, por tan alta dignidad.

 

El segundo motivo es que ya el próximo día 10 de Julio dará comienzo en Santa Cruz de la Sierra el V Congreso Americano Misionero, que con tanta ilusión y esfuerzo estamos preparando en esta Iglesia de Bolivia para realizar este evento con unos cuatro mil misioneros representantes de todos los países del continente americano. Con el lema “América en Misión: El Evangelio es alegría” se ultiman todos los detalles para llevar a cabo un encuentro extraordinario en el que esperamos encontrar vías de renovación y de conversión misionera de nuestra Iglesia Católica en América.

 

La Palabra de Dios de este domingo nos ayuda a concentrar la atención en líneas maestras de este Congreso, con lo cual tenemos un preludio magnífico del mismo. Por una parte, el Evangelio tiene como objetivo propiciar mediante la fe la experiencia del encuentro personal y gozoso con Cristo Resucitado y que nos resucita, y ésa es la Misión de la Iglesia. Además, la opción por los pobres y la importancia de la mujer en la sociedad y en la Iglesia son dos aspectos transversales del V CAM, presentes también en los textos dominicales de la Escritura.

 

La lectura de Pablo (2Cor 8,7-15) nos ofrece la razón más profunda de la “opción preferencial y evangélica por los pobres”, vigente en la Iglesia Latinoamericana como línea fundamental de su acción misionera. Allí se nos muestra a Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8,9). No hay razón teológica más profunda que ésta para fundamentar la solidaridad y la comunión con las personas y poblaciones más pobres y necesitadas de nuestro mundo. El Evangelio presenta dos milagros entrelazados de Jesús, el retorno a la vida de la niña de Jairo y la curación de la hemorroísa (Mc 5,21-43), con los cuales Marcos destaca el encuentro personal con Jesús desde la fe que propicia la salvación a estas dos mujeres.

 

Concentrándonos en el texto de Pablo es de resaltar que lo que Jesús hizo fue hacerse pobre por la humanidad para enriquecer a los hombres con su pobreza. La gracia de Dios manifestada en Cristo consiste en el movimiento solidario de su amor que le ha llevado a asumir en el misterio de la encarnación la identidad del pobre, la condición del siervo y la naturaleza del hombre. Pablo ha buscado un verbo específico para darnos la identidad del Jesús histórico. El verbo griego ptojeuo sólo aparece aquí en el Nuevo Testamento. Por eso la afirmación de que "Cristo se hizo pobre por vosotros" debe abarcar la vida histórica de Jesús, durante la cual él asumió la identidad del pobre. Pablo busca con este verbo decirnos el aspecto histórico más concreto de su identidad humana. Pablo no selecciona entre los datos de la humanidad de Jesús más que el hecho de su pobreza. Este argumento cristológico de Pablo tiene como objetivo la orientación hacia la igualdad en el ámbito económico, como principio orientador de la vida cristiana y de las relaciones humanas (2Cor 8,14). El hecho de identificarse con el pobre es vivido como gracia en razón de la igualdad, y sirve al autor de la cara para fundamentar y estimular, desde Cristo, la donación de sí mismos a través de la participación económica en comunión con los pobres de Jerusalén.

 

Creo que con toda razón y como una base teológica trascendental, Benedicto XVI introdujo este texto cristológico de 2Cor 8,9 como fundamento de la opción preferencial por los pobres, vigente como orientación teológica pastoral de primer orden, dándole consistencia y claridad a la misma al ponerla en el contexto teológico que le correspondía: "la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9)".Esta orientación hacia los pobres ha sido adoptada particularmente por el papa Francisco, el cual partiendo del nombre mismo, adoptado por él como sucesor de Pedro quiere mostrar la línea matriz de su pontificado que él ha evidenciado al expresar con sus múltiples signos y con sus sorprendentes discursos diciendo que quiere "una Iglesia pobre y para los pobres".

 

En el Evangelio de hoy se combinan dos signos prodigiosos de Jesús en un mismo relato, el retorno a la vida de la niña de Jairo y la curación de la hemorroísa (Mc 5,21-43). El segundo ha quedado inserto a la mitad de la narración del primero para desarrollar una auténtica y plena catequesis de la fe cristiana, partiendo de dos hechos históricos, realizados por Jesús. El resultado final de la narración presenta a Jesús como protagonista indiscutible del relato y a la mujer, tanto a la niña como a la adulta, víctima de los males naturales, sociales y religiosos. La intervención de Jesús es posible gracias a la audacia y a la fe de los adultos que lo buscan y lo encuentran, experimentando la salvación de Dios por medio de él.

 

El retorno a la vida de la hija de Jairo presenta a Jesús como salvador de la niña gracias a la mediación de la fe de su padre. La fe que salva es condición previa para la realización del milagro, que pone de relieve la fuerza de la mediación por parte de los creyentes para conseguir que el encuentro con Jesús produzca el efecto salvífico deseado, en este caso el retorno a la vida de una niña de doce años. En Jairo se retrata la gran misión de la Iglesia que continuamente intercede para propiciar el encuentro de la humanidad caída y necesitada con el Señor Jesús para que perciba la vida que procede de Dios.

 

El relato de la curación de la mujer con flujos de sangre resalta más bien el encuentro personal con Jesús por parte de los que sufren. Ese encuentro no puede ser casual ni mágico, sino personal y profundo, hasta el punto que cambia la vida entera de la mujer que se encuentra con Jesús. La mujer no sólo se curó, sino que fue reconocida y rehabilitada por Jesús para quedar restablecida de su enfermedad y además integrada en la vida social y religiosa de su tiempo.

 

Es importante detenernos un poco en el rostro femenino de los relatos evangélicos de hoy pues en los dos milagros la mujer es la beneficiaria del favor de Dios. En el relato de hemorroísa (Mc 5,24-34), Jesús y la mujer establecen un diálogo liberador que permite una íntima y personalísima comunicación entre ambos. En el trasfondo del sufrimiento de la mujer están tanto su enfermedad como las leyes de pureza ritual que afectaban a las mujeres según la interpretación del Levítico. Esas leyes de pureza manifiestan un sistema social, religioso y económico en el que particularmente las mujeres eran verdaderas víctimas en un estado casi permanente de impureza, y esto tenía como resultado la marginación y exclusión (Lev 5,1-6).

 

La actitud de Jesús con la hemorroísa supera y trasciende las leyes antiguas para hacer prevalecer la nueva alianza en el amor liberador con el cuerpo de las mujeres. Cuando la hemorroísa se aproxima Jesús, lo hace por detrás, pues sabe que está transgrediendo los códigos sociales -ninguna mujer toca en público a un hombre extraño, y además, sin su consentimiento- y por si fuera poco, se dispone a violar los códigos religiosos. Sin embargo, ella desea ser curada. Pero este deseo, aun naciendo de una fe casi mágica e insuficiente, la lleva a Jesús. Jesús quiere el diálogo con ella, la busca entre la multitud, pues nadie le pasa desapercibido. Jesús no reconoce ninguna marginación pues eso no va con él. En el encuentro con el otro, en el diálogo con el otro, en la nueva realidad creada está la salvación. Los dos expresan lo mejor de sí mismos: ella, su verdad más honda, su dolor y su miseria, y Él, su identidad última como salvador y liberador. Las palabras finales de Jesús: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal" (Mc 5,34) proclaman lo sucedido. La fe en Jesús, vivida en clave personal y de encuentro con el Señor ha hecho posible la salvación.

 

Esta consideración sobre los milagros con las mujeres puede ser un factor iluminador de la realidad de marginación social de la mujer que se percibe en nuestro mundo, pero singularmente en Latinoamérica. De la fe auténtica pero interesada, presente en Jairo, se pasa a la fe cuasi mágica pero audaz de la hemorroísa, que, como tantas veces en ocurre en la religiosidad popular, parece que trata de arrancar un poco de la fuerza de Jesús, mediante el contacto con él. Pero ninguna de las dos manifestaciones de la fe es suficiente para revelar lo que ésta significa en relación con Jesús.

 

La curación de la hemorroísa revela la cercanía del Reino de Dios al introducir a la mujer, doliente y víctima social, aun con su fe deficiente, en el ámbito de la salvación, pues la verdadera fe implica un encuentro personal, dialogante y sincero con Jesús, y lo que salva no es su poder ni su magia sino su persona. La fe, entendida como relación personal, viva y abierta con Jesús, es la que comunica vida y salvación. De modo semejante, la fe de Jairo sufre una transformación. Lo que era una fe interesada pasa a ser una fe plena al encontrarse con Jesucristo, el que resucita a los muertos. Por eso la fe que salva es creer en el resucitado que resucita y da la vida a los muertos.

 

En el Evangelio y en la Eucaristía toda persona se encuentra con el cuerpo de Cristo pobre y salvador, que mediante la fe permite que todos sintamos su salvación y seamos testigos de su resurrección.

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura