«los pobres comparten»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 15° domingo durante el año
[15 de julio de 2018]
Aunque el texto bíblico de este
domingo (Mc 6, 7-13), se refiera al llamado del Señor a los Doce Apóstoles, a quienes
les pide un seguimiento especialmente exigente, en dicho llamado podemos
comprender algunas características del estilo de vida de los cristianos en
general, sobre todo en nuestro tiempo donde la idolatría del tener, del poder y
del placer pretenden ser el proyecto que se propone al hombre de hoy.
«Entonces llamó a los Doce y los
envió... y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón, ni pan,
ni alforja, ni dinero...» (Mc 6, 7-8). Ante estos
textos bíblicos podemos preguntarnos cómo nos relacionamos con los bienes
materiales, cómo ejercemos el poder o bien nuestras responsabilidades y si
somos capaces de disfrutar sin idolatrar el placer. En todo caso, aunque suene
a idealista, el intentar ser pobres y pequeños es una enseñanza para todos los
bautizados y no sólo para los que se consagran a Dios. Soy consciente que esta
enseñanza evangélica está en el olvido de la mayoría de los cristianos. Al
respecto recordemos la bienaventuranza que nos relata San Lucas «Entonces Jesús, fijando la
mirada en sus discípulos, dijo: ¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino
de Dios les pertenece!» (Lc
6, 20). «Pero ¡Ay de ustedes los
ricos, porque ya tienen su consuelo!»
(Lc 6, 24).
Un texto muy iluminador sobre qué
significa la pobreza cristiana es el documento de Puebla: «Para el cristianismo, el
término “pobreza” no es solamente expresión de privación y marginación de las
que debemos liberarnos. Designa también un modelo de vida que ya aflora en el
Antiguo Testamento en el tipo de los “pobres de Yahvé” y vivido y proclamado
por Jesús como Bienaventuranza. San Pablo concretó esta enseñanza diciendo que
la actitud del cristiano debe ser la del que usa de los bienes de este mundo
sin absolutizarlos, pues son sólo medios para llegar al Reino. Este modelo de
vida pobre se exige en el Evangelio a todos los creyentes en Cristo y por eso
podemos llamarlo “pobreza evangélica”. Los religiosos viven en forma radical
esta pobreza, exigida a todos los cristianos, al comprometerse por sus votos a
vivir los consejos evangélicos» (DP 1148).
«La pobreza evangélica une la actitud
de la apertura confiada en Dios con una vida sencilla, sobria y austera que
aparta la tentación de la codicia y del orgullo. La pobreza evangélica se lleva
a la práctica también con la comunicación y participación de los bienes
materiales y espirituales; no por imposición sino por el amor, para que la
abundancia de unos remedie la necesidad de los otros. La Iglesia se alegra de
ver en muchos de sus hijos, sobre todo de la clase media más modesta, la
vivencia concreta de esta pobreza cristiana. En el mundo de hoy, esta pobreza
es un reto al materialismo y abre las puertas a soluciones alternativas de la
sociedad de consumo» (DP 1149-1152).
Hay una gran cantidad de cristianos
que captan este tema de hecho, porque son pobres y a la vez solidarios. Ellos
saben compartir. También hay gente que posee muchos bienes, o bien que tienen
conducción o poder y saben ser sencillos y entienden esto de ser pobres, siendo
«pequeños». A estos les cabe la
bienaventuranza de San Lucas en que el Señor los llama: ¡Felices! Por lo menos
están haciendo una buena inversión futura, para asegurarse un lugar junto al
Padre.
También están los que viven apegados
al tener, acumulan sin compartir, creen que lo que poseen es solo fruto de sus
manos y no reconocen la generosidad de Dios. Otros se ligan a conseguir poder,
en el fondo para reemplazar a Dios. En la raíz está el pecado de soberbia que
es la madre de todos los pecados. A esta idolatría le cabe la otra parte de la bienaventuranza
de San Lucas: ¡Ay de ustedes los ricos (o soberbios), porque ya tienen su
consuelo! (Lc 6,24).
Solo cuando tenemos a Dios como
absoluto podemos relacionarnos bien y construir un mundo mejor, pero cuando
queremos ser como dioses nos transformamos en un problema, porque empeoramos
todo.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas