XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La autoridad del profeta y del discípulo de Jesús

 

El V Congreso Americano Misionero que les anunciaba en los domingos anteriores ya se ha realizado en Santa Cruz de la Sierra. Ha sido un encuentro precioso, con un tono vibrante de alegría cristiana, de espíritu eclesial y comunitario, de reflexión profunda y comprometida sobre los temas tratados y de renovación del espíritu misionero en todos los participantes. Nos felicitamos todos por la experiencia vivida y damos gracias a Dios.

 

La palabra de este domingo nos presenta el envío misionero de los Doce discípulos de Jesús (Mc 6, 7-13) y la llamada a la vida profética de Amós en el Antiguo Testamento. El texto evangélico pone de manifiesto la iniciativa del Señor en la llamada a los discípulos. Jesús los constituye en misioneros de manera permanente, no solamente para el momento que nos narra el evangelio. Y fueron enviados de dos en dos. El envío por parejas es específico de Marcos y con ello se expresa la necesidad de que haya dos testigos (Dt 19,15, 17,6). Ninguno de los dos testigos habla en nombre propio y no tiene nada propio que comunicar. Los discípulos van en misión y salen de dos en dos para poder ayudarse mutuamente y manifestar la fraternidad entre ellos. 

 

De parte de Jesús reciben una autoridad también permanente para cumplir la misma misión que el maestro ya había mostrado. Es la autoridad para enfrentarse a los espíritus inmundos. Y deben ir por el mundo como personas libres y austeras. J.P. Meier recuerda estas dos notas esenciales del seguimiento radical de Jesús y en su obra Un judío marginal, comenta el texto de Mc 6,7:“Y llamó a los Doce y empezó a enviarlos de dos en dos y les daba autoridad sobre los espíritus inmundos” y dice: De hecho, relacionando tan estrechamente a los Doce con su persona y misión, Jesús convirtió el grupo en el modelo de lo que significa ser discípulo. Las tres condiciones del discipulado (recibir una llamada perentoria de Jesús; seguir a Jesús físicamente, renunciando a unos vínculos normales con la propia familia, y exponerse al sufrimiento) estaban especialmente representadas por este círculo íntimo de discípulos a los que Jesús había escogido “para que estuvieran con él” (por emplear la expresión con la que Marcos resume su función) mientras realizaba sus recorridos de predicación por Palestina.

 

Quizá otros discípulos fueran menos constantes en el acompañamiento de Jesús, pero los discípulos a los que Jesús había escogido originalmente para el círculo de los Doce perseveraron en ese relevante grupo de seguidores a lo largo de los éxitos y fracasos del ministerio; es más, con la excepción hecha de Judas, tras el desastre del Calvario llegaron a conocer como grupo los primeros días de la Iglesia. Esta asociación estable a largo plazo con Jesús permite suponer que los Doce, más que la mayor parte de los otros seguidores, habrían sido los regulares oyentes y testigos oculares del ministerio de enseñanza y curación. Simplemente por su estabilidad y perseverancia y a pesar de sus fallos, encarnaban de manera pública y como una lección permanente lo que Jesús entendía por discipulado. Les hubiera asignado o no Jesús explícitamente esta función, la desempeñaron de hecho, lo cual probablemente contribuyó no en pequeña manera a su influencia en los primeros días de la Iglesia. 

 

En los primeros relatos de vocación los discípulos lo dejaron todo y siguieron a Jesús, abandonaron trabajo y familia para irse con Jesús. Para la misión también deben ir libres de todo. Sólo tienen una cosa: la autoridad moral y la fuerza de convicción de su palabra. El mensaje que hay que comunicar consiste en anunciar en proclamar la cercanía del Reino de Dios en la persona de Jesús y desde ahí predicar la conversión. Esta cercanía inminente del Reino se manifiesta en la realización de las mismas obras de Jesús: la expulsión de demonios y la curación de los enfermos mediante la unción. 

 

Por otra parte el testimonio del profeta Amós de la primera lectura de este domingo se remonta al siglo VIII a. de C. Su mensaje puede parecernos muy lejano si nos fijamos en el tiempo en el que escribió, pero, dadas las circunstancias de su entorno social y religioso y su posible parangón con los problemas que vivimos en nuestro mundo, podríamos pensar que se trata de uno de los profetas con los pies bien firmes sobre nuestra tierra. 

 

Amós es el primer profeta bíblico que nos transmitió su mensaje por escrito. No sabemos en qué año nació ni cuándo murió. Nació en Tecoa, una ciudad pequeña a 17 Km al sur de Jerusalén. Era pastor y agricultor de profesión. Pero Dios lo llamó a desempeñar su misión profética en el Reino del Norte de Israel. Allí reinaba Jeroboam II (782-753) que fue un gran militar, que ensanchó la frontera norte de Israel, derrotó a Damasco y se anexionó territorios en Transjordania. La economía progresó mucho durante su reinado gracias al comercio de las caravanas, al desarrollo de la industria textil y a la explotación de minas de cobre. Fue una época de esplendor macroeconómico desconocida desde los tiempos de Salomón. Al mismo tiempo existían grandes problemas sociales, sobre todo, la terrible opresión de los pobres, víctimas de los terratenientes, de los potentados y de la corrupción en los tribunales de justicia. Era un tiempo de grandes injusticias y de un contraste brutal entre ricos y pobres.  

 

Un pequeño agricultor estaba a merced de los prestamistas que los exponían a la hipoteca, al embargo y a la esclavitud. Este sistema empeoraba por la ambición de los ricos y comerciantes, que aprovechaban las fianzas dadas por los pobres para aumentar sus riquezas. Se falsificaban los pesos y medidas, se recurría a trampas legales y se sobornaba a los jueces. Mientras tanto la situación de los empobrecidos era cada vez más dura. 

 

El profeta Amós denunció esta trágica situación. La novedad de su mensaje consistió en el rechazo del reformismo para dar paso a la ruptura total con las estructuras vigentes: Todo el sistema está podrido, el muro de Israel está abombado y no puede mantenerse en pie; “es un cesto de higos maduros, maduros para el fin” (Am 8,1-3). La denuncia de los pecados concretos del lujo, la injusticia, el culto falso, y la falsa seguridad religiosa constituye el centro de su intervención profética. Pero fue su crítica mordaz a las instituciones la que le valió la oposición del sacerdote Amasías y del rey (Am 7,10-17). Amós, con la libertad radical de los profetas, ponía el dedo en la llaga al desvelar que la raíz del mal social estaba sobre todo en las instituciones: Los poderes político y judicial, vinculados a la religión, eran los responsables principales de la injusticia por fomentar una idea errónea de Dios y tranquilizar la conciencia de los gobernantes y opresores. La firmeza de Amós frente a las instituciones políticas y religiosas es un ejemplo de actuación profética en nuestros días. 

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura