17ª semana del tiempo
ordinario. Martes: Mt 13, 36-43
Hoy nos trae el evangelio
la segunda parte de la parábola del trigo y la cizaña, que es la explicación
que Jesús hace a los apóstoles de lo que había dicho a todos. Y nos podemos preguntar
porqué Jesús no dio la explicación a toda la gente. En medio de la parábola del
sembrador Jesús mismo da una explicación: porque se necesita tener los ojos y
los oídos abiertos a la palabra de Dios para poder penetrar en ella. Quien
tiene interés pregunta o investiga o sigue esforzándose para que la palabra de
Dios penetre en su espíritu y le pueda servir de salvación. Pero los fariseos y
muchos otros sólo escuchaban por curiosidad o por maldad y no les interesaba
preguntar más.
Una primera enseñanza de
esta parábola es que Jesús nos da sus mensajes en un doble plano, como sigue
haciendo
Cuando reflexionamos en el
trigo y la cizaña, podemos fijarnos en nosotros mismos, porque en realidad en
nuestro corazón anida al mismo tiempo la hierva buena
y la mala. Pero hoy Jesús, al hacer la explicación de la parábola, se fija
expresamente en lo que sucede en el mundo, donde hay personas buenas y malas. A
los buenos les llama Jesús hijos del Reino, y a los malos, hijos del maligno. A
alguno le parecerá fácil esta solución: que se mueran los malos y quedamos los
buenos. ¡Alto ahí! ¿Y quién te ha dicho a ti que eres de los buenos? Siempre ha
habido herejías en que se hace elección y separación, llamándose ellos
“perfectos “ o justos y los demás malos, como hacían
los maniqueos. Algo así hacen los testigos de Jehová cuando hablan de los
salvados.
Hoy Jesús nos enseña dos
virtudes que debemos tener: la paciencia y la prudencia. En
primer lugar la paciencia, porque el juicio no se realiza ahora. Ya llegará el
final: el de cada uno en la hora de su muerte, y para todos en el final de los
tiempos. Entonces Dios hará la verdadera separación por medio de los ángeles.
No está mal que nos hagamos amigos de los ángeles para que aquel día nos pongan
al lado bueno de Jesús. Hay una manera cierta de ser amigos de ellos: alabando
a Dios con el testimonio de una vida honrada y buscando el bien. También debemos
tener paciencia, porque lo que no se puede hacer entre el trigo y la cizaña,
que uno se convierta en lo otro, en la vida del espíritu sí se puede dar y de
hecho hay muchas conversiones. Dios puede hacer, con la colaboración de cada
uno, que una mala cizaña llegue a ser trigo.
Y Jesús nos pide prudencia.
Porque ¿Quiénes somos nosotros para juzgar el bien y el mal? Es cierto que el
bien y el mal a veces están muy señalizados; pero en esta vida hay proyectos y
realidades humanas que llevan a la muerte, pero que al principio no se veía su
perversidad. Hay algunos, como decía Jesús, que son “lobos vestidos con piel de
ovejas”. Estos pueden hacer mucho mal a la gente sencilla que creen en ellos.
También hay mucho bueno, que hace el bien de una manera oculta.
A veces queremos resultados
rápidos. Tengamos paciencia con el mal de fuera y con el de nosotros mismos.
Convivir con el mal no significa aceptarlo y quedarnos quietos. Debemos
trabajar para que triunfe el bien. Dios nos ha puesto como semilla del bien. Seamos
dignos de la gracia del Señor y trabajemos para que el bien se propague más y
más. Jesús termina diciendo: “El que tenga oídos que oiga”. Es una expresión
que indica la importancia de lo dicho. Pidamos luz y fuerza al Espíritu para
que estemos más en la parte del bien y trabajemos por ello.