16ª semana del tiempo
ordinario. Domingo B: Mc 6, 30-34
El domingo pasado veíamos
cómo Jesús envía a sus apóstoles a predicar de dos en dos por aquellos pueblos
cercanos. Hoy consideramos la vuelta. Vuelven contentos por la labor realizada.
Han visto cómo los demonios se alejaban, especialmente por la conversión de
muchos a quienes predicaban lo que ellos habían aprendido de las enseñanzas de
Jesús. Pero también estaban cansados. Jesús, lleno siempre de bondad y
misericordia les propone tener unas vacaciones. Para ello suben a la barca para
pasar a la otra orilla, que era lugar más solitario a fin de poder examinar y
evaluar todo lo que habían realizado en aquellos días de predicación.
Las vacaciones son muy
buenas o, como podemos decir de todas las cosas de la tierra, pueden ser
buenas, como también pueden desvirtuarse. Desgraciadamente hay cristianos que
en tiempo de vacaciones se apartan de las cosas de Dios, porque se entregan al
desenfreno y quizá a los vicios. Decía el papa Juan Pablo II que las vacaciones
sirven para “redescubrir los auténticos valores del espíritu”. Lo que pasa,
decía, es que muchas veces “se quema el espíritu por la disipación y la simple
diversión”. Pero, decía: “pueden convertirse en una ocasión propicia para volver
a dar aliento a la vida interior”. Así que buena es una sana recreación y
esparcimiento, pero dejando espacio para la oración, las buenas lecturas, sin
olvidar la participación en los sacramentos, especialmente
El caso es que la gente,
que ansiaba escuchar la palabra de Jesús, cuando les vio marcharse en la barca,
se fueron deprisa por la orilla, y cuando llegó Jesús con los apóstoles, vio
que había una gran multitud deseando escucharle. Se terminaron las vacaciones. Una
gran cosa es saber cambiar de planes, adaptándose a las nuevas circunstancias. A
veces encontramos personas que o nunca pueden tener vacaciones por sus
ocupaciones como pasa con muchas familias pobres, o no quieren tenerlas, como
pasa con personas religiosas muy entregadas a su vida de convento o a labores
apostólicas. De todas las maneras podemos considerar, como vacaciones
necesarias para todos, los momentos que debemos tener de oración y tranquilidad
con Dios, como Jesús que se solía retirar solo a orar. La misa del domingo
podemos aceptarla como un pequeño retiro con Jesús para revisar nuestra vida.
Jesús se compadeció de la
gente porque les vio “como ovejas sin pastor”. Hoy en la primera lectura el
profeta Jeremías, de parte de Dios, se queja de los malos pastores o guías
espirituales en el pueblo de Israel y promete que Dios enviará un pastor de
verdad que nos guiará por los caminos rectos. Una oveja sin pastor no es oveja
libre sino descarriada, que va sin saber a dónde ir y está expuesta al asalto de
cualquier alimaña. Así pasa con muchos que se creen libres, pero están
desorientados. No encuentran el sentido de su vida y cada vez más ven problemas
sin soluciones. Debemos tener un verdadero pastor, que no sea un hombre como
nosotros. Por eso Dios mismo se hizo como nosotros, para enseñarnos el camino,
de modo que nosotros, sin perder la libertad, aceptemos el camino recto del
amor y las bienaventuranzas.
Jesús actúa como un
verdadero pastor. No pierde la calma, sino que “con calma” se pone a predicar.
No nos dice san Marcos qué es lo que predicaría. Cuando es así, se supone que
principalmente expondría el “Reino de los cielos”, como dice al principio de su
evangelio, Reino que ya se da aquí al aceptar el amor de nuestro Padre Dios y
al realizar ese amor en la concordia y hermandad entre todos nosotros.
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