18ª semana del tiempo ordinario.
Sábado: Mt 17, 14-20
Había subido Jesús al monte
a orar, donde se había transfigurado delante de sus tres discípulos más
estimados, Pedro, Juan y Santiago. Mientras tantos los otros apóstoles, que se
habían quedado abajo tenían un gran problema. Les
habían llevado a un muchacho enfermo, epiléptico, a quien creían se le había
metido un demonio. El padre del muchacho quería que los apóstoles echasen a ese
demonio.
Una de las razones era que
los mismos apóstoles, con el poder que Jesús les había dado, habían curado
enfermedades y echado demonios en una misión por aquellos pueblos. Pero ahora
los apóstoles no pudieron o no supieron la manera de expulsar dicho demonio de
aquel muchacho.
Jesús baja entonces del monte
con los tres apóstoles que habían ido con él. En ese tiempo se había reunido ya
una muchedumbre de gente en torno a los apóstoles y el enfermo. El padre del
muchacho se dirige entonces a Jesús pidiéndole por piedad que atendiese a su
hijo, ya que esa enfermedad (demonio decía él), en momentos de crisis hace que
se tire al fuego o al agua.
Jesús responde de una
manera bastante dura, al parecer, dirigiéndose principalmente a los apóstoles.
La razón es que les había enseñado a poner su confianza en el Espíritu y ellos
confiaban sólo en sus propias fuerzas.
Hoy también nos podría reprochar a muchos que
hacemos apostolado, pensando en nuestras propias fuerzas, métodos y estructuras
materiales más que en el Espíritu que vive en
Hoy puede ser una ocasión
para aumentar nuestra fe, que, como les dice Jesús a los apóstoles, es más
pequeña que un grano de mostaza. La fe no es precisamente una certeza de que
todos nuestros deseo se cumplirán necesariamente, sino más bien es una entrega
confiada y plena en Dios, que es nuestro Padre, que vive en nosotros y que nos
quiere más que nosotros mismos.
Muchas veces confundimos la
fe con nuestros planes personales. Pero fe es certeza de amor en Dios, cuyos
planes no conocemos y que a veces son muy diferentes de los nuestros. Esos
planes de Dios sabemos que son los mejores para nuestras vidas.
Jesús les recrimina a los apóstoles
el no haber podido curar a aquel muchacho por falta de fe en ellos. También
debemos considerar que la fe no es sólo esperar que todo lo haga Dios,
quedándonos nosotros sin hacer nada. Dios quiere que hagamos lo que podamos,
pero sabiendo que todo lo bueno viene de Dios.