20ª semana del tiempo
ordinario. Domingo B: Jn 6, 51-58
Los dos domingos pasados
veíamos la primera parte del “Discurso del Pan de vida” por Jesús en Cafarnaún, donde anuncia el misterio de
Como la gente murmuraba y
tomaba las palabras de Jesús en sentido materialista, como si ellos tuvieran
que comerle pedazo a pedazo, creían que se burlaba de ellos. Por lo tanto Jesús
repitió varias veces lo mismo, como para dar a entender que no se había
equivocado, sino que era verdad. Esto que ahora anunciaba, lo haría realidad el
Jueves santo en
Se cuenta que por el año
165, en tiempos de san Justino, que era un filósofo y escritor, algunos paganos
acusaron a los cristianos de algo horrendo y prohibido, como era comer la carne
de alguna persona. Esto se debía a que el sacerdote decía: “Tomad y comed, esto
es mi cuerpo”, y: “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. En realidad los paganos
no podían entender cómo los cristianos pudieran quedar tan alegres y al parecer
tan satisfechos después de lo que habían celebrado y recibido. Entonces san
Justino tuvo que escribir algo muy hermoso en defensa de la sagrada Eucaristía.
Algo que tenemos que tener
en cuenta es que Jesús no promete una presencia simbólica
o figurativa, como si fuese un recuerdo o una bella idea. La presencia de Jesús
es real y verdadera. Recibimos el verdadero Cuerpo de Jesús. Es Él en persona
quien viene a nosotros en la comunión. Esto sólo lo puede inventar Dios, de
modo que nos podemos estrechar íntimamente cuando recibimos aquello que parece
un poquito de pan o un poquito de vino. Nuestra fe nos dice que aquello ya no
es pan, sino que es el mismo Jesús que penetra en nuestro ser. Es un acto
sublime de amor de Dios.
Un buen padre no se
contenta sólo con haber dado la vida a sus hijos, sino que les alimenta y les
proporciona los medios para crecer y ser personas dignas. Muchos medios nos da
Dios, después que nos hicimos sus hijos por el Bautismo; pero el alimento más
importante es el que anuncia hoy: su propio Cuerpo. Algo muy especial que tiene
este alimento es lo que se dice desde hace muchos siglos: que los alimentos
corrientes se convierten en nuestra propia naturaleza, porque son inferiores a
nosotros; pero el alimento del Cuerpo de Cristo es tan superior a nosotros que
tiende a que nosotros nos convirtamos en su naturaleza. Por lo cual no
encontramos un medio más importante para unirnos a Dios que recibir dignamente
la sagrada Eucaristía.
Así que recordemos que
cuando el sacerdote pronuncia las palabras de