«EUCARISTÍA, CARIDAD Y SALUD CALIFICADA»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 20° domingo durante el año
[19 de agosto de 2018]
El
Evangelio de este domingo (Jn 6,51-59), nos sigue
relatando la multiplicación de los panes con una significación eminentemente
eucarística. En realidad, este capítulo 6 de San Juan fundamenta el maravilloso
don y milagro que realizamos en cada Misa que celebramos, donde el pan y el vino
ofrecido se hacen el mismo Cuerpo y Sangre del Señor, actualizando lo que el
mismo Señor realizó en la última Cena, «la Misa de todas las misas» que
celebramos. El Señor dice: «Yo Soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come
de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por
la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y
yo le resucitaré el último día» (Jn 6,51.54a).
La
Misa, la Eucaristía no es solo un acto devocional o solo un precepto que hay
que cumplir, sino que culmina, plenifica y alimenta
el llamado que todos los cristianos tenemos de vivir la virtud de la caridad.
La Misa es el amor donado de Jesucristo, el Señor, en la Pascua. Por eso
nosotros junto al pan y el vino, en la ofrenda de la Misa, ofrecemos nuestra
propia vida. Ese amor implica amar a Dios y al hermano. La Escritura respalda
este llamado en muchos textos: «Si alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede
amar a Dios, a quien no ve». (1 Jn 4,20).
En
el contexto de nuestro tiempo la palabra amor se utiliza mucho, pero la mayoría
de las veces se la vacía de sentido, y lo que es llamado amor es muchas veces
solo una expresión de sentimientos pasajeros y mera posesión de algo o alguien.
La encíclica «Deus caritas est» [Dios es amor],
señala la necesidad de realizar un camino o itinerario del amor. Esto es un
servicio indispensable para nuestra época donde el individualismo y la
fragmentación fundamentalmente mercantilista, deshumanizan y ensombrecen
nuestra cultura y sociedad. Es Dios el que inicia el encuentro de amor con el
hombre. Dios nos ha amado primero, dice la carta de Juan (1 Jn
4,10). «En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el
amor no es solamente un sentimiento, los sentimientos van y vienen. Pueden ser
una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. Al principio
hemos hablado del proceso de purificación y maduración mediante el cual el eros
llega a ser totalmente el mismo y se convierte en amor en pleno sentido de la
palabra. Es propio de la madurez del amor que albergue todas las
potencialidades del hombre e incluya, por así decirlo, al hombre en su
integridad» (DCE 17). Es por eso que reitero aquello que el Papa nos pide que
tengamos en cuenta en nuestras comunidades, y se liga al texto bíblico de la
multiplicación de los panes de este domingo: «Nuestras comunidades cuando
celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio
de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que
cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás, y por tanto, a trabajar por
un mundo más justo y fraterno… En verdad la vocación de cada uno de nosotros
consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo» (DCE 88).
La
Eucaristía que reclama la caridad y el amor donado, se contrapone a una
sociedad que tiende solo a lo mercantil y pragmático. Es importante señalar
esto en estos días posteriores al rechazo de la legalización del aborto en
nuestra Patria. Después de haberse señalado tantas fragilidades y pobrezas que
padecen algunas mujeres embarazadas que viven situaciones difíciles esperamos
que sobre todo el Estado representado especialmente en el Ministerio de Salud
invierta en el acompañamiento de la maternidad, protegiendo a las mujeres y a
los niños por nacer. Poniendo atención en los tantísimos lugares pobres que
abundan en nuestra Patria y evitando la solución rápida e inhumana de la
eliminación abortista en sus diversas formas. Las mujeres y los niños merecen
que sistemas de salud calificados y justos valoren la profunda dignidad de la
vida humana.
La
caridad, el amor bien entendido, es el fundamento al reclamo legítimo de
nuestro tiempo de comprometernos por la inclusión de tantísimos hermanos que
por distintas razones están marginados; de una comprensión integral de todos
los derechos humanos, también de los niños por nacer que en general gravemente
son olvidados por los abortistas; de la misma dignidad humana ausente en los
productores de programaciones mediáticas que lesionan y perjudican a nuestros
adolescentes y jóvenes, así como tantas propuestas marcadas con la convivencia
del alcohol y la droga. La virtud de la caridad y el amor inmerso en los sistemas
sociales siempre generan un humanismo con valores, y un horizonte de esperanza.
¡Un
saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez,
obispo de Posadas