19ª semana del tiempo ordinario.
Sábado: Mt 19, 13-15
En el evangelio de hoy
aparece Jesús en un gesto de gran amor hacia los niños. Algo que nos podemos
preguntar es porqué los apóstoles regañaban a los niños, o quizá a los que
tenían interés en llevar a los niños hasta la presencia de Jesús. Lo primero es
que debemos pensar que la mentalidad o la expresión social de la gente ante los
niños no era lo mismo en aquella cultura que en la nuestra.
Normalmente los niños
estaban en las casas y eran tenidos de poca importancia social hasta que
cumplían los 12 años. Los niños que andaban en las calles solían ser niños
medio abandonados o de familias con problemas. Así que la gente solían regañar
a los niños que estaban en alguna reunión de mayores.
Los apóstoles consideraban
que la predicación de Jesús era exclusiva para adultos y pensaban que los
niños, que por allí había, estaban estorbando, aunque hubieran sido llevados
para que Jesús con su amabilidad los bendijera. Pero Jesús tenía otro concepto.
Y lo que primero nos dice es que también, a su manera, los niños pueden ser depositarios
de las gracias de Dios.
Para Jesús los grandes
valores humanos van siendo sembrados en el mundo, y los niños pueden ser campo
donde germine la gracia. De hecho ha habido niños que, sin ser mártires, han
llegado al grado de santos. Esto porque desde pequeños pueden sentir la
grandeza de la bondad de Dios y pueden mostrar, con magnificencia, el amor y
caridad hacia otros seres humanos. Así que no podemos excluir a los niños de
las gracias que
Pero hay otro sentido
también en las palabras de Jesús. Como otras veces suele hacer, aprovecha la
ocasión de un suceso para darnos una gran lección. Y la lección de hoy es que
todos debemos ser como niños.
Esto merece una
explicación. Claro que no debemos quedarnos como niños o como infantiles en
cuanto a la mayor perfección que debemos ir adquiriendo. Lo mismo que
progresamos en las diferentes artes humanas, así, con más obligación, debemos progresar en lo principal que es el amor a Dios y el amor a
los demás. Los niños, que no han progresado en la fe, suelen ser muy egoístas.
Y hay personas que en las cosas del espíritu se portan como infantiles en el
sentido de que ni saben más ni son mejores que cuando eran niños.
Pero debemos ser como niños
ante Dios. Se entiende que pensando en las buenas cualidades que tienen los
niños. Sobre todo pensamos en la confianza ante Dios. Un niño está tranquilo en
los brazos de su padre. Así nosotros debemos entender siempre que estamos en
los brazos de Dios, que es el mejor Padre.
Hay algunos que se creen
ser muy poderosos y sabios, que no necesitan nada, ni de Dios. La mayor
soberbia sería creerse unos dioses. Pero Jesús un día, según este mismo
evangelio, dio gracias a su Padre celestial porque esas cosas que decía las
comprendían los “pequeños”, porque Dios se lo revelaba, mientras que los
“sabios y entendidos” de este mundo se quedaban fuera de esta salvación.
Por eso ser como niños es
tener ante Dios las cosas buenas de los niños: sencillez, limpieza de corazón,
saber que somos débiles y poca cosa. Esta es una gran base para poder luego
crecer en santidad. Quien se cree que ha llegado ya al final, estando en medio
o mucho menos, queda ya incapacitado para progresar. Algo así como eran muchos
de los fariseos con quienes se encontraba Jesús con frecuencia.
Estos son autosuficientes,
que se creen que lo pueden todo. Para poder ir a Dios
es necesario ser conscientes de la propia debilidad, reconocerse que estamos
vacíos para podernos llenar del amor de Dios.