21ª semana del tiempo
ordinario. Jueves: Mt 24, 42-51
Muchas veces Jesús hablaba
sobre la “vida eterna”. A veces aparece en el evangelio un juicio de Dios sobre
nosotros después de terminarse esta vida mortal. En otras ocasiones aparece el
juicio sobre el mundo entero. Todo ello nos da una realidad de que las cosas
materiales son transitorias, por muy bonitas e importantes que nos parezcan,
como así les parecía el templo a los apóstoles. San Mateo en este capítulo 24
nos cuenta cómo los apóstoles, saliendo de Jerusalén, le hicieron ver a Jesús
la admiración por la belleza de aquel templo con sus paredes de mármol
iluminado por los últimos rayos de sol. Jesús aprovecha la ocasión para decir
que todo eso se va a terminar y no tardando muchos años. Pero Jesús les quiso
hacer comprender que el fin de las cosas temporales no es sólo para las cosas
materiales sino para las estructuras sociales, que en realidad están montadas
en cosas pasajeras. Pero aquí también habla de que todo lo terrestre terminará
y nuestra vida terrestre también.
Estas palabras de Jesús no
eran para dar temor, sino para que nos preparemos a algo mejor que es la vida
que nunca se terminará. Pero, como en esta vida terrena tenemos muchos enemigos
que nos acechan y pretenden que nos instalemos sin preocuparnos de la verdadera
vida, tenemos que vigilar. He aquí la palabra que hoy quiere Jesús que
meditemos para adquirir su virtud benéfica: la vigilancia.
La
muerte o tránsito de esta vida a la eterna no es algo oscuro ni terrible o
temeroso. Es el encuentro con nuestro Padre Dios que quiere darnos el abrazo
eterno y feliz para vivir con El eternamente. Pero para ello debemos
prepararnos y debemos vigilar. Para que estemos preparados continuamente, no
nos ha querido decir el día y la hora. Ha habido santos o personas muy piadosas
a quienes el Señor les ha revelado el día de este encuentro. Esto era como una
gracia especial para una mayor y gozosa preparación, porque de hecho esas
personas estaban siempre preparadas. Pero a nosotros hoy nos dice que vigilemos
porque el mal nos rodea, como un ladrón que espera entrar en una casa cuando el
amo no vigila, porque está fuera o está durmiendo. Pues, como nos dice Jesús,
si el amo supiera que esa noche iba a ir el ladrón, no dormiría sino que
estaría vigilante. Así debemos estar nosotros en la vida.
¿Y qué significa vigilar?
Por de pronto significa no estar dormidos. Por eso les dijo Jesús a los
apóstoles en Getsemaní: “Velad y orad”. No es solamente el no hacer nada malo,
sino que es hacer positivamente el bien. Cuando uno está trabajando para que la
gracia crezca más y más en su alma, cuando uno busca el hacer el bien, sobre
todo si se preocupa de que otros aumenten su fe, cuando trabajamos por la
justicia y la paz en el mundo y especialmente en
Pero Cristo no sólo vendrá
al final de los tiempos o al final de nuestra vida. Todos los días pasa junto a
nosotros: no sólo cuando estamos en la iglesia, sino en el trabajo y en casa, o
en la calle vestido de pobre. Y viene a darnos la mano y a que nosotros se la
demos. Son las gracias que llaman actuales y que debemos saber aprovechar para
tener nuestro corazón mejor dispuesto para alojar más dignamente a Jesús.
Los que tienen
responsabilidad sobre otros deben vigilar doblemente: por ellos y por los
otros. Son los sacerdotes en su parroquia y son todos los padres de familia con
sus hijos. Hay padres que vigilan para que sus hijos estén bien alimentados y
que vayan a la escuela, pero luego no vigilan si esos hijos suyos crecen o no
en el espíritu y van preparándose para el encuentro más importante que no
sabemos cuándo será.