DOMINGO
22 ORDINARIO, CICLO B
LO
QUE EL QUE ADULA DIGA UNA VEZ, EL AMOR PROPIO OIRÁ OTRAS DIEZ
La historia del pueblo hebreo o judío
es una larga aventura de amor, de acercamientos y retiradas de ese pueblo, el
pueblo de Israel, que al cuál Dios se acercó y se atrevió a hacer alianza con él . ¿Qué tenía de característico ese pueblo para animar a
Dios a vivir siempre cerca de ese pueblo? Podemos decir con toda verdad, que
nada. No había nada llamativo en él, pero así es el amor, inexplicable. Todo
parte de Abrahán, un anciano desconocido, que en plena ancianidad fue invitado
a dejarlo todo, para convertirlo en Padre de ese pueblo. Extrañas vicisitudes
hicieron que ese pueblo, fuera a hospedarse en Egipto, donde con el tiempo
llegó a ser prisionero, con las calamidades que eso significa, tan grandes o
más como las que están sufriendo en nuestro continente Venezuela y muchos
países de Asia y del medio oriente.
Todo haría pensar que Dios se olvidó para
siempre de su pueblo, pero fue todo lo contrario. El llamó a otro hombre
desconocido, que contra viento y marea logró sacar al pueblo de la esclavitud,
hasta hacerlo un gran pueblo, con territorio propio, con leyes y costumbres que
pretendían hacer de él un pueblo distinguido entre todos los pueblos. Ellos sintieron la mano poderosa de Dios, que
en mucha formas les hacía sentir su presencia y su salvación. Por supuesto que
ese pueblo fue llamado a crecer, a aceptar ese amor cercano de su Dios, y por
eso en una alianza mutua, el pueblo fue dotado de diez mandamientos. Sólo diez
mandamientos, con los cuáles el pueblo podría abrirse pasaron en la vida. Al
final de sus días, poco antes de morir, Moisés reunió a su pueblo y con
palabras salidas del corazón les decía:
“Escucha Israel, los preceptos y mandados que te enseño, para que los pongas en
práctica y puedas así vivir, no añadan nada ni quiten nada a lo que les enseño,
cumplan los mandamientos, guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son la sabiduría
y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos, eso los engrandecerá,
considerándolos un pueblo sabio y
prudente. Y los exhortaba: ¿porque cual
otra nación hay que tenga un Dios
tan cercano como lo es el nuestro
siempre que lo invocamos? Y la verdad tendríamos que dar gracias a Dios en
nuestro tiempo, pues los mandamientos están
lejos, muy lejos de ser simplemente prohibiciones, son señales que nos
toman de la mano y nos conducen a la paz interior y a la comunicación con todos
los pueblos Yo me imagino los mandamientos como las señales que vemos pintadas
en la carretera. Si todos las siguiéramos, no tendríamos accidentes fatales, lo
mismo los mandamientos, quien los cumple, no tiene problemas ni con los demás,
ni consigo mismo ni con Dios. Pero en
esta rápida mirada al pueblo de Israel, en el tiempo de Cristo, los hombres, no
Dios, de aquellos diez mandamientos que daban paz y alegría, habían convertido
aquello en una maraña de mandatos, preceptos y prohibiciones, que hacían muy
difícil la vida para todo el pueblo y así llegamos a la página que nos presenta
hoy el Evangelio de Marcos, donde los fariseos se extrañaban de que los seguidores de Jesús no
se preocuparan por las prescripciones sobre las abluciones y lavados
prescritos, el lavado de las manos, no por higiene, sino por atención a lo que
la “Ley” mandaba.
Aquí es donde Cristo truena contra
aquellas gentes que estaban atentos a lo exterior, pero no cuidaban el interior
donde anidan todos vicios y los crímenes de los hombres: “Este pueblo me honra
con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me
rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos, ustedes
dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones
de los hombres. De tal manera que es aquí donde nosotros cristianos del siglo XXI
tenemos que detenernos y examinar nuestras prácticas religiosas, nuestras
Eucaristías, donde todo se hace en forma, pero los corazones de los asistentes
están en otra parte, y llevan en el corazón todo lo que Cristo aborrece,
convirtiendo entonces nuestras reuniones sagradas, en una verdadera hipocresía,
lo cual no puede agradar al corazón de nuestro Dios. El Papa Francisco nos
recuerda estos días: “Es cierto que no hay amor sin obras de amor, pero las
bienaventuranzas nos recuerdan que el Señor espera una entrega al hermano que
brote del corazón, ya que si repartiera todos mis bienes entre los necesitados, si entregara mi cuerpo a las llamas pero no
tengo amor, de nada me serviría”. Busquemos pues lo que es la voluntad de Dios
y pongamos en él todo nuestro corazón.
El padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx