DOMINGO 23 ORDINARIO, Ciclo B

LA UNICA RECETA QUE SE FÍA, ES LA SONRISA Y LA ALEGRÍA

Los campesinos, en todas las épocas, han suspirado  por sus campos bien sembrados, pretendiendo que sus campos secos se conviertan en una tierra fértil por el riego del río cercano, que asegure el pan para cada día y la alegría para el corazón. Y cuando llega la enfermedad, los enfermos suspiran por la salud  y desean que los ojos de los ciegos y los oídos  de los sordos se abran. Y suspiran para que el cojo pueda saltar como un venado y que la lengua del mudo pueda cantar. El Salmo 145 hace eco a la palabra de Isaías, y exclama pidiendo que se abran los ojos de los ciegos y que alivie al agobiado pues el Señor ama al  hombre justo y toma al forastero a su cuidado. Son los deseos del profeta Isaías, que Cristo con su venida hasta los hombres hará una plena realidad entre los hombres.

Pero vayamos despacio, pues antes de escuchar la Palabra del Evangelio, conviene detenerlos en el fragmento del Apóstol Santiago, que pone la mano en la llaga en algo que ocurre entre los hombres, y desgraciadamente dentro de la misma Iglesia, en la desigualdad entre los hombres, y la preferencia por los que tienen, los que visten, los que viven bien y derrochan y despilfarran a manos llenas, los que se muestran orgullosos de su poder y la suerte de aquellos que nada tienen y que se las ven negras para subsistir. En la Iglesia ocurre por desgracia otro tanto. Estamos pendientes de los que pueden pagar los gastos de las ceremonias religiosas, que de un tiempo esta parte, se han convertido en una nueva forma de ostentación, pues levantan pasillos llenos de flores y piden alfombras y velas y veladoras, que se encienden, aunque sus corazones estén apagados y oscuros. Los pobres tienen que contentarse a veces con una sencilla ceremonia, sin ninguna flor, y con la advertencia de  que el precio no incluye cantor ni otras linduras. Afortunadamente se empiezan a ver cambios, pues por los menos en la misa de exequias ya no se cobra, pero falta mucho para que la Iglesia no se convierta más en una cueva de ladrones y podamos ver nuestras iglesias como lugares de oración y no salas exhibición y de competencia.

Así pues nos encontramos con Cristo que deseoso de instruir a sus apóstoles deja por algún tiempo  el territorio de Israel y se interna en territorio de los paganos. Podríamos preguntarnos porqué Cristo no destinó más tiempo a los paganos que los judíos despreciaban tanto y es que esa etapa de la evangelización de los pueblos, les tocaría precisamente a los apóstoles.  Cuenta el texto de San Marcos algunas curaciones de Cristo, que la misma manera en otros momentos tuvo  compasión de las gentes que tenían hambre y sed, ahora se compadece de los enfermos y les da la curación. Precisamente hoy San Marcos nos da razón de uno de esos milagros. Era un pobre sordo y tartamudo que le llevaron para que lo curara. Hay que notar que no fue él el que pidió la curación. Quizá se escondería detrás de las gentes, para disimular su defecto. Pero gentes de buena voluntad lo presentaron ante él. Y comenzó un rito sencillo, casi diríamos casero, que nos muestra ante todo la compasión de Cristo. Lo primero que hace el Señor es apartarlo de la multitud, por dos motivos, para desterrar el afán de espectacularidad, de la que huía siempre el Señor, y segundo, para llevarlo a la soledad, donde normalmente habla el Señor. No nos gusta la soledad y el silencio, pero sólo ahí lograremos la paz y la alegría interna. Los jóvenes, por mucho ruido, música, distracciones y alcohol que encuentren en sus noches de parranda, llegan cansados, irascibles y corajudos, sin haber encontrado la paz y la alegría que es lo que a lo mejor en el fondo andaban buscando.

Solo con el enfermo, Cristo hace algo que las madres conocen mucho, pues curan a sus pequeños con un poco de su saliva en la rodilla del niño que se cayó y se raspó. Jesús tocó con sus dedos sus oídos y le tocó su lengua con saliva.  Un gesto muy humano, muy cercano al hombre, que esta ocasión no quiere curarlo a distancia, como hacía con otros enfermos, pues quiere sentirse solidario con todos los enfermos del mundo, invitándonos a que también nosotros nos solidaricemos con los que sufren, con los que lloran  y con los que se angustian en sus enfermedades.

Luego de esto, Jesús mirando al cielo, mando imperativamente: “Ábrete” y al instante se le abrieron los oídos y comenzó a hablar sin dificultad.  Eso es lo que quiere hacer con nosotros el día de hoy, abrir nuestros oídos cerrados a la gracia, a la Palabra de Dios a todo lo que huela a compromiso, a las necesidades de los demás, haciéndonos oídos sordos ante la necesidad de los que nos rodean, volviendo la mirada cuando el que pasa a nuestro lado está siendo atacado o robado. Y quiere Jesús que en nuestros labios no exista la palabra de odio, de reproche, de rechazo y en cambio haya en nuestros labios la acogida, la sonrisa, y la bendición. Podemos hacerlo, no costará gran cosa, según el titulo no mi artículo.

El final del texto lo da el mismo San Marcos, que hace poner entre las gentes, que asombradas decían esas benditas palabras: “qué bien lo hace todo, hace oír a los sordos y hablar a los mudos”

Su amigo el P. Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx