23ª semana del tiempo
litúrgico. Viernes: Lc 6, 39-42
Jesús estaba
hablando, como muchas veces del amor, de la caridad, en lo cual se fundamenta
la participación en el Reino. Ahora va a concretar algunos aspectos de la
caridad en una especie de fórmulas sapienciales, que el evangelista llama
“parábolas”.
Y comienza con una
frase, que podría ser un refrán: “un ciego no puede guiar a otro ciego”.
Resulta que en la religión o el camino hacia Dios, todos debemos ayudarnos y
algunos tienen una obligación más especial de guiar, y todos debemos saber
dejarnos guiar. Pero el problema está en que algunos quieren guiar estando
“ciegos”. Y está como ciego quien, sin ser más, se cree prepotente o dueño del
otro.
Parecido a lo
anterior, aunque con una anotación diferencial, está la fórmula sapiencial de
que el discípulo no puede ser más que el maestro, porque dejaría de ser
discípulo. Hay muchas personas que, sin haber aprendido más, ni en la teoría ni
en el comportamiento, por el hecho de que han recibido un título, quizá
comprado, ya se creen como un verdadero maestro, cuando en verdad siguen siendo
discípulos. Jesús aquí tendría en cuenta su manera de actuar, no imponiendo
sino presentando y ofreciendo el Reino. Así quiere que sean sus discípulos.
Entonces, como
complemento y explicación práctica, vienen las preguntas inquisidoras y
sapienciales de Jesús. Desgraciadamente es muy frecuente el hecho de que muchos
ven los defectos pequeños ajenos muy engrandecidos, cuando no ven o quieren
empequeñecer los grandes propios. Las cosas suelen verse del color del cristal
por el que se mira. Hay gente que todo lo ve oscuro y viven tristes y
pesimistas, y hay otros que lo ven claro, alegre. Hoy en este evangelio se nos
invita a mirar las cosas y especialmente el prójimo con la mirada de
Jesucristo.
Y los ojos de Jesús
son de benevolencia. Hay que ser benévolos, que significa “querer bien”. Cuando
se ama de verdad a una persona, se tiende a achicar sus defectos. Cuando se la
odia, se engrandecen los defectos. Por eso decía que estas palabras tienen
mucho que ver con el precepto del amor. La gente suele ser menos mala de lo que
aparece a simple vista. Ser benévolos es creer en los demás.
Ser benévolos no
quiere decir que seamos indiferentes o ingenuos. Pero si amamos de verdad,
debemos tener en cuenta lo que nos dice san Pablo: el amor tiene paciencia,
todo lo excusa, todo lo perdona. Ser benévolo es ser imitador de la gran
misericordia de Jesús, que es la misericordia de Dios.
Esto de ver la mota
en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es muy frecuente y terrible entre
las personas; pero es mucho más terrible entre los grupos. ¿Por qué será que a
veces, en el terreno político, lo que hace un partido opuesto parece que todo
está mal hecho, y lo propio no? Nunca o casi nunca se alaba lo positivo. Y hay
muchas cosas buenas entre lo que hacen los enemigos.
Solemos ser muy
hipócritas. Debemos ser más exigentes con nosotros mismos para poder exigir a
los demás, aprender a ser corregidos para poder corregir a los demás. Dicen los
técnicos que para comprenderlo y practicarlo, se necesita un poco de buen
humor. Porque quien ve todo con el cristal de la amargura, ésta crecerá ante la
vista de un pequeño mal.
Jesús nos indica
con todo esto que por muy entendido que uno se crea, debemos sabernos rebajar o
ser como niños. Ahora nos habla de ser siempre discípulos del Señor, y también
estar siempre con mentalidad de aprender, de ser discípulos.
Cuando Jesús habla
de “ciegos” que quieren guiar, estaría pensando en los falsos profetas que
entonces y ahora y siempre han existido. Y de una manera más directa en los
“maestros de la ley” que debían guiar hacia el cielo a la gente; pero que ellos
mismos necesitaban mucha doctrina y mucho espíritu del bueno, que para ellos
creían no necesitar.