DOMINGO 24 ORDINARIO. Ciclo C

MADERAS HAY PARA SANTOS Y OTRAS PARA HACER CARBÓN

Hay en nosotros cierto pudor que nos impide mostrarnos como somos, sobre todo ante los que están cerca, los que nos conocen y nos han seguido la pista. Y pocas veces, entonces, nos atrevemos a preguntar a boca de jarro y en público: “¿Qué piensan de mí? Preferimos  a todas luces callar y pasar desapercibidos. Con Cristo no pasó lo mismo, pero no por la misma razón que nosotros. Poco antes de subir a Jerusalén, sabiendo que su muerte ya estaba cercana, quiso hacerle a sus discípulos dos preguntas: Ustedes que se mezclan con las gentes,  ¿Qué piensan esas gentes de mí? Y las respuestas comenzaron a llegar: pues que eres un gran profeta, que a lo mejor eres Elías que ha vuelto, o también Juan Bautista a quien acaban de matar, que haces bien todas las cosas, que te sienten cerca de ellos. Eso le sirvió a Cristo, para darse cuenta que las gentes no habían entendido su misión, pues él no era ningún profeta, sencillamente era el enviado del Padre, y que por lo tanto hablaba en nombre propio y venía sencillamente a mostrar el camino de la verdad, del amor y de la feliz convivencia de los hombres, rumbo precisamente a la casa del Padre.

Por lo tanto, hubo una segunda pregunta: ¿Y ustedes, qué piensan de mí? Era una pregunta crucial para Cristo, pues en ese momento haría para ellos un gran descubrimiento. Esta vez fue Pedro el que se adelantó a sus compañeros, pronunciando un acto de fe en la divinidad de Cristo Jesús: “Tú eres el Mesías de Dios”. Cristo quedó satisfecho con la respuesta, pues por lo menos sus apóstoles comenzaban a darse cuenta delante de quién estaban. Pero entonces comenzó a hacerles ver en claro lo que eso significaba, y el camino que él había escogido para salvar a todos los hombres. Les declaró que al llegar Jerusalén, encontraría una gran oposición de las autoridades civiles y religiosas, que le entregarían a la muerte, no sin antes someterlo a un juicio injusto, a ser torturado, a ser burla de la soldadesca, haciéndolo morir en una cruz. Fue demasiado el sobresalto en el ánimo de los apóstoles, al grado de que  Pedro que hacía poco que había exaltado su divinidad, ahora quiso aconsejar al Maestro, disuadiéndolo de tal actitud. Quizá le hizo ver que ellos eran muchos, que estaban fuertes, que se opondrían con todas sus fuerzas, para que eso nunca le ocurriera a él. Pero Cristo no secundó la iniciativa de Pedro, todo lo contrario, lo reprendió con palabras durísimas: “Apártate  de mí Satanás, tú no estás hablando según Dios, sino según los latidos de tu corazón”.  Fue muy duro para Pedro el reproche de Cristo. Y parecería que ahí iba a terminar todo, pero entonces Jesús fue llamando en torno a sí, a las gentes, para hacerles ver con claridad lo que él esperaba de sus auténticos seguidores, y abran bien sus oídos mis queridos lectores y atiendan bien lo que Cristo quiere de nosotros:

“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Aquí podríamos preguntarnos: ¿Nosotros vivimos según estas exigencias de Cristo? Ya de antemano nos damos cuenta que ser cristianos no significará sencillamente colgarnos una cruz de oro o de metal al cuello y luego mentarle la madre al que se te atraviesa cuando vas manejando a toda velocidad al trabajo porque te has quedado dormido en tu camita.

Por eso será bueno darle una repasadita a los requerimientos de Cristo:

“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo… renunciar a sí mismo, ¿Qué será eso? Cada uno de nosotros nos tenemos en el mejor concepto, y nos endiosamos con nuestra propia persona, con nuestros gustos, con nuestros placeres, con nuestros triunfos, y Cristo quiere que te INDEPENDICES de todo eso y te des cuenta  no eres tú el que ha de triunfar en ti sino Cristo y que te des cuenta de que eres un simple mortal, y tus triunfos, tus victorias, todo se quedará aquí, lo cual no quiere decir caminar con pesimismo por la vida, sino por esa nueva vida que Cristo ofrece a los suyos… “que tome su cruz”… el que quisiera una vida de triunfos y de placeres, y un sencillo arrepentimiento a la hora de la muerte, habría equivocado el camino, pues Cristo fue muy claro al respecto, y puedes estar seguro que tu muerte será sencillamente como hayas vivido. ¿Por qué no comenzar a vivir del brazo de Cristo, convirtiendo tu vida en una entrega gozosa  a quién te ha de dar la vida eterna?... “Y  que me siga”…  Ese seguimiento de Jesús no es por un ratito, es por toda la vida, Cristo no engaña, no promete vida y dulzura, el seguimiento de Jesús es duro, es austero, y no tiene vuelta atrás. Por eso le reclamaba Santa Teresa a Jesús: “Eres tan duro con los tuyos, que por eso tienes tan pocos amigos”.

María es la campeona en el seguimiento de Jesús,  primero en la austera casita de Jesús, donde había orden, donde cada quien tenía un papel que cumplir, sin estorbarse uno a los otros, con entrega, con generosidad, con respeto y con mucho amor, luego, acompañando de lejos aunque muy cercana al corazón de su Hijo que iba y venía por los caminos de Israel, y al final, fiel a su Hijo, acompañándole aún con peligro de su propia vida, hasta lo alto de la Cruz, y finalmente, alentando a la obra de Jesús, la Iglesia fundada por él para que fuera la que llevara su Evangelio a todas las naciones. ¿Por qué no invocarla para que nuestra propia cruz sea llevadera y demos buena cuenta de nuestra vida al final de nuestro camino?

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx