D O M I N
G O XXIV
( B ) (Marcos, 8, 27-35)
El amor
a tu Cruz, y las cruces de cada día, indispensable para Tú seguimiento. |
- El
relato evangélico tiene como dos partes importantes diferenciadas:
-
La pregunta de Jesús, queriendo saber lo que opinaban de El, la gente y sus discípulos.
-
Y, la dura increpación de Jesús a Pedro por querer interferir los planes de
Dios, llevado de sus meros sentimientos humanos.
1ª) “¿Quién dice la gente que soy
yo?”.
- El Señor quiso oír de labios
de sus discípulos qué opinión tenían de su Persona, la gente y sus más íntimos
seguidores.
- Si hoy hiciéramos una de
esas magnas encuestas al uso, preguntando al público: ¿Qué piensan, que opinión tienen de
Respuestas
alejadas de la realidad.
La de
aquellos que no ven en Jesús más allá de un personaje histórico, un líder que
fue capaz de arrastrar multitudes, que predicó una doctrina idealista y que, las
autoridades Judías y Romanas hubieron de quitárselo de en medio por
considerarlo un peligro para su seguridad.
Respuestas
parcialmente acertadas
La de quienes, con un poco de más acierto, sienten
admiración por su Persona, les parecen sublimes determinadas facetas de su
doctrina pero, no llegan a aceptar en su totalidad su Persona y su mensaje, y se hacen una especie de “Cristo a la
carta”, adaptado a los criterios de su razón.
Y la respuesta cabal
Y, no faltarían también quienes,
acertadamente, reconocieran que Jesús es, el
Hijo de Dios, el Mesías prometido, el
Salvador del mundo y
2ª) “¡Quítate
de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”
- Pero, ¡ojo!, aunque,
afortunadamente, pertenezcamos a ese último grupo que reconoce a Jesús en todas
sus prerrogativas, (también Pedro acababa de hacer una solemne alabanza de su
Persona), no basta hacer una confesión teórica
de
- Pedro, por revelación del
Padre, confiesa a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios pero, al momento,
cuando el Señor le habla de la cruz, se va a permitir disentir del modo de
pensar de su Maestro, lo que le mereció que el Señor tuviera que reconvenirlo y
llamarle ¡“Satanás”!.
- Lo que le ocurrió a Pedro,
nos puede suceder a nosotros que, confesemos “alegremente” al Hijo de Dios”,
sin interiorizar las consecuencias de ese reconocimiento. Y si, (como en esta
ocasión le sucedió a Pedro), no asumimos el indispensable camino de
- Aprendamos
- Hemos de tener en
más estima su palabra y su doctrina, que nuestros juicios humanos.
-
Procurar más, hacer la voluntad de Dios que intentar que Dios se adapte a la
nuestra.
- Y, ¡cómo no!, hemos
de esforzarnos por, “pensar como Dios,
y no como los hombres”, para
no merecer tan duro reproche del Señor.
Guillermo Soto