25ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Lc 9, 18-22
A veces tenemos
nosotros palabras que significan conceptos muy diversos. Hay otras que
significando más o menos lo mismo, originan interpretaciones diversas según las
circunstancias o las personas que las usan. Esto pasaba con la palabra
“Mesías”. Todos los israelitas tenían un gran concepto; pero había diversidad
de opiniones. Unos creían que la grandeza del Mesías debía ser totalmente
materialista, de modo que la expresión de mesías les sugería violencia,
creyendo que debería salvarles por medio de las armas.
Otros lo
consideraban más espiritual, le llamaban “el príncipe de la paz”; pero siempre
con sentido predominante ante los demás, especialmente los extranjeros, pues
debía dominar por la religión, que para ellos eran las ideas y sobre todo las
leyes religiosas. Diferente era el parecer de Jesús.
Los apóstoles, que
habían visto hacer a Jesús varios milagros, debían tener ya un gran concepto de
Jesús; pero estaban bastante desorientados, pues, teniendo el sentido de un
mesianismo terreno, quizá militar, veían que las acciones de Jesús no hacían
surgir motivos de violencia, y a todos parecía tratar de modo parecido.
A Jesús le pareció
que era la hora de irles explicando el verdadero concepto de “Mesías”. Por eso,
como para las ocasiones importantes, se prepara con la oración. Él era un
verdadero hombre y en muchos momentos necesitaba la ayuda de Dios. Nos enseña
que la oración es necesaria para podernos entregar en las manos de Dios. También
para tener la luz del Espíritu en situaciones dificultosas.
Como un preámbulo
les pregunta quién dice la gente que es él. Había quienes decían cosas malas de
Jesús; pero ellos dicen las cosas buenas sobre lo que opinaba la gente, cuando
conversaban con ellos. Lo normal es que comentaran que podía ser un profeta.
Algunos especificaban diciendo que sería Elías, vuelto a nacer, o el mismo Juan
Bautista, que habría resucitado.
Jesús después les
pregunta a ellos directamente: “Quién soy yo”. Como en otras ocasiones, es
Simón Pedro el más voluntarioso, quien responde en nombre de los demás: “Tu
eres el Mesías”, o “el Ungido de Dios”. Lo malo estaba en que el concepto que
tenía entonces san Pedro sobre el Mesías no era el mismo que el que tenía
Jesús. Por eso tuvo que explicarlo y tuvo que decirles que no lo dijeran a
nadie, porque lo explicarían mal y los oyentes lo entenderían peor.
Jesús les enseña, y
nos enseña a nosotros, que ser Mesías o salvador significa sacrificarse por los
demás hasta tal punto que a Él le van a llevar a la muerte, después de ser
rechazado por los que se creen más importantes en asuntos de religión. Aunque
también es verdad que el Mesías salvador no terminará en la muerte, sino que
será glorificado por Dios por medio de la resurrección.
También hoy se nos
pregunta a cada uno de nosotros, no sólo quién es Jesús, que en teoría quizá lo
sabemos muy bien; sino qué representa Jesús en nuestra vida. Se nos pregunta si
Jesús representa más que las cosas materiales, que las ambiciones, que las
preocupaciones materialistas. Jesús nos dice que si Él es el salvador para
nosotros, debemos seguir sus pasos y darnos cuenta que lo más grande en nuestra
vida es cuando estamos sirviendo a los demás, haciendo el bien.
Sabemos que el
final será también para nosotros la resurrección; pero muchas veces no se ve.
Jesús optó por un mesianismo de dulzura y de perdón, no por uno político o de
venganzas. Esta elección le llevaría a la muerte. Pero como el hecho de
entregarse a Dios Padre es entregarse al Amor, ese Mesías, y quien le siga,
tiene que terminar en la gloria de la resurrección.