27ª semana del tiempo
ordinario. Domingo B: Mc 10, 2-16
Varias veces nos
muestra el evangelio el hecho de que los fariseos se acercan a Jesús para
hacerle alguna pregunta-trampa. Esto lo solían hacer porque había diversas
opiniones sobre algo entre los mismos fariseos, o entre los fariseos y
saduceos, o entre judíos patriotas y partidarios de los romanos. La trampa
consistía en que si Jesús respondía una u otra cosa, siempre se iba a enemistar
con algunos. Pero siempre Jesús, siguiendo la verdad y la caridad, no respondía
como ellos lo habían planeado. Hoy le preguntan sobre el divorcio. La razón era
porque había dos posturas contrapuestas entre los entendidos o comentaristas de
la ley. Unos eran tan liberales que afirmaban que el hombre podía divorciarse
por cualquier cosa, por ejemplo, que la comida no estuviera según su gusto.
Otros en cambio exigían motivos más graves.
Jesús les responde
que ni mucho ni poco, que no se pueden divorciar, aunque lo dijera Moisés. En
realidad no había sido Moisés quien lo había permitido, sino leyes muy
posteriores, y había sido por evitar, al parecer, males peores. Jesús apela a
Para algunos les
parece algo demasiado opresivo. También les debió parecer a los apóstoles y,
por si acaso había exagerado o se había equivocado, cuando están solos con Él,
se lo vuelven a preguntar. Jesús les dice que el casarse con otra, y lo mismo
la mujer con otro, es cometer adulterio. Algunos ven estas palabras en sentido
represivo; pero hay que verlas en sentido positivo. Se trata de ver la grandeza
del matrimonio, sobre todo si está ratificado con el sacramento. Es el triunfo
del amor, que representa además el amor de Dios a la humanidad o el amor de
Jesucristo a
Para cultivarlo,
entre otros consejos, decimos que hay que saber dialogar. Para ello hay que
saber escuchar, estar atentos a los detalles y estar por encima de los
sentimientos. Y también pedir gracia a Dios, ya que el divorcio viene cuando
nos domina el egoísmo, la soberbia y tantos vicios. Después del divorcio suelen
venir las consecuencias negativas para ellos y para toda la familia, especialmente
los hijos.
Hay muchas
palabras, que hoy están desvirtuadas, como es el amor y como es el matrimonio.
Éste es la unión estable y libre entre un varón y una mujer, jurídicamente
reconocidos por el estado o por
Termina hoy el
evangelio con una escena de niños, afirmando Jesús que debemos recibir el Reino
de Dios como niños. No se trata de recomendar una actitud ingenua y mucho menos
de irresponsabilidad. Está hablando sobre todo de acoger el Reino de Dios, y
entre las cosas del Reino de Dios están sus palabras sobre el divorcio. Para
acoger estas palabras no debemos ser egoístas o soberbios o creídos que
rechazan este gran don de Dios, sino debemos ser como los niños que están
siempre dispuestos a recibir los regalos. Tener un alma sencilla o abierta ante
Dios es muy importante, porque Dios sabe mucho más que nosotros, cuál es la
felicidad que nos conviene.
Hoy más que
argumentos, veamos a tantos buenos esposos que, a pesar de las dificultades de
la vida, hacen brillar su amor, como el oro se abrillanta más con el tiempo, y
le dan gracias a Dios por ese amor que procuran aumentar cada día.