XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Observaréis, mis queridos jóvenes lectores,
el excesivo interés que se pone hoy en día en dar importancia al mundo animal.
A los perros de compañía, a los salvajes, a los gatos, a la vida de las
gallinas y hasta a la vida y muerte, si es preciso, de los cerdos o de los
ratones de experimentación y estudio en los laboratorios. No dudo que merece el
mundo animal y el vegetal mis respetos. Por parecido que sea el genoma humano
al mamífero más superior y por fiel compañía que otros sean capaces de ofrecer
al más solitario y desprotegido ser humano, nunca podrán identificarse,
compenetrarse y amarse ambos totalmente.
2.- En los inicios del libro del Génesis, el que
siempre ocupa el primer lugar del conjunto de los escritos bíblicos, la escena
de la creación de la pareja humana es una narración preciosa. Creo que ningún
otro relato ha inspirado a tantos artistas, sean pintores o escultores, tal es
así, que cuando uno visita un templo, sea catedral o monasterio, que ofrezca al
visitante una entrada solemne, un pórtico elegante, adornando sus superficies
con escenas atractivas, puede estar seguro de que encontrará plasmado esta
descripción.
3.- Los artistas, generalmente, se han contentado
con expresar el encanto de esta tradición y presentarán al varón solemne y a la
mujer bella sin par. Esta es su propia genialidad. La liturgia de hoy, sin
negar estas cualidades, nos proclama la enseñanza, la catequesis que en la
Biblia se encierra.
4.- Debe uno remontarse a tiempos muy antiguos y
reconocer que la hembra humana había sido en muchos casos sometida a una
exclusiva función reproductora. Vivía ella abrigada en la caverna, esperando la
llegada del varón que había marchado a cazar o a luchar, permanecía pasivamente
para ser “el descanso del guerrero” o la proveedora de prole para la tribu. Era
necesaria su existencia para que la raza subsistiese. La fruta, los huevos,
ciertos animales eran alimento y, en algunos casos protección, en otros
peligros. Poco a poco iba descubriendo las cualidades e inconvenientes de cada
uno y se acordaba de lo que por experiencia había aprendido, eso significa el
irles dando nombres, que así lo llama el texto. Pero la mujer era algo más,
pese a que con frecuencia la tuviera marginada de los aconteceres del hábitat
donde residían. Era reproductora, función precisa y preciosa, sin otorgarle la
completa categoría humana.
5.- El autor inspirado del Génesis quiere
proclamar la paridad de ambos. Si acudir a análisis que no hubieran sido
propios de la época, dice que ella ha sido sacada de él, del centro de su
cuerpo, próximo al corazón, luego su substancia, su misma calidad, deberá ser
humana totalmente como lo es la suya.
El varón que había ido sirviéndose de los
animales para satisfacer sus necesidades más perentorias, descubre que le
faltaba algo o alguien con quien identificarse y a la postre, a quien amar de
igual a igual. No existían espejos por entonces, al mirarla a ella, veía su
imagen, se veía a sí mismo, se sentía satisfecho en ello. Para el varón la
mujer le era tan suficiente, que por ella abandonaba a los suyos y se uniría a
los de ella. (Aquí recoge el narrador ancestrales costumbres matriarcales.)
La unión matrimonial, que no era puramente
genital, la compañía, que no era sola presencia, sino compartir ensueños,
proyectos y realizaciones, creaba la familia. Una sola carne, un solo ideal, un
solo destino.
6.- No es extraño que en posteriores épocas, la
genialidad profética, haya proclamado que el amor de Dios a los hombres, sus
predilectos, era semejante a la felicidad que hallaba el esposo con su esposa (Is 62, 5) ¿Soñáis vosotros, mis queridos jóvenes lectores,
que cada enamoramiento, que vuestro enamoramiento, entraña estos y muchos otros
saludables misterios?
7.- El fragmento evangélico de la misa de este
domingo nos lo presenta San Marcos en un escenario aburrido. Los fariseos,
hombres serios y seguros de sí mismos, no están dispuestos a manejarse en
ámbitos poéticos. Quieren moverse y llevar al Maestro a la palestra de la
prosaica realidad. Ellos son eruditos intelectuales y jurisconsultos. En su
terreno quieren lidiar.
Me crispa quien define el matrimonio cristiano
por sus límites, sus ausencias, sus prohibiciones. A nadie se le ocurre
explicar qué es y cómo es una preciosa copa de cristal tallado de bohemia,
aludiendo de inicio a su fragilidad, o un delicado perfume por la posibilidad
de que si quedara destapado el pomo que lo contiene, se evaporaría Son puras
limitaciones, que no ensombrecen las cualidades de ambos.
8.- Conoce el Maestro, como buen rabí que es, los
preceptos a los que está sometido el matrimonio, pero que no empañan su sublime
realidad. Quien lo ensucia será más culpable por la dignidad a la que ha sido
elevado. (Mucho más aún debemos nosotros ahora reconocerla al ser elevado a
sacramento y símbolo viviente del Amor del Señor por su Esposa la Iglesia).
Un apartado que veo que el misal advierte que
puede no proclamarse hoy, se refiere a la relación que se debe tener con los
niños, a lo que en realidad son los niños. Dejad que los niños se acerquen a
mí…
9.- El niño que llevamos dentro y que no
debiéramos ignorar o asesinar nunca, aquel que nos permite soñar ingenuamente y
con candorosa pasión mantenernos jóvenes de espíritu, pese a que la edad nos
convierta en ancianos, ese es el que nos torna semejantes a ellos y nos permita
aceptar el Reino de Dios con ilusión.
(Y os advierto a vosotros, mis queridos jóvenes
lectores, que redacto estas líneas hoy, fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús,
santa joven, murió a los 24 años, santa declarada doctora de la Iglesia por la
simplicidad de su doctrina. Más de una vez he visitado la que fue su casa en
Lisieux, en la baja Normandía, Francia. No puedo olvidar sus cuadernos, sus
juguetes, su jardín donde a su santo padre le explicaba sus cuitas… allí
germinó y fraguó su santidad, iba creciendo, viajando y aprendiendo, pero que
nunca dejó de ser inocente niña. La niñita que alegrase con su amor, no sabía
ser otra cosa, a Jesús)-