«JUNTO A LOS JÓVENES, LLEVEMOS EL EVANGELIO A TODOS»

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas,

para el 27° domingo durante el año

[07 de octubre de 2018]

 

Este mes de octubre tenemos varios motivos para pedir, reflexionar y orar. Por un lado, rezamos por las familias. En la diócesis venimos acentuando esto que fue una de nuestras prioridades desde el primer Sínodo diocesano del año 2007. Ha sido un tema pastoral que, además, hemos intensificado a partir de los sínodos de la Iglesia y la exhortación «Amoris Laetitia» del Papa Francisco. El próximo 10 de octubre celebraremos una misa a las 18 hs. en nuestro Santuario de Loreto para pedir y agradecer por nuestras familias a nuestra Madre de Loreto. Allí llevaremos nuestras peticiones, dolores, preocupaciones y agradecimientos como familia a los pies de nuestra Madre. Será un momento intenso al que todos estamos invitados.

También en este mes de octubre se realiza en Roma el Sínodo sobre los jóvenes. En ese contexto, y como cada año, al dedicar este mes a la oración por las misiones, el papa Francisco nos envía un mensaje que se denomina: «Junto a los jóvenes, llevemos el Evangelio a todos». En este primer domingo de octubre nos dedicaremos a asumir este texto y reflexionar junto al Papa:

«Queridos jóvenes, deseo reflexionar con ustedes sobre la misión que Jesús nos ha confiado. Dirigiéndome a ustedes lo hago también a todos los cristianos que viven en la Iglesia la aventura de su existencia como hijos de Dios. Lo que me impulsa a hablar a todos, dialogando con ustedes, es la certeza de que la fe cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la misión que Cristo nos confía. «La misión refuerza la fe», escribía san Juan Pablo II (Carta enc. Redemptoris missio, 2), un Papa que tanto amaba a los jóvenes y que se dedicó mucho a ellos.

El Sínodo que celebraremos en Roma el próximo mes de octubre, mes misionero, nos ofrece la oportunidad de comprender mejor, a la luz de la fe, lo que el Señor Jesús les quiere decir a los jóvenes y, a través de ustedes, a las comunidades cristianas.

Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando es joven en edad, siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia adelante nuestra existencia. Nadie mejor que los jóvenes percibe cómo la vida sorprende y atrae. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío. Conozco bien las luces y sombras del ser joven, y, si pienso en mi juventud y en mi familia, recuerdo lo intensa que era la esperanza en un futuro mejor. El hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión nuestra, nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

La Iglesia, anunciando lo que ha recibido gratuitamente (cf. Mt 10,8; Hch 3,6), comparte con ustedes, jóvenes, el camino y la verdad que conducen al sentido de la existencia en esta tierra. Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, se ofrece a nuestra libertad y la mueve a buscar, descubrir y anunciar este sentido pleno y verdadero. Queridos jóvenes, no tengan miedo de Cristo y de su Iglesia. En ellos se encuentra el tesoro que llena de alegría la vida. Se lo digo por experiencia: gracias a la fe he encontrado el fundamento de mis anhelos y la fuerza para realizarlos. He visto mucho sufrimiento, mucha pobreza, desfigurar el rostro de tantos hermanos y hermanas. Sin embargo, para quien está con Jesús, el mal es un estímulo para amar cada vez más. Por amor al Evangelio, muchos hombres y mujeres, y muchos jóvenes, se han entregado generosamente a sí mismos, a veces hasta el martirio, al servicio de los hermanos. De la cruz de Jesús aprendemos la lógica divina del ofrecimiento de nosotros mismos (cf. 1 Co 1,17-25), como anuncio del Evangelio para la vida del mundo (cf. Jn 3,16). Estar inflamados por el amor de Cristo consume a quien arde y hace crecer, ilumina y vivifica a quien se ama (cf. 2 Co 5,14). Siguiendo el ejemplo de los santos, que nos descubren los amplios horizontes de Dios, los invito a preguntarse en todo momento: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?».

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas