DOMINGO 28 ORDINARIO. CICLO B

NADIE AL CIELO RICO VA, TODO AQUÍ SE QUEDARÁ 

 

¿Cristo quiso un mundo de harapientos y desocupados? ¿Él defendía que unos nacen para gozarlo todo y otros muchos que se contenten con ser los pobres del mundo? ¿De verdad la riqueza es una bendición de Dios y los que no tienen nada pueden considerarse los “jodidos” de Dios? A todas las preguntas hay que responder que no, definitivamente que no. A veces la Sagrada Escritura y Cristo mismo dan esa impresión, pero definitivamente tenemos que considerar que si la riqueza salió de las manos de Dios, no puede ser mala, y lo malo es el uso que hacemos de ella, pues el que goza, el que tiene, el que disfruta, puede llegar a pensar que todo eso se le debe y es suyo de todas todas. Quizá el texto evangélico que consideramos este día nos va a dar luz sobre este interesantísimos asunto de las riquezas materiales. Todo parte de aquél día en que un hombre joven se acercó a Jesús en el camino, se puso de rodillas, y con todo el amor de su corazón le preguntó que debía hacer para poseer la vida eterna. Cristo, viendo su sinceridad,  lo tomó de los hombros, y con toda naturalidad le fue explicando los mandamientos, sobre todo aquellos que se refieren al trato que debemos dar a los hombres.  Cristo comenzó a hablar, pero el joven lo interrumpió para decirle que todas esas cosas ya las venía cumpliendo desde su infancia, gracias a la educación y el buen ejemplo de sus padres.

Entonces Cristo lo atrajo un poco más hacia él, lo abrazó, porque era un hombre noble, y entonces Jesús fue diciéndole las palabras que escucharemos a continuación y que nosotros tendríamos que ir meditando  en cámara lenta, porque éste es el mensaje: “Solo una cosa te falta: Ve… vende lo que tienes,… da el dinero a los pobres… y así tendrás un tesoro en los cielos. Después,… ven y sígueme”.

Solo una cosa te falta… a veces pensamos que porque fuimos bautizados, porque vamos a Misa cada domingo, porque damos limosna en la iglesia porque nos confesamos por allá cada año por la cuaresma y porque oramos puntualmente por los difuntitos ya la hicimos. Cristo no piensa así, quiere un poco más, más entrega, más generosidad para los que no tienen la posición que tienes tú, en una palabra Cristo está esperando el amor efectivo y afectivo a tus hermanos.

Da el dinero a los pobres… Es verdad que con el trabajo, con el ingenio, con la perseverancia se llega a ser fortuna, pero este es el momento decisivo, porque definitivamente aunque a sí te costó el trabajo, no todo lo que tienes te pertenece, una parte le corresponde a tus hermanos los hombres, porque la riqueza fue creada para repartirla entre los hombres y tú no puedes acumular y guardar, o a lo mejor derrochar, disfrutar, gozar, viajar y hacer ostentación de lo tuyo, de tus coches, de tus casas, de tus departamentos, mientras tus empleados malamente la van pasando con los sueldos miserables que son el único sostén para la familia entera.  Está bien la propiedad privada, pero sin olvidarnos de lo que San Juan Pablo II llamaba la “hipoteca social”, los bienes son para todos los hombres.

Y así tendrás un tesoro en el cielo… Algo que nosotros tendríamos que pedir a Cristo cada que nos acercamos a él, pues definitivamente las riquezas de aquí, aquí se quedarán, te dirán a las puertas de la muerte: “adiós, adiós, nos diste todo tu amor, tu cariño y tu empeño, pero nosotros aquí nos quedamos”… y si no te preocupaste de adquirir esa riqueza en el Reino de los cielos, cuando llegues allá te encontrarás con las manos vacías y así se quedarás por siempre.

Después… ven y sígueme. Un seguimiento que no termina, que no se acaba, así tendrá que ser la vida del cristiano, un ir cada día tras de Cristo, manifestado en la cara del pobre, del niño, del compañero, de la cocinera, de los que duermen bajo los puentes, del obrero desocupado, del marido, de la mujer de la limpieza, del forastero, de los migrantes, del enfermo, del preso y así una lista interminable de gentes en las que Cristo te está esperando.

Casi me olvidaba decir que aquél joven que se acercó a Cristo, al ver sus exigencias, tuvo que agachar su cabeza y marcharse en silencio, porque pesaron en su ánimo las riquezas que en su tiempo se consideraban una bendición de Dios, pero se perdió la gran riqueza que Cristo le estaba proponiendo.

Al final de mi consideración, se impone la pregunta: ¿Qué harás con tus propios bienes?

Si consideraste importante mi mensaje, ¿por qué no lo distribuyes entre tus amistades? O puedes escribirme a alberami@prodigy.net.mx