«LOS JÓVENES Y LA MISIÓN»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 28° domingo durante el año
[14 de octubre de 2018]
En Este domingo, y en el
contexto de este mes de octubre en que rezamos por las misiones, continuamos
con el mensaje que nos envió el Papa Francisco: «Junto a los jóvenes, llevemos el
Evangelio a todos».
Allí nos dice:
También ustedes, jóvenes, por el Bautismo
son miembros vivos de la Iglesia, y juntos tenemos la misión de llevar a todos
el Evangelio. Ustedes están abriéndose a la vida. Crecer en la gracia de la fe,
que se nos transmite en los sacramentos de la Iglesia, nos sumerge en una
corriente de multitud de generaciones de testigos, donde la sabiduría del que
tiene experiencia se convierte en testimonio y aliento para quien se abre al
futuro. Y la novedad de los jóvenes se convierte, a su vez, en apoyo y
esperanza para quien está cerca de la meta de su camino. En la convivencia
entre los hombres de distintas edades, la misión de la Iglesia construye
puentes inter-generacionales, en los cuales la fe en Dios y el amor al prójimo
constituyen factores de unión profunda.
Esta transmisión de la fe, corazón de
la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio” del amor, en el que la
alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de
la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos,
dilatados por el amor. No se puede poner límites al amor: fuerte como la muerte
es el amor (cf. Ct 8,6). Y esa expansión crea el encuentro, el testimonio, el
anuncio; produce la participación en la caridad con todos los que están
alejados de la fe y se muestran ante ella indiferentes, a veces opuestos y
contrarios. Ambientes humanos, culturales y religiosos todavía ajenos al
Evangelio de Jesús y a la presencia sacramental de la Iglesia representan las
extremas periferias, “los confines de la tierra”, hacia donde sus discípulos misioneros
son enviados, desde la Pascua de Jesús, con la certeza de tener siempre con
ellos a su Señor (cf. Mt 28,20; Hch 1,8). En esto consiste lo que llamamos missio ad gentes. La periferia más desolada de
la humanidad necesitada de Cristo es la indiferencia hacia la fe o incluso el
odio contra la plenitud divina de la vida. Cualquier pobreza material y
espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es siempre
consecuencia del rechazo a Dios y a su amor.
Los confines de la tierra, queridos
jóvenes, son para ustedes hoy muy relativos y siempre fácilmente “navegables”.
El mundo digital, las redes sociales que nos invaden y traspasan, difuminan
fronteras, borran límites y distancias, reducen las diferencias. Parece todo al
alcance de la mano, todo tan cercano e inmediato. Sin embargo, sin el don
comprometido de nuestras vidas, podremos tener miles de contactos pero no
estaremos nunca inmersos en una verdadera comunión de vida. La misión hasta los
confines de la tierra exige el don de sí en la vocación que nos ha dado quien
nos ha puesto en esta tierra (cf. Lc 9,23-25). Me
atrevería a decir que, para un joven que quiere seguir a Cristo, lo esencial es
la búsqueda y la adhesión a la propia vocación.
Agradezco a todas las realidades
eclesiales que les permiten encontrar personalmente a Cristo vivo en su
Iglesia: las parroquias, asociaciones, movimientos, las comunidades religiosas,
las distintas expresiones de servicio misionero. Muchos jóvenes encuentran en
el voluntariado misionero una forma para servir a los “más pequeños” (cf. Mt
25,40), promoviendo la dignidad humana y testimoniando la alegría de amar y de
ser cristianos. Estas experiencias eclesiales hacen que la formación de cada
uno no sea solo una preparación para el propio éxito profesional, sino el
desarrollo y el cuidado de un don del Señor para servir mejor a los demás. Estas
formas loables de servicio misionero temporal son un comienzo fecundo y, en el
discernimiento vocacional, pueden ayudaros a decidir el don total de vosotros
mismos como misioneros.
Las Obras Misionales Pontificias
nacieron de corazones jóvenes, con la finalidad de animar el anuncio del
Evangelio a todas las gentes, contribuyendo al crecimiento cultural y humano de
tanta gente sedienta de Verdad. La oración y la ayuda material, que
generosamente son dadas y distribuidas por las OMP, sirven a la Santa Sede para
procurar que quienes las reciben para su propia necesidad puedan, a su vez, ser
capaces de dar testimonio en su entorno. Nadie es tan pobre que no pueda dar lo
que tiene, y antes incluso lo que es. Me gusta repetir la exhortación que
dirigí a los jóvenes chilenos: «Nunca pienses que no tienes nada que aportar o
que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo.
Cada uno de ustedes piénselo en su corazón: Yo le hago falta a mucha gente»
(Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, 17 de enero de 2018).
¡Un saludo cercano y hasta
el próximo domingo.
Mons. Juan
Rubén Martínez, obispo de Posadas