TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXX B
(28-octubre-2018)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Presencia
del amor misericordioso de Dios en el pueblo de Israel,
en
la Iglesia y en el ciego Bartimeo
ü Lecturas:
o Profeta
Jeremías 31, 7-9
o Carta
a los Hebreos 5, 1-6
o Marcos
10, 46-52
ü Una
de las certezas más profundas que nos ofrece el Cristianismo es saber que no
estamos solos. Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, asumió nuestra condición
humana para así manifestarnos en su plenitud el plan de Dios y mostrarnos el
camino. Su amor misericordioso está siempre presente en los momentos de alegría
y también cuando nos sentimos derrotados. Los invito, pues, a profundizar en lo
que significa la presencia del amor misericordioso de Dios en la vida del
pueblo de Israel, en el peregrinar de la Iglesia y en la vida del ciego
Bartimeo. La liturgia de este domingo nos ofrece unos textos bíblicos muy
iluminadores.
ü Empecemos
por el relato del profeta Jeremías. La escena describe el regreso del pueblo a
su tierra después de la dolorosa experiencia del destierro. Durante sus años de
sufrimiento en tierra extraña, la comunidad de Israel tuvo la oportunidad de reflexionar
sobre su conducta, la Alianza y la promesa. Esta crisis tan dolorosa purificó
al pueblo, que reencontró el camino del Señor.
ü La
comunidad no estuvo sola en un momento tan doloroso. Siempre estuvo presente el
Dios de la Alianza. Por eso el profeta Jeremías escribe: “Griten de alegría por
Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: El
Señor ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel”.
ü Una
cosa es leer los acontecimientos humanos desde una perspectiva causa-efecto; en
esa lectura, la experiencia del destierro era un fracaso político que implicaba
empezar desde cero a construir un proyecto de nación. Otra cosa muy distinta es
descubrir el plan de Dios a través del entramado de la historia; allí los fracasos
dejan de ser tales y adquieren un sentido, tienen un para qué. Por eso el
profeta escribe: “Los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que
no tropezarán. Porque yo soy para Israel como un padre”.
ü Dirijamos
ahora nuestra mirada a la Iglesia peregrina. En sus dos mil años de historia,
la Iglesia ha vivido todo tipo de experiencias: de paz y persecución, de santidad y pecado, de pureza evangélica
y ambiciones de poder. Y en todos esos capítulos de luces y sombras, el Espíritu
Santo siempre ha acompañado a la Iglesia, que ha salido purificada y fortalecida.
ü Estamos
viviendo un momento muy doloroso en la vida de la Iglesia por causa de los
escándalos de sacerdotes y obispos. Todos nos preguntamos cómo fue posible que
estos vergonzosos comportamientos alcanzaran semejantes proporciones y fueran
silenciados. La credibilidad de la Iglesia ha quedado seriamente dañada. El Espíritu
Santo, que no abandona a la Iglesia, ha escogido al Papa Francisco para liderar
a la comunidad eclesial en circunstancias tan difíciles. Él ha tenido el valor
de confesar los pecados de la Iglesia, ha pedido perdón a las víctimas, ha castigado
a los responsables sin importar su jerarquía y ha dado unas instrucciones muy
precisas para que estas situaciones no se vuelvan a presentar. En este momento
de crisis debemos orar por la Iglesia y por el Papa Francisco para que esta
situación de sufrimiento y pecado se convierta en una experiencia de
conversión, de purificación y transformación. La Iglesia no está sola. El
Espíritu Santo la guía.
ü Veamos
ahora cómo se hace presente el amor misericordioso de Jesús en la vida de
Bartimeo, el ciego que vivía de la limosna que recogía junto al camino. El
relato evangélico es muy ágil e intenso. A través de expresiones concisas nos comunica
la emoción que siente Bartimeo al darse cuenta de que Jesús pasaba junto a él;
había escuchado los relatos de sus curaciones y comprendió que esa era la
ocasión de su vida. ¿Qué hizo? Gritar. “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de
mí!”
ü Podemos
imaginar la emoción de Bartimeo cuando escuchó: “¡Ánimo! Levántate porque Él te
llama”. En medio del ruido de la calle, Jesús oyó la petición de este hombre.
Tenemos que confesar que nos sorprende la pregunta que le hizo Jesús: “¿Qué
quieres que haga por ti?”. Es una pregunta absolutamente obvia. Sin embargo,
parecería que Jesús la hace para facilitarle
a Bartimeo este encuentro. La respuesta, igualmente obvia, fue: “Maestro, que
pueda ver”.
ü Se
han escrito muchos comentarios sobre esta petición de Bartimeo: “Maestro, que
pueda ver”. De forma simple y profunda sintetiza muchas aspiraciones del ser
humano, porque el verbo VER no solo se refiere al sentido corporal de la vista;
también tiene muchos otros significados en cuanto a la búsqueda de la verdad,
el amor, el sentido de la vida.
ü Nosotros,
como Bartimeo, también tenemos que decir: “Maestro, que pueda ver”. Ciertamente,
nuestra capacidad de comprensión de la realidad está distorsionada por muchos
factores: ignorancia, prejuicios, ambiciones, orgullo. Por eso nos equivocamos
con frecuencia en las decisiones que tomamos. Necesitamos que el Señor Jesús
nos abra los ojos para que veamos la realidad a través de los valores del Evangelio,
y en todo queramos amar y servir,
como dice Ignacio de Loyola.
ü Esta
meditación dominical sobre la presencia del amor misericordioso de Dios en la
vida del pueblo de Israel, en la Iglesia y en el ciego Bartimeo nos llena de
confianza. No estamos solos.