XXX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B

No cierra una puerta Dios sin abrir de nuevo dos.

 

Los textos de la Escritura de este día, vienen cargados de  una alegría, un  dinamismo y un contento que se contagia y nos hace sentir muy cercana la presencia de Cristo el Salvador.  Jeremías abre el mensaje lleno de esperanza: “He aquí que yo los hago volver… y los congrego desde los confines de la tierra. Entre ellos vienen el ciego y el cojo, la mujer encinta y la que acaba de dar a luz… vienen llorando, pero yo los consolaré y los guiaré, los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que no tropezarán…” Palabras que se cumplen en la persona de Cristo que ha sido ungido por su Padre como Pontífice que se compadece de su pueblo, quien ofrenda su propia vida y su persona para que todos los que confíen en él tengan la Vida que él viene a anunciar.

Y así llegamos a toparnos con San Marcos Evangelista que en un texto vibrante nos presenta un detalle en la vida de Cristo que a mí me emociona personalmente. Todo ocurrió en Jericó, una de las ciudades más antiguas de la humanidad. Él ya salía de la ciudad, donde había atraído a las multitudes que se mostraban alegres por tan singular visita. Y  ahí a las puertas de la ciudad, se encontraba un pobre ciego que estirando la mano para atraer la buena voluntad de las gentes, se ganaba la vida y la subsistencia. Se dio cuenta de que algo extraordinario estaba pasando en ese momento. Preguntó de qué se trataba, y cuando lo supo, comenzó a grita con fuerte voz: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”, pues supuso que era la gran oportunidad de la vida de gozar de la vista que nunca tuvo.  Ya sabemos que las multitudes son así. Impredecibles. Por eso,  cuando el ciego gritaba más fuerte, las gentes que quizá esperaban recibir una palabra o una caricia o un milagro de Cristo, lo veían como un contrincante al que había que aplacar, y por eso  enérgicamente le mandaban que se callara.  Pero convencido de la gran oportunidad de su vida, gritaba cada vez con todas las fuerzas que le permitían su pobre condición. Y tanto fue el alboroto  que causó, que Cristo se detuvo y dijo: “Llámenlo”.  Y curiosamente las gentes que hacía poco le pedían que se callase, y que a lo mejor le habían dado una patada para tenerlo a raya, ahora querían ayudarle a que se acercara al Maestro. Querían darle la mano, Pero inspirado por un poder superior, el ciego tiró a un lado su manto, que era la única cosa que tenía en el mundo, y de un salto se puso de pie y se acercó a Jesús.¿Cómo le haría?  pero así se presentaron las cosas. De un salto, a pesar de su ceguera, se puso delante de Jesús.  Y cuando lo tuvo cerca, Cristo,  con gran comedimiento le preguntó: “qué quieres que yo haga por ti”.  Ya podemos imaginar la emoción que embargaría al ciego, de manera que con todas sus fuerzas, le pidió: “Maestro, que pueda ver”. ¿Qué otra cosa podría pedirle? ¿Nosotros hubiéramos hecho otro tanto? Y Jesús, a diferencia de otras ocasiones, en que él tocaba con su mano al enfermo,  viendo la gran fe del ciego exclamó: “Vete, tu fe te ha salvado”, y al momento recobró la vista. ¡Qué gran confianza en Cristo Jesús! ¿Así será la fe de los que asistimos a Misa los domingos cuando Cristo está ofreciendo la Salvación, cuando lo tenemos tan cerca, más cerca indudablemente que el pobre ciego, pues lo podemos recibir en la intimidad del corazón? Es una pregunta que tenemos plantearnos  y que cambiaría por completo nuestra actitud hacia Cristo e indudablemente hacia los que formamos esta gran comunidad humana, y nunca nos atreveríamos a impedir que el que quiere acercarse al Maestro se vea impedido por nuestra burla o nuestro enojo y menos con una negativa para que el empleado o el trabajador pueda disponer de tiempo para el encuentro dominical con Cristo Jesús.

Pero la cosa no terminó ahí, pues Bartimeo, que así se llamaba el que había sido ciego, libre de aquella oscuridad que había entenebrecido toda su vida, que lo había tenido aislado de sus seres queridos y lo había apartado de contemplar el cielo azul  en el día y el cielo lleno de estrellas por las noches, ahora podía moverse a su antojo, y usando de la libertad que ahora le concedía la vista, se fue tras de Jesús, como un discípulo más. No sabemos hasta dónde y por cuánto tiempo, pero se fue  siguiendo los pasos del Maestro. ¡Nueva lección para nosotros que concurrimos por cumplido a nuestra Eucaristía! y tenemos la inquietud de salir pronto de la iglesia para proseguir nuestras tonteras y pasamos casi atropellando a los que buscan la compasión de los cristianos, solicitando una ayuda para sus urgentes necesidades, y nos volvemos ciegos ante los que organizan  por ejemplo una campaña para la cruz roja o el asilo de ancianos, o incluso ante  los que buscan asociarse para defender la vida del pequeño en el vientre esa mujer  que está pensando en acabar de una vez por todas con  la vida de su pequeño indefenso alojado en su propio vientre!

El ciego de hoy, puede, pues, convertirse en un ejemplo  de confianza y seguimiento de Cristo Jesús que ofrendó su vida y supo acercarse a todos, dándoles la luz de la fe y de la esperanza de que la maldad que se anida hoy el corazón de muchas gentes, de paso a una humanidad unida en el amor, en la justicia y en la caridad.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda está esperando que si has visto el mensaje de utilidad, lo des a conocer a tus amigos. Yo estoy en alberami@prodigy.net.mx