COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos
Aires)
Trigésimo Domingo de; Tiemp[o
Ordinario, Ciclo B
Evangelio según San Marcos 10, 46-52 (ciclo B)
Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus
discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino.
Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús,
Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se
callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de
mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al
ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate, Él te llama!". Y el ciego,
arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le
preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió:
"Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha
salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
¿Qué ceguera tengo?
Este Bartimeo, un mendigo, ciego, estaba a la pesca de todo y
también buscaba; a veces el ciego, como no ve, agudiza el oído y también los
comentarios, tal es así que escucha que pasaba por allí Jesús, el nazareno, y
lo llama, lo invoca. Jesús le pregunta “¿qué quieres que haga por ti?” y Bartimeo responde “¡quiero ver!”
Esta es la relación
siempre entre nosotros y Dios, Dios y nosotros. Y tenemos que ser claros: ¿por
qué estamos con Él?, ¿por qué lo seguimos?, ¿por qué leemos su Palabra?, ¿por
qué rezamos?, ¿por qué nos confesamos?, ¿por qué comulgamos? Tiene que ser
clara nuestra finalidad. Cuando uno tiene clara la finalidad, va a implementar
los medios; pero si no tiene claridad, van a ser confusos en la aplicación de
sus medios.
Es importante saber que
nosotros tenemos cegueras; cegueras físicas, cegueras espirituales, cegueras
morales, cegueras intelectuales, ¡y tantas cosas! Pero el discípulo tiene que
reconocer su carencia, si no reconoce no se modifica; si no asume su carencia,
no cambia. Es necesario reconocer.
Querido hermano, yo me
pregunto, para que te preguntes, ¿qué ceguera tengo? Hazte la pregunta pero
también anímate a responder. Confía y entrega eso a Dios y Dios, que hace cosas
maravillosas, podrá responder. Y cuando Él te responda, asombrado lo seguirás
siempre.
Les dejo mi bendición:
en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén