31ª semana del tiempo
ordinario. Domingo B: Mc 12, 28-38
Un letrado o
escriba se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. En varias ocasiones
encontramos escribas que le preguntan algo a Jesús. La diferencia de este
letrado de hoy es que parece que va con rectitud. Otros van con engaño,
preguntando para ver si Jesús responde algo por lo cual le puedan acusar ante
el pueblo. Cuando es así, Jesús no responde o lo hace de forma no directa; pero
hoy a este letrado le va a responder llanamente, de modo que es una enseñanza
directa de Jesús para nosotros.
Le pregunta: cuál
es el principal de los mandamientos. Alguno se pregunta cómo un hombre docto y
piadoso no sabe cuál es lo principal, cuando lo que le va a responder Jesús,
todos lo saben, pues lo recitan todos los días y aun varias veces al día. Aun
así no se decía que era lo principal y había diversas teorías entre los
entendidos y hasta cientos de preceptos para poder escoger. Es bueno
plantearnos también nosotros cuál es lo principal, pues a veces ponemos por
encima del amor diversas costumbres.
Jesús le responde
recitando el “Shemá” o escucha, que es el principio de la proclamación
de que hay un solo Dios y a ese Dios hay que amarle con todo el corazón. El
escriba sólo había preguntado a Jesús por el primer mandamiento; pero Jesús
responde por el primero y el segundo, ya que forman una unidad. Esta es la gran
novedad de la respuesta de Jesús. Ya en el Antiguo Testamento se hablaba del
amor al prójimo; pero estaba un poco difuminado, sobre todo por el concepto de
prójimo, que se refería especialmente a los de la misma religión. Jesús
especifica en otros lugares que prójimo es todo aquel que está necesitado y
amar al prójimo será hacer el bien a todos, hasta a los propios enemigos. Es un
acto que proviene del amor a Dios.
A algunos no les
gusta la palabra “mandamiento”, porque parece que alguien nos quiere imponer
algo. Se podría decir “objetivo”. Entonces podríamos decir que el principal
objetivo de nuestra vida debe ser el tener a Dios muy dentro de nosotros, de
modo que sea lo único decisivo en nuestra vida y que todo lo hagamos en
solidaridad con los demás. Pero la palabra mandamiento la debemos tomar como un
signo de amor. Para orientarnos en la vida necesitamos mandamientos o
preceptos, como son las leyes de un país o las normas de circulación. Entonces
para orientarnos en lo esencial de nuestra vida, que es caminar con rectitud
hacia la vida eterna, necesitamos normas precisas. Son signos del amor de Dios,
que nos quiere guiar sin que perdamos la libertad. Todos los mandamientos
proceden del amor de Dios, porque Dios es Amor. Por eso el principal debe ser
responder al Amor con amor. Un amor que procede de lo más íntimo del alma y del
corazón y un amor que se debe mostrar con los hechos. Estos hechos son
precisamente las obras de misericordia con todos los prójimos, que en cristiano
son nuestros hermanos, hijos del mismo Padre Dios.
De ahí que no se
puede separar el amor a Dios y el amor al prójimo. Hay gente que acentúa el
amor a Dios descuidando el amor al prójimo, y hay gente que pone el acento en
el amor al prójimo (filantropía), olvidando a Dios. Eso es un cristianismo a
medias o más bien vacío del verdadero sentido de la vida. Claro que para amar a
Dios hay que tener una persuasión total de su existencia, de que somos hechura
de su amor. Basta examinar la naturaleza, la grande y la pequeña, para que nos
demos cuenta de que existe ese ser grandioso, a quien llamamos Dios, y que todo
está hecho para nuestro bien. Por lo tanto toda la creación es un acto continuo
de amor de Dios a nosotros.
Por todo ello
nuestra mayor finalidad ahora y por siempre debe ser amar a Dios con todo el
alma, que significa la vida, con todo el corazón, que son las facultades
interiores y con todas las fuerzas, que significan las posesiones y bienes
terrenos. Amar a Dios es hacer que todas las cosas, la familia, el trabajo, las
ocupaciones festivas, me lleven hacia Dios; y no que me aparten como el egoísmo,
la avaricia y otros vicios. Amarle es tenerle presente por la oración y luego
en el amor práctico con todos los demás.