DOMINGO 31 ORDINARIO, CICLO B
Habla como perico, dice lo que sabe y no sabe lo
que dice
Doña Modesta era la mujer más extraña en todo el
pueblecito. Siempre había vivido sola. Sus vestidos eran de color serio, largos
y en su pecho siempre llevaba dos o tres medallas, en su mano nunca faltaba el
rosario y era la primera en ocupar el lugar para la celebración Eucarística y
en el rosario de la tarde también era la
primera. No se le conocían los ojos porque caminaba siempre mirando hacia abajo
y a nadie saludaba por el camino. En
fin, que era la encarnación viva de una persona de fe o de iglesia. La puerta
de su casa siempre permanecía cerrada y cuantas veces los vecinos le
solicitaron ayuda para alguna señora que
estaba enferma y sin recursos económicos, o cuando pedían para la fiesta del
lugar, la respuesta siempre era la misma: “a mí no me molesten con esas cosas”.
Cuando los muchachos del barrio golpeaban su puerta con la pelota, ya esperaban
sus gritos de molestia y la vez que los
hermanos separados tocaron para llevarle su mensaje, se encontraron con que
casi los golpeaba por pretender hablarle de la necesidad de conocer las
Sagradas Escrituras. “Eso no fue lo que mis padres me dejaron”, y les mostraba
con las dos manos el rosario como queriendo defenderse con él, de los
extrañados ´protestantes’. Seguramente
que doña Modesta sólo conocía la primera parte de aquella palabra con la que
Cristo respondió a la pregunta de uno de los escribas, sobre el primer
mandamiento, recordándole lo que estaba escrito desde un principio: “el primer
mandamiento de la Ley de Dios es,
escúchalo bien Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor, amarás al
Señor tu Dios con toda su alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Cristo no se detuvo ahí y continuó afirmando
tajantemente: “y el segundo es éste: Amarás a tu prójimo con a ti mismo. No hay
ningún mandamiento mayor que éstos”.
Este era el error de aquella mujer, que no se perdía ninguno de los
rezos de la Iglesia, pero que se mantenía alejada, muy alejada de lo que pasaba
a su alrededor. Tampoco sabía aquella mujer la alabanza que el escriba le
dirigió a Jesús cuando recibió su enseñanza: “Muy bien, Maestro. Tienes razón
cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo
con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y amar al projimo como a uno mismo, vale más que todos los
holocaustos y sacrificios”.
Los dos mandamientos ya
existían, efectivamente, pero como que estaban aislados uno del otro, o los
hombres los habían separado, dondo importancia
suprema al primero, olvidándose del segundo, y haciéndolo consistir en un
“amor” sólo a los de la misma raza, olvidándose del resto de los mortales,
hasta el grado de llamar “perros” a los que no pertenecían al pueblo
hebreo, y el descubrimiento de Cristo
fue el de haberlos unido con un solo lazo, el lazo del amor, de manera que
desde entonces, si buscas la salvación, no podrás hacerlo aislado, apartado de
tus propios hermanos, dado que si vamos en la misma barca, todos tendremos que
meter la mano, tomar el remo y con
fuerza, son ahínco y con mucha alegría, ir remando, saliendo al paso de las
tormentas y las tempestades que se ofrecen en el camino de los cristianos y de
la Iglesia. Si doña Modestita hubiera levantado la vista, se habría dado
cuenta de que hoy la Iglesia no está hoy
en sus mejores días, que los pastores hemos fallado en nuestras
comunidades, y que la Iglesia se mantendrá a flote, cuando todos los
cristianos, además de rezar muy bonito en el templo, puedan salir y darse la
mano, y comenzar a construir un mundo nuevo donde desaparezca la ola de violencia, de discordia y de
injusticia que han sido el distintivo de nuestra época. El aislamiento no conviene a los que
profesamos nuestra fe en Cristo Jesús, y tendremos que aprenderle mucho a él,
recordando que él no nació en el templo,
ni vivió en él ni se mostró partidario del templo, al que sólo visitó en
contadas ocasiones. Su labor la desarrollaba en las calles, en las plazas, en
las fiestas, y ahí llevaba su mensaje y su salvación. Ese será el ambiente
donde los cristianos tienen que hacer oír su voz si quieren ser en verdad
seguidores de Cristo Jesús. Hace falta su presencia en los medios políticos,
donde se deciden las grandes decisiones que afectan a nuestras comunidades, en
los medios de las comunicaciones, para que no nos den gato por liebre, donde no
nos hagan pensar que el aborto tiene ventajas para la mujer, que ahora tú puedes escoger el género que
quieras, ignorando que Dios sólo hizo a la humanidad hombre y mujer y por
cierto unidos por toda la eternidad para poder obtener la verdadera alegría y
la paz, y los cristianos tendrán que estar metidos hasta lo último para no
seguir pensando que lo primero es el dinero, el placer y la diversión, sino el
saber compartir los bienes que Dios ha puesto para el servicio de todos y no de
unos cuántos.
El trabajo que nos
espera, a los verdaderos creyentes, a los verdaderos seguidores de Cristo
Jesús, es inmenso y no puede esperar, para hacernos acreedores a la alabanza
que Cristo hizo al escriba que se acercó a él preguntándole por el primero de los mandamientos: “No estás
lejos del Reino de Dios”. “Anda y has tú lo mismo”.
Tu amigo el P. Alberto
Ramírez Mozqueda que te invita a compartir el
mensaje. Me puedes encontrar en alberami@prodigy.net.mx