DOMINGO XXXI   (B)        (Marcos.12, 28-34)

“Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y,…….”

 

- Tanto la 1ª Lectura como el Evangelio, traen a nuestra consideración un tema fundamental que, desgraciadamente, ¡no está de moda! o, no se cotiza, si nos atenemos a lo poco que se habla de el: EL  AMOR  A DIOS.

- No deja de ser paradógico que, en estos tiempos en que tanto se manosea la palabra amor, se la utilice sólo en su vertiente horizontal, para referirnos al amor “de tejas pa bajo” y, ¡desgraciadamente! llamando amor a cualquier cosa porque, en la jerga de hoy, casi siempre que se utiliza esta noble  palabra, sirve para encubrir el más burdo de los egoísmos.

- Todo esto contrasta con lo poco que se habla del término amor en su dimensión vertical: ¡del Amor de Dios a los hombres y del amor que debemos tributarle los hombres a Dios, por ser, nuestro Creador y Redentor! Una sociedad que olvida o ignora esta dimensión vertical del amor, empobrece el amor humano y se hace esclava de sus egoísmos.

- Calderón de la Barca, en su famoso Auto Sacramental, El gran teatro del mundo, utiliza una frase, como latiguillo, con la que nos quiere advertir la abismal diferencia que existe entre Dios y sus criaturas: “Ama al otro y haz el bien, ¡que Dios es Dios!”. Con esta frase repetida, machaconamente, en su Auto Sacramental, nos quiere advertir, que Dios no es uno más y que merece nuestra máxima consideración y todo nuestro amor!.

- En cuantas ocasiones nos podríamos sentir impulsados a gritar, a quienes van por la vida de autosuficientes, constituidos en “dioses” y desafiando lo humano y lo divino:  Pero hombre…, reflexiona, ¡que Dios es Dios!

- Cuántos, desafortunadamente, viven hoy olvidados de esta realidad existencial,  ¡que toda la razón de nuestra existencia está en Dios y que a El le debemos todo lo que somos en el orden de la naturaleza y en el orden de la Gracia! Esta realidad, reconocida, reclama la correspondencia de nuestra parte que formula el primer Mandamiento de la Ley de Dios:

     “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma y con todas tus fuerzas”

 

Y…, ¿cómo hemos de practicar este amor a Dios?

 

-  Afortunadamente Jesucristo ha sido muy explícito a la hora de señalarnos los cauces auténticos por los que expresarle nuestro amor:                    

 

 

 

1º) Por los actos propios del Culto de latría que se deben a Dios, como son: la adoración, las acciones de gracias a Dios y la oración.

 

 

2º) Por el cumplimiento de la voluntad de Dios. El nos recordará al respecto:

  “No aquel que dice: ¡Señor! ¡Señor , es el que me ama, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”. (Mt., 7: 21-23)

 

3º) Y un tercer cauce muy importante: por la práctica del amor al prójimo. Cristo proclamó la práctica del amor al prójimo como, el cauce y la prueba más infalsificable de nuestro verdadero amor a El. Así nos lo  expresó San Juan:

  “Quien dice: yo amo a Dios,  y no ama a su hermano, es un mentiroso” (1ª Carta S. Juan, IV, 20-24)

 

- Conviene tener en cuenta que aunque Jesús establece una “inseparabilidad”, entre el amor a Dios y el amor al prójimo, esto no significa que estos amores se identifiquen. Son ¡“inseparables”!, pero son dos amores distintos en su identidad y en sus motivaciones. Jesús lo deja claro en su respuesta a la pregunta que le hace el escriba: ¿Señor, cual es el principal Mandamiento? Jesús se refiere a dos amores: “El primero es….: amarás a Dios…; El segundo es…amarás a tu prójimo…” (Marcos, 12, 28)

-  Terminamos recordando esas diáfanas palabras del Deuteronomio, que hemos leído en la 1ª Lectura, que recalcan la importancia del Amor que debemos a Dios y que debe merecer nuestra máxima consideración:

“Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas” (Deuteronomio, II, 2-6)                                              Guillermo Soto