Solemnidad Todos los Santos.

La gran alegría de la santidad

 

La llamada a la santidad

 

El Papa Francisco nos recuerda en la Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (GE 10) la llamada de todos a la santidad: «Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,45; cf. 1 P 1,16). El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (Lumen gentium, 11). También nos invita a ver “la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios […] «la clase media de la santidad»”(GE 7). Muchas otras expresiones acerca de la santidad nos encontramos en este documento papal que rezuma la gran alegría de llamarnos a “vivir el momento presente colmándolo de amor”, citando las palabras del cardenal Van Thuan, cuando éste estaba en la cárcel.

 

El amor que nos hace santos

 

En el día de todos los Santos la palabra de Dios nos introduce en el misterio de su amor, del amor que llena toda la vida haciendo extraordinaria cada acción ordinaria. Tres lecturas impresionantes nos acercan al misterio del amor y de la alegría propia de la santidad: El libro del Apocalipsis (Ap 7,2-17), la primera carta de Juan (1Jn 3,1-3) y el Evangelio de Mateo (Mt 5,1-12). Tanto en el libro del Apocalipsis como en el Evangelio de Mateo una multitud inmensa se reúne en torno a Jesús. Es la multitud de discípulos y de sufrientes de la historia. Es la multitud de los santos que están de pie ante el Cordero, anunciando y celebrando el triunfo del Cordero degollado y Resucitado, cuya Pasión ha transformado el sentido de la vida humana, convirtiendo en Santos a todos los hombres y mujeres que por ser discípulos o por ser víctimas en la historia han sido y siguen siendo llamados por Dios para ser Hijos suyos. Son gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua. Y esta realidad que se revelará un día en plenitud es el horizonte de esperanza hacia el que nos encaminamos y que está marcando nuestro presente.

 

La multitud de los santos vinculados al Crucificado y Resucitado

 

Los santos no son sólo los que están en los altares, sino la multitud de hombres y mujeres que a lo largo de la historia han quedado vinculados a Jesús Resucitado por medio del sufrimiento inocente y por medio de la fe y, día a día, llevan en sus cuerpos las marcas de la gran tribulación. En dos lenguajes diferentes y en dos géneros literarios distintos se describe una realidad común. El género apocalíptico y el evangélico nos llevan a la experiencia del Reinado de Dios en la vida humana, que convierte en Santos a los seres humanos capaces de vivir en comunión con Dios y entre nosotros. La apocalíptica es una corriente teológica de la tradición judía y cristiana que revela la perspectiva divina sobre la vida, la historia y el destino del hombre y del mundo, desde el reconocimiento de la soberanía de Dios como único Señor, y desde la experiencia dolorosa de la historia humana como una historia de dolor, de sufrimiento, de tribulación y de mal, que el mismo hombre provoca, consiente y mantiene. Pero la apocalíptica habla su propio idioma. Se expresa con un lenguaje especial, simbólico, con sueños y visiones, con números y cifras, con palabras empapadas de vida, de llanto y de esperanza, convirtiéndose así en un lenguaje literario muy singular que hemos de desentrañar e interpretar adecuadamente.

 

La multitud innumerable y universal del Apocalipsis

La lectura del Apocalipsis nos cuenta hoy la visión de un ángel que lleva el sello del Dios vivo para marcar a los siervos de Dios. El número de 144.000 sellados tiene un sentido más simbólico que histórico. Los números en este tipo de literatura no tienen meramente un valor cuantitativo sino especialmente cualitativo. En este caso 144.000 (Ap 7,4; 14,1.3) expresa la universalidad de la salvación de Dios que en el tiempo de la historia, antes del final, instaura el Reino de Cristo (1000 años)  el cual abarca a la humanidad de todos los tiempos, del AT y del NT (12 x 12 x 1000). Después se dice explícitamente: Se trata de una multitud innumerable. En el pasado han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero, con túnicas blancas, por tanto que participan de la resurrección, con palmas en las manos, como signo de triunfo. Es una multitud vencedora, que está en pie, y por tanto participa de la misma suerte del Cordero: Son los que vienen de la gran tribulación. El Cordero degollado, pero en pie, es Jesús, el crucificado resucitado. Este cordero ha venido de la gran tribulación, ha derramado su sangre no sólo para quitar el pecado (lavar las túnicas) sino para que esa multitud tenga una participación existencial en el Resucitado (blanquear las túnicas).

 

La gran dicha de la multitud de los santos es Dios

 

Después se completa lo que acontece a esta multitud. En el presente están sirviendo a Dios constantemente, como un pueblo de sacerdotes. En el futuro el Cordero acampará entre ellos y ya no habrá más hambre ni más sed (Is 49, 10) y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos (Is 25,8). Esta perspectiva de futuro conecta directamente con las Bienaventuranzas: “Dichosos los hambrientos y sedientos de la justicia porque ellos serán saciados” y “Dichosos los que gimen porque ellos serán consolados”. La gran dicha de la multitud de los santos es, siempre y en todas las bienaventuranzas, Dios y sólo Dios. Sin embargo las bienaventuranzas no se remiten sólo ni principalmente al futuro, sino también al presente de esta vida, abriendo al ser humano a una propuesta de dicha y alegría que sólo es propia del Reino de Dios, pero que está disponible para todos los hombres y mujeres que al oírla entren en su dinamismo de vida y de alegría.

 

La dicha del Reinado de Dios

 

Las bienaventuranzas (Mt 4,25-5,12) inauguran el discurso sobre el Reino en Mateo. Es el pregón del Sermón de la montaña, para todas las gentes procedentes de todas partes, desde Galilea y Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania. Las ocho primeras bienaventuranzas se pueden dividir en dos partes de cuatro bienaventuranzas. En todas ellas se proclama la dicha de la santidad. Por ello el Papa Francisco las va comentando una a una en la exhortación apostólica (GE 63-94). La extraordinaria y paradójica Buena Noticia de Jesús es la dicha del Reinado de Dios. Es el elemento constante de todas las bienaventuranzas. La dicha no es sólo la felicidad, comúnmente entendida como la satisfacción de las necesidades básicas humanas. La dicha implica una alegría profunda en el interior del ser humano, de origen espiritual, que tiene su razón de ser en Dios, y que es compatible con la vivencia de situaciones de sufrimiento y de tribulación, desde la esperanza puesta en Dios, en virtud del cual estas experiencias no pueden conducir a la mera resignación impasible, ni a la alienación espiritualoide, ni al inmovilismo social.

 

Los destinatarios de la dicha son todos los santos

 

Los elementos variables son los sujetos de esa dicha que se proclama y las razones que la sustentan.¿A quién llama “dichoso” Jesús desde la perspectiva de Dios y de su Reino? Aquí es dónde viene realmente la Noticia gozosa del Evangelio. Los sujetos de las bienaventuranzas son, en primer lugar, personas que están o pasan por una situación de negatividad extrema: los pobres, los que gimen, los indigentes, los que tienen hambre y sed, también de justicia. Son personas que carecen de lo más mínimo para una vida digna y humana. La razón de la dicha no es la situación en la que se encuentran sino el giro que van a experimentar esas condiciones sociales. El que va a realizar ese giro es Dios mismo, que traerá el consuelo, que dará el don de la tierra y saciará a los hambrientos y sedientos. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, independientemente de sus creencias religiosas, Dios está de su parte, y Dios hace una promesa de futuro que ciertamente se cumplirá. Dios anulará tal estado de negatividad y de injusticia y acabará con todo ello. Lo que no se sabe es ni cómo ni cuándo esto se llevará a cabo. Los sujetos a los que se les anuncia la dicha en la segunda parte de las bienaventuranzas son personas cuya disposición personal, cuyas actitudes y acciones pertenecen al mundo de relaciones hacia los demás y hacia Dios propias del Reino de Dios: Donde se vive practicando la misericordia, la ayuda mutua, la solidaridad, la transparencia interior, la autenticidad y la sinceridad, trabajando y luchando por la paz y la justicia, hasta ser perseguidos por ello. Este mundo nuevo de relaciones trae sin duda la dicha, la alegría inefable del tiempo mesiánico.

 

La Bienaventuranza de los pobres es el Reino de Dios

 

Pero la primera bienaventuranza, la de la pobreza, es aún más paradójica. Se trata no sólo de los pobres sino de los pobres cuyo espíritu permite que el Dios del amor y de la justicia reine en ellos. Por una parte, los pobres son los que carecen de medios para una subsistencia humana y digna. Y en este estado de indigencia, de necesidad y de dependencia de los demás viven muchas personas de este mundo por causa de la injusticia social, de la desigualdad y del mal reparto de la riqueza y de los bienes de la tierra. El Reino de Dios – dice Jesús-  les pertenece. Pero esa primera bienaventuranza dice algo más, pues dado que los que viven en el estado de pobreza y de miseria son millones de seres humanos, hermanos nuestros, la propuesta de Jesús a los que quieren convertirse en discípulos suyos es hacerse también pobres, no porque la pobreza sea un bien, ni porque ésta traiga en sí misma la dicha, sino porque si dejamos que el amor de Dios reine en el corazón humano, mientras exista un pobre a nuestro lado o en nuestra tierra, la opción por los pobres, trae igualmente la dicha. Por eso ponerse de parte de los excluidos y marginados de la sociedad, de los indigentes, maltratados y oprimidos, dar acogida a los inmigrantes, incluidos los sin papeles, ponerse del lado de las víctimas, uniéndonos libremente a su causa es la vía primera para acceder al Reino que a ellos les pertenece, el Reino en que el único soberano es Dios mismo en persona.  La primera bienaventuranza y la última (la de los perseguidos por causa de la justicia que Dios quiere instaurar o por fidelidad a esa opción primera por los pobres) no hablan del futuro, sino del presente, de modo que no podemos conformarnos con las lecturas que desplazan la bienaventuranza, la dicha y la santidad al más allá de esta vida. La fuerza de esta proclamación es que Dios hace llegar su Reino también en el tiempo presente para los que son pobres, pobres con espíritu y para los que se hacen pobres a conciencia y, por ser fieles a este plan de la justicia de Dios, son incluso perseguidos.

 

La gran alegría de la santidad accesible para todos

 

Todos ellos están en esta historia, en el presente, de pie, con túnicas blancas y palmas en la mano, como los que vienen de la gran tribulación, cantando el triunfo paradójico del que fue crucificado y que enjugará toda lágrima de nuestros rostros. Ésta es realmente la multitud de todos los Santos, cuya gloria no se canta principalmente en los templos, sino que se proclama, día a día, en todos los lugares de la tierra y en todos los tiempos de la historia, también en los cementerios, donde el dolor y el sufrimiento han quedado marcados por la sangre del Cordero. Feliz día de todos los santos, en el que todos podamos sentir la gran alegría de la santidad.

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura