DOMINGO
32 ORDINARIO, CICLO B
LA CAPA
DE RELIGIÓN, PARA CADA HIPOCRITA O BRIBÓN
Estamos
al final del año litúrgico y los comerciantes hace semanas que se preparan,
mejor que los cristianos, para la Navidad de Cristo Jesús, que para ellos no es
otra cosa sino un motivo para elevar sus ventas y sus ganancias. Mientras
tanto, los textos primero y tercero de las Escrituras, se encargan de hacer de
dos viudas, las protagonistas de este día. Y el segundo texto, vuelve a
presentarnos a Cristo como aquél sacerdote que con su entrada no en el
santuario ni en el templo de Jerusalén, abrió para nosotros las puertas de la
salvación.
La
primera viuda es del Antiguo testamento, cuando el profeta Elías, huyendo de
una reina perversa y vengativa, en medio de una sequía tremenda, pedida por el
mismo profeta para mostrar quién era el verdadero Dios, quiso hospedarse en la
casa de una pobre viuda, que había agotado todos los medios posibles para
subsistir, en aquella situación angustiosa cuando las viudas y los pobres eran
los más despreciables y los más maltratados en el ambiente de los judíos. Ella
había llegado a lo último y no esperaba sino morir ella y su hijo. En eso llega
Elías y pide agua y pide pan, pero con una exigencia que a mí me parece una
exageración, tratándose de un hombre de Dios, pero hay que llegar al final para
darse cuenta de que lo que el profeta quería conseguir, por una parte dejar en
claro quién era el verdadero Dios, y por otra, socorrer a la pobre viuda,
asegurando para el tiempo futuro la manutención para ella y para su hijo,
con una frase que refleja la situación: “A partir de ese momento, ni la
tinaja de harina se vació ni la vasija de aceite se agotó”.
El
texto evangélico, en su primera parte, es una viva reconvención contra los
malos escribas que en su tiempo eran los encargados de interpretar la Escritura
Santa y otros menesteres de interés para el pueblo hebreo, pero que con el
tiempo pedían para sí honores y privilegios que hacían sentir muy mal al pobre
pueblo hebreo.
Pero
donde parece que el texto evangélico quiere cargar las tintas en el la figura
de otro viuda. Sucede que Cristo, alguna vez que visitó el templo de Jerusalén,
sin tener él nada que ver en la organización del templo, cansado quizá de la
predicación, de atender a los enfermos y ancianos, después haber acogido a los
niños, se sentó distraídamente frente a las alcancías del templo. Parece que
las alcancías del templo tenían forma de trompeta, de manera que cuando las
monedas o las riquezas tomaban contacto con aquello, hacían ruido, lo que era
aprovechado por las gentes acomodadas para llamar la atención por el monto de
las riquezas depositadas. Jesús veía y veía sin decir nada, hasta que una pobre
viuda, mal vestida, delgadita y menuda, con cara de hambre y desnutrida, se
acercó tímidamente a las alcancías, depositando casi con temor dos moneditas de
escaso valor. Esto sí que conmovió al Señor, que no dudó en llamar la atención
sobre esto a sus apóstoles: “yo les aseguro que esta pobre viuda ya echado en
la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba,
pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía vivir”.
Esto
quiere decir en resumidas cuentas que para Dios no cuentan las grandes
cantidades, que a Dios no lo podemos comprar con nuestros dones, y que lo que
importa para el Señor es la donación del corazón y no las cantidades que en el
fondo venían a enriquecer más todavía a los sumos sacerdotes del templo, para
fomentar su vida de comodidad y de disfrute de los bienes materiales.
Tenemos
que entender entonces que Dios no se dejará convencer por un donativo material,
que al fin y al cabo por mucho dinero que pudiéramos aportar, sin no va
acompañado de una entrega del propio corazón sería totalmente inútil en el
orden de la salvación.
Tenemos
que quedar convencido que el Señor mira el corazón y la bondad y la
generosidad, sobre todo para ayudar a los que están más fregaditos
que nosotros, siendo una de las primeras bienaventuranzas del Señor: “Dichosos
los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios”. Esto es
primordial hoy en la vida del cristiano, la compasión que sepamos tener por los
pobres, los necesitados y aquellos que sufren injusticia en el mundo, que suman
millones y millones en el mundo. No pretendamos entonces a fuerza pretender
comprar nuestra propia salvación, con una limosna en el templo, sino más bien salir
en ayuda de “los de abajo” no para hacerles sentir la ayuda dada desde arriba,
desde nuestra propia condición de acomodados o de influyentes, sino ayudar
verdaderamente a que esas gentes salgar de su amarga situación y puedan tener
una vida digno de hijos de Dios, con un trabajo digno, con una condición
semejante a la que nosotros podríamos desear para nosotros mismos.
Para
concluir, siento que debemos cambiar nuestra manera de considerar la riqueza
que Dios ha depositado en nuestras manos, pues no es ella la que conseguirá
nuestra salvación sino la entrega del corazón, sin caer en l esa aberración en
la que ha caído nuestros hermanos del norte, que en sus billetes han confiado
tanto que han impreso ahí mismo: “IN GOD WE
THRUST”. El dinero no puede ser nuestro Dios, líbrenos el Señor de tal
aberración, sino el Señor mismo que quiso hacerse pobre, para ser
socorrido en los más pobres de este mundo, pero no con limosnas dadas de mala
gana, incluso con aquella condición: “padrecito, si mi donativo es deducible de
impuestos, cuente conmigo para las múltiples necesidades de su iglesia”.
El
Padre Alberto Ramírez Mozqueda suplica a sus lectores
hagan circular mi mensaje entre los tuyos y puedes comunicarle conmigo en alberami@prodigy.net.mx