TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXXII B
(11-noviembre-2018)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Hay
que educar para la solidaridad y la generosidad
ü Lecturas:
o I
Libro de los Reyes 17, 10-16
o Carta
a los Hebreos 9, 24-28
o Marcos
12, 38-44
ü En
las últimas semanas, los Noticieros de la TV han llevado a nuestros hogares el
drama humanitario de los venezolanos y hondureños, quienes han tenido que
abandonar su patria porque la pobreza, la falta de oportunidades y la violencia
les impiden llevar una vida digna, y salen en búsqueda de oportunidades para
ellos y sus familias. Se trata de un éxodo lleno de incertidumbres y peligros:
o Los
venezolanos buscan en Colombia y en los países del sur del continente trabajo,
salud y educación.
o Los
hondureños caminan en pos del sueño americano.
ü ¿Qué
encuentran en su azaroso peregrinar? Encuentran lo mejor y lo peor del ser
humano. Los medios de comunicación nos han permitido conocer hermosos gestos de
solidaridad hacia estos migrantes expulsados por la pobreza y la violencia.
Pero también han sido víctimas de engaños, contratación injusta, explotación
sexual, rechazo por ser extranjeros. Y, como si lo anterior no fuera
suficientes, a los hondureños los espera una frontera militarizada. Su drama
humanitario ha sido manipulado para mover al electorado americano en las
elecciones del 6 de noviembre.
ü Las
migraciones forzadas por causa de la pobreza y la violencia constituyen uno de
los problemas más desafiantes de nuestro tiempo y se extienden, como mancha de aceite,
por varios continentes. El drama de los migrantes es un grito desgarrador que
pide solidaridad y generosidad de todos: individuos, sociedad civil, gobiernos
y comunidad internacional.
ü Precisamente,
las lecturas bíblicas de este domingo nos describen la generosidad de dos mujeres que, viviendo en condiciones económicas
extremas, no dudaron en dar lo poco que tenían:
o La
viuda de Sarepta, empobrecida por una sequía que había arruinado la agricultura
de su país, prepara para el profeta Elías un pan con la última ración de harina
y aceite que le quedaba.
o La
viuda pobre, ante los ojos maravillados de Jesús, deposita en la alcancía del
Templo de Jerusalén dos monedas de poco valor pero que significaban mucho para
ella.
ü Estos
dos personajes bíblicos nos invitan a reflexionar sobre la generosidad. Hay que reconocer que quienes viven en el campo son
más solidarios y tienen unas vigorosas redes de apoyo mutuo. Por el contrario, quienes
viven en las ciudades son individualistas, desconocen a las personas que viven
en su vecindario. Más aún, las miran con desconfianza. La consigna es: ¡que
cada uno sobreviva como pueda!
ü Este
profundo egoísmo de la cultura contemporánea es un grave error. ¡No podemos
vivir solos! ¡Todos necesitamos de todos! Entonces, ¿qué debemos hacer? Hay que
educar para la solidaridad y la
generosidad.
ü Ciertamente,
en los procesos educativos hay que generar refuerzos que premien los comportamientos
positivos y así, poco a poco, se irán consolidando hábitos de comportamiento; y
hay que reprender cuando las acciones afectan la convivencia. Ahora bien, este
sistema de estímulos y reprensiones no puede degenerar en la promoción de un espíritu
competitivo egoísta que busca el éxito sin tener en cuenta si los medios para alcanzarlo
son éticos. Quienes trabajamos en el sector educativo, fácilmente identificamos
aquellos jóvenes que buscan salir adelante solidariamente gracias a un trabajo
en equipo, y los que lo hacen de manera egoísta y jugando sucio… Hay que educar
para el trabajo en equipo y la construcción de metas de interés común.
ü Estos
dos personajes bíblicos, la viuda de Sarepta y la mujer de la alcancía del
Templo, no hicieron cálculos egoístas. Aunque la interlocutora del profeta
Elías sabía que la harina y el aceite se habían agotado, confió en la
providencia divina. ¡Profunda lección! La generosidad no nos empobrece. Cuando compartimos,
no perdemos. Todos hemos tenido experiencias muy positivas cuando hemos tendido
las manos para acoger a las personas necesitadas.
ü Es
importante entender que, cuando hablamos de generosidad, no estamos pensando exclusivamente
en los bienes materiales. Generosidad significa dar parte de nuestro tiempo a
las personas e instituciones que necesitan de nuestro aporte en muchos campos
(apoyo en las actividades diarias, conocimientos, experiencia, gestión, etc.).
Cuando hablamos de lo que significa la generosidad, no podemos argumentar que no
podemos practicarla porque carecemos de recursos económicos. Siempre es posible
compartir: una palabra afectuosa, una visita, una voz de aliento, un consejo. Todos
estos gestos nos enriquecen, en lugar de empobrecernos.
ü Las
lecturas de este domingo nos ofrecen dos conmovedores testimonios de
generosidad. Dos mujeres que dieron, no lo que les sobraba, sino que se
desprendieron de unos recursos que eran esenciales para su subsistencia.
ü El
Maestro supremo de generosidad es Jesús quien, no solo nos dio sus enseñanzas y
nos mostró el camino para llegar a la Casa de nuestro Padre, sino que entregó
su vida para que nosotros tuviéramos la Vida eterna.