XXXII
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
GENEROSIDAD
EXIGENTE
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Sí, exigente. No consecuencia
de personal sentimentalismo o de campañas que recuerdan situaciones injustas, a
las que hay que responder por ciudadana corrección.
1.- Vosotros sabéis, mis
queridos jóvenes lectores, que una de las realidades que pasarán a los manuales
de historia respecto a nuestro tiempo, será la creación de las ONG. Hace pocos
años que se “inventaron”. Recuerdo que me había encontrado unas cuantas veces
con la sigla, sin saber qué significaba. Me invitaron a colaborar con una de
ellas y al solicitar yo el sentido que tenía la palabra y decirme “Organización
No Gubernamental” de inmediato dije: pues, así lo que yo hago es una ONG. No,
me advirtieron, se trata de entidades reconocidas por las leyes y con atributos
propios, que nos permiten ayudar venciendo obstáculos y atravesando fronteras,
que de otra manera, tal vez, no nos lo permitirían, o exigirían pagar elevadas
tasas aduaneras. Cooperé con ella y posteriormente lo hago con otras. Alguna
hasta te entrega un carnet de colaborador, otras favorecen desgravaciones a
quienes hacen declaración de renta. Quien obra de acuerdo con estos criterios
puede considerarse buen ciudadano e inmerso en la cultura cristiana y, según
sea su aportación, hasta considerarse buen cristiano. Pese a lo dicho, a la luz
de las lecturas de la misa de este domingo, creo hay mayores exigencias.
2.- Vuelvo a lo anterior. En
situaciones de gran catástrofe natural o violento y extenso percance, ONG’s de categoría como la Cruz Roja, Médicos Sin
Fronteras. Intermón, Manos Unidas, por citar las que
ahora se me ocurren y son más conocidas, son la mejor y más inmediata respuesta
al gran siniestro. Es bueno, pues, colaborar y buen hacer cristiano, repito.
Pero en situaciones concretas en las que una sola persona o familia se ve
implicada y la necesidad es inmediata de tal manera que no es posible esperar a
que las oficinas de la asociación filantrópica más cercana estén abiertas, la
respuesta personal, generosa, exigente, cristiana, debe ser inmediata y en
algún caso, para no perjudicar la fama de quien lo solicita, tal vez deba ser r
secreta, o por lo menos, discreta. No es suficiente decir a quien está desnudo
y carece de sustento diario: “vete en paz, caliéntate y hártate, pero no le das
lo necesario para el cuerpo ¿de qué sirve? La Fe, si no tiene obras, está
realmente muerta” (carta de Santiago 2, 14ss)
3.- Es preciso dar de lo que
uno tiene, sin calcular demasiado si más tarde va a necesitarlo. O es preciso
dar en función de lo que uno está gastando para su propio bienestar o
distracción. Por ejemplo, cuando se acerca Navidad y se compra lo que alegrará
esos días, cuando vuelve uno de un viaje de vacaciones o turismo y calcula lo que
ha gastado, cuando uno decide cambiar su PC o la impresora, con sus adminículos
correspondientes, etc., etc. cuando para satisfacer su sed en vez de beber agua
escoge un refresco, en función de estos y otros gastos que no son
indispensables, que por correctos que sean no son estrictamente necesarios para
continuar viviendo, sacar de donde sea, el dinero, la ropa, no la que sobra,
sino la que el prójimo precisa, los alimentos que guarda en la despensa,
entregarlos de inmediato, sin dudar, como deber y exigencia de conciencia
cristiana. Este será el proceder del buen discípulo de Jesús.
4.- Cuando uno lee el relato
del “Libro Primero de los Reyes” que se nos ofrece como primera lectura de la
misa de hoy, la actitud del profeta Elías nos parece que es de injusta y
soberbia insolencia. Y lo sería si se tratara de uno de aquellos, como tantos
hay, que siempre están pidiendo, arguyendo personales apuros, pero que se
escurre y huye, cuando alguien precisa ayuda, razonando razones razonables, que
le impiden colaborar.
5.- No es este el caso de
Elías, hombre de Dios, de austera vida, de generosa disponibilidad, que se
juega la vida por la salvación de su pueblo, que recorre super
maratonianas distancias para escuchar y obedecer a Dios. Pide, más bien exige,
pan, para después él dar mucho más. Reclama por un momento pan y proporciona
más alimento para siempre a la pobre viuda que encontró recogiendo leña.
6.- Con humilde sinceridad os
cuento, mis queridos jóvenes lectores, que en mis tiempos jóvenes, que me
desplazaba a la buena de Dios, con tienda y butano para calentar la comida,
pero sin defensa, ni capital suficiente para situaciones inesperadas de
tempestad y frío, cuando buscaba refugio, decía en mis adentros: Dios mío, que
me dejen entrar en su casa como yo a otros dejo entrar en la mía. Y suplicaba
un rincón, tal vez un pajar, o un almacén vacío. Si me creía merecedor de tal
abrigo, es porque mi casa siempre ha estado disponible. Un souvenir
que me trajeron de Asís y lucía en la puerta rezaba así: “la mia casa e aperta al sole, agli amici
e agli hospiti”
7.- Comentando la tercera
lectura. El relato evangélico seguramente transcurre en el llamado atrio de las
mujeres. Recibía tal nombre porque en las escalinatas laterales se situaban
ellas para contemplar a los varones que bailaban. Aun hoy en día, hablo por
experiencia de hace unos años, no sé cuál es el proceder exacto del hoy que os
estoy escribiendo. Por la bajada de la izquierda del Muro Occidental, mal
llamado de los lamentos, hacia el atardecer de nuestro viernes, que allí ya es sabat, descienden alegre y multitudinariamente los jóvenes
alumnos de las escuelas rabínicas, saltando y cantando y, en llegando al llano,
bailan llenos de gozo. Jóvenes o adultos varones. No chicas, ni mujeres. Algo
así debía suceder en este atrio al que vuelvo a referirme.
8.- En los ángulos de este
espacio, imaginad una plazoleta de un pequeño municipio actual, el recinto que
llamamos santuario, prohibida su estancia a los no judíos, había unos pequeños
recintos destinados a almacenar la leña necesaria para los sacrificios, otra
para inspeccionar a los que pudieran habérseles detectado lepra, pero que en
realidad no lo era, otro para guardar el aceite de las lámparas y los perfumes
(incienso, por ejemplo) y finalmente en el que se depositaban las ofrendas,
“dinero del templo” , no cualquier moneda, que allí las comerciales, perdían
totalmente su valor. El ámbito, aun siendo sagrado era jocoso, multitudinario y
lugar de encuentro, comunicación personal y cierta convivencia y discusión
entre amigos. Tal proceder del conjunto, significaba que el de una persona
podía pasar perfectamente desapercibido, sin que nadie lo viera. La buena
mujer, anciana, por lo menos viuda, esa situación en la que los que estamos
situados sabemos que muchas amistades ya han muerto y nadie se preocupa de en
qué pasa el tiempo, esa desamparada mujer, entrega o introduce su limosna,
mucho más de lo que en justicia y prudencia le correspondía dar, sin que nadie
mire, ni se preocupe. Nadie no, el Maestro está atento, le interesa más su
humilde proceder, que el posible vaciado de las bolsas de los potentados. La
viuda da más de lo que razonablemente le toca dar.
Así debe ser vuestro proceder,
mis queridos jóvenes lectores. Nunca seáis prudentes, cuando se trate de ser
generosos. El magnánimo siempre sale ganando.