« Sobre la esperanza»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 1er.
domingo de Adviento
(2 de Diciembre de 2018)
El año va llegando a su fin. Finalizan las
clases, se acercan las vacaciones y las fiestas. Sentimos el cansancio de un
año intenso. En este contexto la liturgia del adviento, que nos prepara para
celebrar la Navidad, nos invita a animarnos en la esperanza.
El Evangelio de este domingo (Lc. 21,25-28; 34-36), nos dice que estemos atentos y
prevenidos en la esperanza: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los
excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no
caiga de improviso sobre ustedes” (Lc.21,34). Este
texto y la liturgia del adviento, también nos recuerdan la esperanza de los
cristianos en la segunda venida del Señor. Es el reclamo esperanzador del
Apocalipsis, hecho en medio de dificultades y signos de muerte y que la
liturgia retoma en las celebraciones en el adviento: “Ven Señor Jesús”.
Las celebraciones que nos preparan para la Navidad
subrayan el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza
“escatológica”, la del final de los tiempos, pero de ninguna manera esta
proyección que nos hace reclamar “Ven Señor Jesús”, nos deja en la pasividad.
Esto sería una espera alienante y la esperanza cristiana por el contrario nos
exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro
tiempo. El tema de la esperanza es clave en la espiritualidad del adviento y en
la preparación del nacimiento de Jesús en la Navidad. Es importante que
entendamos que la esperanza cristiana tiene un profundo contenido teológico. Es
necesario aclararlo porque a la palabra esperanza podemos darle “solo” un
significado temporal y reducirla a expectativas inmediatas, que aunque puedan
ser válidas no son suficientes para captar la esperanza cristiana. Si bien la
misma nos compromete en el presente, no puede desligarse del futuro.
Creo conveniente recordar el texto cargado de
hondura: “Jesucristo, Señor de la Historia”, en donde desarrolla el tema de la
esperanza. El mismo señala” “El camino de la vida es muy diferente de acuerdo
al final que uno presiente o imagine. ¿Es acaso lo mismo si al final del camino
no hay nada ni nadie, o si en la meta de la existencia hay una Presencia y un
abrazo? Peregrinar la vida, engendrar y educar hijos, construir historia,
apostar al amor y forjar futuro no tiene los mismos motivos si el vacío lo ha
devorado todo o si al final nos espera Alguien. La situación cultural actual,
crecientemente plural, nos invita a redescubrir la originalidad del mensaje
judeo-cristiano sobre la historia: un camino personal y comunitario con origen,
sentido y plenitud final en Dios” (15).
Es cierto que se multiplica una gran variedad
de propuestas sobre el futuro de la humanidad y lo que vendrá: “Para algunos,
el mundo está cerca de su final catastrófico, la destrucción estaría a las
puertas y hasta tendría fecha precisa. Extrañas predicciones, antiguas y
nuevas, asegurarían que el final está cerca. Para otros, el universo está en su
infancia, recién ha concluido su primera etapa de vida, ha comenzado una nueva
era. Hay quienes piensan que simplemente no hay futuro, el porvenir posee tan
poco significado como lo tiene el presente y lo tuvo el pasado. Otros viven
como si todo se redujera al instante, al hoy y aquí, para alcanzar el mayor
bienestar posible… el futuro sería una ilusión que distrae del presente e
impide vivirlo a fondo. La falsa idea de la reencarnación, la afirmación de que
tenemos varias vidas sucesivas, lamentablemente gana hoy adeptos, incluso entre
los cristianos” (J.S.H. 15)
En este contexto la liturgia del adviento nos prepara para
celebrar el nacimiento de Jesús. Hace cada año presente la posibilidad que
convirtamos nuestro corazón a la sencillez del pesebre. Desde antiguo la
liturgia del adviento nos invita a renovar nuestra esperanza, a tener en cuenta
“la escatología”, o sea la segunda venida del Señor. La lectura del libro del
Apocalipsis nos hace reclamar: “Ven Señor Jesús”, algo que para muchos es
espantoso o bien no les significa nada, que es el fin de la historia y la
plenitud. Esta esperanza nos hace comprometernos con el presente, sin
absolutizar cosas, ni crearnos expectativas, ni mesianismos falsos que siempre
termina frustrándonos. Solo Dios, Jesús, el Emmanuel; el Dios con nosotros, es
nuestro absoluto, y desde Él tenemos una comprensión más profunda de la
esperanza. ¡Ojalá que en la Navidad podamos “volver” al Señor que nace en el
pesebre!
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons.
Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas