DOMINGO
SEGUNDO DE ADVIENTO, CICLO C
PIDELE
A DIOS Y A LOS SANTOS, Y ECHA ESTIERCOL A TUS CAMPOS
El inicio del año litúrgico no
tiene la espectacularidad del comienzo del año civil pero no cabe duda que su
importancia es mayor definitivamente si consideramos lo que un nuevo lapso de
tiempo le trae a nuestra humanidad, nada menos que la llegada del Hijo del
Hombre hecho carne mortal. Recibimos a Cristo no como un mito ni como una
leyenda más entre tantas que se han forjado los hombres, sino como alguien real
que en una época muy concreta de la historia vino para quedarse para siempre
con nosotros. Es precisamente un profeta que habla a su pueblo seis siglos
antes de Cristo el que inaugura solemnemente la venida del Señor invitándonos a
recibirle con gozo y con alegría porque él viene a traernos la paz: “El mismo
Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria, viene ahora a nuestro
encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos con fe
y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” (del II
prefacio de Adviento).
Baruc, así se llama el
Profeta, nos pide despojarnos de nuestras vestiduras de luto y aflicción para
vestirnos para siempre con el esplendor de la gloria que el Señor nos da. Aquí
entre nos, esto sería importante en nuestras Eucaristías, donde con el pretexto
de que es un día de descanso, los hombres van con sus pantaloncillos cortos con
sus patas peludas y pantuflas para baño que nos hacen pensar que no van a una
fiesta, a un banquete, sino partido de fut. Y de las damitas, tenemos que decir que las casas de modas las desnudan aunque
sean épocas de frío ellas van a su fiesta de 15 años o a la boda con la pechuga
de fuera y la espalda tan descubierta, que yo me moriría de una pulmonía cuata. .
Luego Baruc nos invita a
adornar nuestra cabeza con la diadema de la gloria del Eterno, cosa importante
el día de hoy, cuando los cristianos parece que agachan su cabeza ante los
poderosos que ostentan gallardamente su
poder, y aquellos, los cristianos,
se muestran insensibles ante las necesidades de los demás, dejando que
los que brillan en el mundo político hagan y deshagan a su antojo, permitiendo
todo lo que va contra las leyes del Señor y contra las costumbres ancestrales
de la humanidad, como masacrar a los inocentes en el seno de sus madres
decretando así muerte a los humanos, mientras aprueban leyes que custodian el
cuidado de los animales.
El profeta nos invita en
seguida a ponernos de pie, a subir a la altura, a levantar los ojos y
contemplar a todos los que vamos de camino unidos a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó del ellos, caminando no
de cualquier forma, sino con la frente en alto como príncipes reales, pues
Cristo Jesús ha sido coronado Rey después de haberse solidarizado con los
hombres hasta tomar su misma condición, llevando su cometido hasta compartir su
misma muerte pero dándonos esperanza cierta de una nueva vida en la presencia
del Señor.
De esta manera el Profeta nos
prepara para abrir la página del Evangelio de San Lucas que después de los
acontecimientos de la infancia de Cristo, se pone muy solemne y sitúa perfectamente
la venida de Cristo en la historia, para que nos percatemos de que la presencia
de Cristo no es la de un fantasma sino de alguien que vivió en una época de la
historia y en una región de nuestra tierra: “En el año décimo quinto del
reinado del Cesar Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea… vino la
palabra de Dios en el desierto sobre Juan el hijo de Zacarías. Así queda
situada primero la figura del precursor, Juan el bautista, que tanta
importancia tendría en el dar a conocer entre los hombres la presencia de
Cristo, el nuevo Cordero que sustituiría los sacrificios rituales del Templo de
Jerusalén. Habían pasado 5 o 6 siglos desde el último profeta, y Juan calló como anillo al dedo y comenzando
a recorrer las inmediaciones del rio Jordán,
consiguió que las gentes dejaran la comodidad de sus ciudades,
principalmente de Jerusalén, para adentrarse en lugares desérticos escuchando a
aquél hombre que tenía un aspecto estrafalario, pero que hablaba con verdades
que los hombres querían oír, invitándoles, a tomar parte en un bautismo de
penitencia para el perdón de los
pecados. El éxito fue inmediato, tanto que hubo una gran preocupación de las
clases directoras del templo y de la ciudad de Jerusalén que no se explicaban
por qué ese repentino flujo de las gentes a un lugar tan desconocido como era
la región montañosa y desértica de Judea, para sumergirlos en las aguas del
Jordán invitando a una sincera conversión, que tendría su culminación cuando
Cristo mismo se hiciera bautizar por Juan, dejando desde entonces la puerta
abierta a la verdadera salvación, rememorando a otro gran Profeta, Isaías, que
también siglos antes invitaba a las gentes a recibir al Salvador: “Preparen el
camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda
montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos
serán allanados, y todos los hombres verán la salvación de Dios”. Todas las
gentes se le entregaron al Bautista, porque veían en él, una profunda sinceridad, una gran congruencia
entre sus palabras y la clase de vida que llevaba, al grado que al final su
misma sinceridad fue la causa de su muerte.
Esa es la invitación que Isaías y el Bautista nos lanzan, preparar el
camino al Salvador, de la misma manera que
los hombres preparan los caminos, terraplenando cuanto haya necesidad,
vistiéndose de gala y adornando sus calles y sus paredes para que los reyes o los potentados puedan
acercarse a los ciudadanos en sus viajes.
Para nosotros se trata no de
cualquier potentado sino del mismo Cristo, el mismo que Juan vino a darnos a
conocer.
De nosotros depende que todo
esté preparado para la venida de Cristo y no pase que adornemos e iluminemos
las fachadas y el interior de nuestras casas, pero nuestros corazones no sean
encendidos en ese fuego del amor que Cristo viene a traernos de parte del Buen
Padre Dios. Que Cristo no se quede fuera de nuestras fiestas navideñas, pues él
precisamente debería ser el festejado. Que nada impida la venida y la
iluminación de Cristo a nuestros corazones en este 25 de diciembre.
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