Cuando las ramas se vuelven tiernas

 

Martin Heidegger dice: “La divinidad juega a construir el mundo innumerables veces, cada vez de forma distinta”. Me gustaría ensayar un nombre para Dios: Novedad. Dios no se repite y recrea siempre. Por algo su nombre bíblico es ‘Amor’. Y el amor juega a la imaginación, a la inventiva, a la pasión. No se compagina con la rutina, con rituales pre-establecidos. Siempre es nuevo tal es Dios. La pasión de Dios es la novedad y lo hace porque es amor.

Jesús para hablarnos de este juego misterioso nos trae un ejemplo simple, casi infantil: “Miren las ramas cuando se vuelven tiernas…”: Hay brotes que dan buenas noticias, su médula encarna la sustancia de lo nuevo. Por algo los niños llevan en su mirada la ternura y el encanto del ensueño, de la imaginación. Siempre están mirando al futuro. El mensaje evangélico nos invita a deshacernos del lastre de lo trágico, del miedo, de todo aquello que nos envuelve en el pasado.

Entre las ruinas de los apocalípticos queda un rescoldo de vitalidad que el evangelio traduce en los brotes de la higuera. Para Jesús, éste es un signo de perennidad. Para nosotros es la puerta abierta a la esperanza. Una esperanza que se asoma por los ventanales de lo imposible, de lo que escapa a nuestros previsibles y establece cátedra de simplicidad, pequeñez, asombro. Es luz cuando las tinieblas nos sobrecogen, es vida cuando las cenizas nos hablan de muerte.

Nos pasamos la vida recolectando pasados. En el presente nos cargamos de angustias inventando futuros. Vivimos de insatisfacciones, de sueños. La Palabra nos alecciona sobre una manera diferente de vivir: Para ser “contemporáneos” del futuro tenemos que vivir apasionadamente el presente. Es el HOY, vivido en intensidad, compromiso, responsabilidad, lo que nos garantiza el paso del Señor que abrirá en gozo cumplido, el futuro como abrazo eterno entre nuestro presente y nuestro futuro.

Cochabamba 18.10.18

jesús e. osorno g. mxy

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