«el valor de La e.s.i.
y la pureza»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo
de Posadas,
para el 2° domingo de Adviento
[9 de diciembre de 2018]
Estamos caminando el tiempo del
Adviento con el propósito de convertirnos y volver a Dios para celebrar bien la
Navidad. En algunas reflexiones anteriores señalaba que para comprender el
Reino que anuncia Jesucristo, el Señor, debemos entender el mensaje del «código
de la cruz»,
es decir, el código de la pequeñez y de la humildad. En este tiempo nos
preparamos para penetrar el misterio de Dios desde el pesebre de Belén. Dios se
manifiesta en lo pequeño y desde ese ángulo podemos comprender más el misterio
de Dios.
En este segundo domingo de Adviento el
Evangelio (Lc 3,1-6), nos propone la figura de San
Juan Bautista, el precursor del Señor. El texto nos dice de Juan: «como
está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto:
preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” […] Entonces, todos los
hombres verán la Salvación de Dios».
El domingo pasado en el inicio del Adviento
reflexionaba sobre el contenido de la esperanza cristiana, y cómo la expresión
bíblica y litúrgica «Ven
Señor Jesús»,
no implica que nos quedemos en la pasividad; esto sería una espera alienante y la
esperanza cristiana por el contrario nos exige comprometernos con el presente y
evangelizar nuestra cultura y tiempo. Por esta razón el documento «Jesucristo
Señor de la historia»
nos decía: «Los
creyentes encontramos en nuestra fe un nuevo motivo para trabajar en la
edificación de un mundo más humano. La esperanza en un futuro más allá de la
historia nos compromete mucho más con la suerte de esta historia. ¡Cómo
deseamos que esta esperanza activa empape la conciencia y la conducta de cada
uno de nuestros hermanos!»
(JSH 16).
El 8 de diciembre celebramos la
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, fecha tan querida
por el pueblo de Dios. En relación a esa celebración, habitualmente he tratado
de reflexionar sobre el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros
jóvenes. Debemos reconocer que el contexto no los ayuda demasiado. Desde las
propuestas consumistas que bombardean en las programaciones de los medios de
comunicación, hasta problemas que no sólo no terminan de resolverse, sino, por
el contrario, se multiplican gravemente como el problema de la droga y alcohol.
Sabemos que en algunos lugares han
trabajado algunas formas legislativas para cuidar a nuestros jóvenes y cada
tanto se encuentran algunos cargamentos de droga, pero somos conscientes que
este «mundo
de la droga»
sigue creciendo. También tenemos conciencia de que, si esto crece «infernalmente», es
porque hay complicidades. Nos preocupa que cuando tocamos especialmente este
tema que «mata»
humanamente a muchos de nuestros jóvenes, quedan muchos silencios.
La droga no es el único mal que padecen
nuestros jóvenes, hay muchos otros males como el alcoholismo, la promoción de
una sexualidad promiscua, incluso en planteos educativos… todo esto fruto de
una visión del hombre (varón y mujer) materialista y sin ninguna dimensión de
lo trascendente. Sabemos que el ambiente influye en gran medida en la voluntad
y la libertad de aquellos que en la adolescencia empiezan a realizar sus
primeras opciones fundamentales.
En este contexto tendremos que acentuar
con más fuerza el valor de la pureza como clave para la vida de nuestros
jóvenes y para todas las edades. Incluso cuando planteamos la educación
integral de la sexualidad en nuestras escuelas, tendremos que esforzarnos por introducir
un poco más el valor de la ecología humana, el respeto y cuidado de nuestra
propia naturaleza humana, la corporeidad, la biología y la sexualidad. Hablar
de la pureza de vida, como una opción fundamental parece ir a contrapelo del
consumismo que, con tal de ganar plata, no tiene escrúpulos en destrozar a los
niños y jóvenes y la misma dignidad humana. Debemos subrayar que los mismos
padres y educadores, como primeros responsables de nuestros jóvenes, necesitan
ahondar sobre el valor de la pureza. La pureza es un valor que va más allá de
lo sexual. ¡Qué maravilloso y testimonial es ver la pureza de una anciana, que
ha vivido tantas cosas, que ha luchado tanto, que es madre, abuela y su rostro
refleja en medio de sus arrugas, la pureza de vida!
La esperanza cristiana, porque tiene a
Dios como su meta y absoluto, nos compromete a trabajar activamente con nuestra
historia. Los jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que
invirtamos en ellos será un signo de esperanza.
Les envío un saludo cercano y hasta el
próximo domingo.
Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas