FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 

Estamos en los días posteriores al nacimiento del que fue nada menos que el Hijo del Altísimo, el que asistió a la creación de nuestro mundo, que quiso meterse en nuestra condición humana, para que a la vez, los hombres tuviéramos la esperanza de ser familiares y amigos de ese Dios que los evangelistas que lo definieron   como el todo AMOR Y ESPERANZA, que no rehusó dejar su condición divina  para meterse en los zapatos y en el pellejo de los hombres, compartiendo incluso nuestra muerte para dar paso a esa nueva condición a la que él venía a invitarnos, su propia resurrección.

 

Y a  punto de concluir el año civil, ¿a quién podríamos mirar para mostrar nuestro agradecimiento sino a aquella familia venturosa que el Señor quiso escoger como suya?  Precisamente  a aquella bendita familia, formada por María y José que dieron albergue en su corazón; María como la Madre bendita y José como el custodio fiel y amante, virginal, puro, fresco y joven al igual que  María para ser salvaguarda y guardián de aquellas dos criaturas que el Padre les confiaba.

 

”Nació de una Virgen Madre una noche iluminada por ángeles y luceros en una pobre cabaña”…

 

A decir verdad, fuera del Arcángel Gabriel que anunció a aquella muchachita bella, pura, candorosa y delicada, nunca más se volvieron a ver en su casita los ángeles que sólo aparecieron en las alturas para anunciar a los hombres el nacimiento del Salvador, y que los poetas usan maravillosamente para nuestra recreación. En realidad,  María tuvo que lavar los pañales de la criatura, amamantarlo de su propio pecho y cuidar de aquel pequeño angelical, que por ningún lado daba señales de ser hijo del amado Rey David; ella misma tenía que cuidar de los menesteres de la casa y la atención propia a aquel hombre, su marido, que Dios le había dado como su custodio y su guardián, cosa que aquél hombre desempeñó de manera admirable desde que se dio cuenta que su esposa estaba esperando un hijo que llegó por voluntad del Altísimo. La casa de aquella pareja fue una casa pobre, no miserable, pero donde nunca faltó un taquito que dar a quien lo necesitaba e incluso María salía en busca de la vecina que estaba esperando un hijo y no tenía otro sostén sino el de ella.

 

 

Cristo tuvo un padre carpintero que todo el día trabajaba para darle de comer al hijo de la esperanza, que un día edificó los mundos por ser la eterna Palabra…. Hay que quitarnos de la cabeza que José era un anciano pelón, chimuelo y decrépito para ser custodio del Niño y de María. Habría que ver la profunda soledad, lo escarpado del terreno y lo peligroso que era gran distancia que separaba a Israel de Egipto, cuando eran perseguidos,  para darse cuenta que aquél anciano no hubiera podido resistir en tales condiciones.  Por el contrario, era el hombre fuerte, viril, fogoso que aunque no convivía carnalmente con su esposa, la amaba entrañablemente lo mismo que al chiquillo que era su encanto. De José  el niño fue a adquirir el carácter viril, incansable, generoso. Solícito de todos los hombres, y que supo perdonar incluso a  los que años más tarde se negaron a escuchar su voz, e inquietos por su presencia que echaba en cara sus mentiras y la vaciedad de su vida, no descansaron hasta verlo trepado en una  cruz para encontrar ahí su propia muerte. 

 

“Eterno Amor allá arriba, acá abajo amor sin mancha. Arriba, el Fuego inefable; acá, el calor de una casa. Allá, en el seno infinito, la canción nunca acabada; acá, la canción de cuna y la canción de una lanza….”.

 

Cómo me imagino una tarde en aquella casita de Nazaret, el niño revoloteando por toda la casa mientras llegaba su padre adoptivo del duro trabajo de la carpintería, un beso y un abrazo a aquella criatura encantadora, y comenzar la oración de la tarde, los salmos, la alabanza, con aquél pequeño que con sus manos en alto pedía pan para los hombres, mientras María ponía un poco de aceite en la lámpara, colgarla del techo y ayudar al niño a que aprendiera los salmos ya adulto le servirían para alabar a su Buen Padre Dios, y después de un rato de esparcimiento, se sentaban ahí mismo en el suelo, a tomar el pan de cada día, aquél pan sabroso que María la Madre cocinaba tan rico, sin mencionar otro Pan que su Hijo  les daría a todos, no a unos cuántos de los hombres. Cuánta paz en aquél hogar, cuánta dicha irradiaban las tres personas, y a eso estamos llamados todos los que formamos una familia y esta familia de los hombros, donde desaparezcan las enemistados, las luchas, las guerras, un mundo donde todos los hombres tengan el pan de cada para su difícil camino por la vida. 

 

 

“De una Familia divina pasó a una Familia humana. Vivió humilde en la obediencia su humildad humillada; pobre vivió en Nazaret quien rico en su Padre estaba, y siendo todo en la altura en el suelo se hizo nada….”

 

Qué gran humildad la de Cristo, que se hace hombre, no rehúsa la compañía de una familia tan sencilla y que profunda humildad la suya, que siendo hijo del altísimo quiso someterse por treinta años a la autoridad de aquellas sencillas gentes que le amaban entrañablemente pero que costosamente entendieron, desde aquella vez que momentáneamente lo perdieron en Jerusalén, que su destino no podía ser atado a las paredes de aquella casita, sino que su destino era el bien de todos los hombres y en todas las latitudes.

 

“¡Oh Jesús de Nazaret, hijo de Familia humana, por tu Familia divina, santifica nuestras casas! Amén!”.

 

Que verdad es que tenemos que mirar y volver a mirar hacia la casita de Nazaret, pues la familia se ve bombardeada por todos lados en un intento vano de no sé qué, desde los jóvenes que ni piensan en un compromiso de toda una vida con una sola pareja,   hasta los padres que incentivados por el trabajo, abandonan prácticamente a sus hijos a su triste suerte, pasando por las familias que sufren hambre, sed y desnutrición hasta las que disfrutan, derrochan, gozan, despilfarran y presumen de sus muchos bienes; además de las fuertísimas tendencias de los gobiernos y las naciones que buscan a toda costa limitar los nacimientos sin importar que tengan que topar con aborto en todas las condiciones y en todas las edades; sin olvidar las fuertes tendencia que quieren también a toda costa matrimonios “equiparables” al matrimonio decretado Pol el Creador, un solo hombre con una sola mujer por toda la existencia.

 

Tú Señor que nos diste a la Sagrada Familia como modelo, permite que nosotros imitemos cada día sus ejemplos, para que nosotros podamos descubrirnos un día como tu gran familia en el Cielo.

 

Si ves mi artículo de interés, pásalo a tus amigos, te suplica el P. Alberto Ramírez Mozqueda alberami@prodigy.net.mx