DOMINGO FIESTA DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR 

 

LA EPIFANÍA = DIOS ESTÁ EN EL OTRO. 

 

La aparición de un ángel desde la devoción de los niños hasta la veneración de un adulto está enraizada en la obligación y cuidado que tiene Dios con nosotros para que seamos más humanos; basta ver que todos y cada uno de los ángeles comunican, revelan algo que, como regalo de Dios, cualifican nuestra vida. Hablan de cosas que ninguno puede imaginarse desde su propia razón: “No temas”, “has hallado gracia”, “concebirás”, pues de ti belén saldrá un gobernante, que será el pastor de mi pueblo Israel” (evangelio).

 

LO QUE PUEDE SALVAR UN NIÑO

 

En el caso del niño de Belén fue el mejor don, la mejor y última oportunidad para la renovación total de la vida. “Si no os hacéis como niños; nunca podréis caer en cuenta del poder que puedo tener para cambiar la vida” (Mt 8,3). A estos niños de corazón fue primordialmente a quienes entregó Dios la facultad de vivir con sabiduría la vida. Este niño no será propiamente adulto, o un hombre mayor, en su vida posterior; por manifestar como niño un aspecto fundamental de Dios, que tiene todo niño; El gozo y la confianza sin reservas o condiciones previas; es precisamente lo que vivió y tomó en forma el hijo de Dios, nacido en Belén. Siempre poniendo en cuestión el “egoísmo” adulto, con la posibilidad de matarlo por inocente y desprevenido. Un niño no tiene nada para exigir de los adultos el debido respeto y atención. Si se desea quererlo habrá que amarlo por sus lloros, sus sonrisas y en definitiva por su presencia. La diferencia con el niño del pesebre es que su nacimiento solo puede ser reconocido si es bien recibido como el Hijo de Dios, y nosotros como hermanos.

 

LA ENCARNACIÓN NO SUPONE LA FE.

 

La catequesis sobre el nacimiento de Jesús nunca puede suponerse, y solo puede reconocerse a la luz de la resurrección y ascensión a los cielos y su entronización a la derecha del Padre. Por la Encarnación Dios vive en cada hombre. Así nosotros podemos acompañarnos mutuamente en una humanización creciente, en la lucha de una maduración que ya sabemos pasa por el sufrimiento; pero ahora acompañado porque “la palabra se ha hecho carne”. Dios no ha escogido otro pesebre para ser Dios; en su Epifanía no ha querido otro pesebre distinto al corazón del hombre, porque allí fue donde quiso llegar a ser hombre; y como sitio de encuentro con Él solo puede ser el hombre. Fue a ellos, los pastores más cercanos al ángel de la Encarnación, a quienes se les comunicó el nacimiento del Mesías, culmen de la anunciación.

 

¿DONDE QUEDA BELÉN?

 

Por el evangelio de hoy sabemos que belén no es la ciudad situada al sur de Jerusalén; la que hoy hace estremecer al peregrino de un gozo que se disminuye cuando la ve de cerca sitiada por un muro enemigo. Belén no narra solo por testimonio de los sabios, el nacimiento de Jesús, sino que cuenta la Encarnación como el comienzo de toda vida que por compasiva es humana; y por humana da la paz. El belén de los mapas está a escasos veinte kilómetros al sur de la Jerusalén; pero el verdadero belén está al lado de Jerusalén; en el interior nuestro, el lugar de nuestro corazón, que se trasformara cumpliendo la promesa a Isaías. “Levante y sonríe Jerusalén, que ya llega tu luz y brilla en ti la gloria del Señor. Aunque cubran la tierra las tinieblas, y la noche envuelva a las naciones, el Señor irradia sobre ti su luz y su gloria se revela. A tu luz acudirán los pueblos, los reyes buscarán el brillo de la aurora. Alza la vista y mira cuantos vienen en tropel hacia ti… proclamando la alabanza del Señor” (Primera lectura). Pablo agrega que la revelación es aceptar el evangelio, para participar en Cristo Jesús de la misma herencia, del mismo cuerpo, y en las mismas promesas del pueblo de Israel” (Segunda lectura). Aún hoy podemos tener la misma experiencia de la Epifanía a los pastores; si en nuestro corazón nace la alegría de ser más humanos para tener así la paz.