El Bautismo del
Señor
Para todos la
Navidad terminó el domingo pasado con los festejos de los santos reyes, pero en
verdad la fiesta, la manifestación del Señor como Salvador de todos los
pueblos, la Epifanía, se extiende hasta este domingo con la alegría del
Bautismo de Cristo Jesús. E inmediatamente surge la pregunta: ¿Por qué se
bautizó el Señor? Para responder, tendríamos que ir un poquito más atrás, hasta
la figura de Juan el Bautista que tuvo como misión dar a conocer a Cristo como
el Mesías, el Enviado, el que salvaría a su pueblo de sus pecados. Juan se
desgañitaba preparando los corazones de los hombres, incitándolos a la
conversión de sus pecados, a dejarlos sepultados en las aguas del rio Jordán y
no era posible que Cristo pasara desapercibido ante el bautista su benefactor,
el que lo dio a conocer como el Cordero que quita el pasado del mundo.
Por eso se presenta Cristo Jesús para que Juan le pusiera la cereza que le
faltaba a su propio pastel. Y podemos imaginarnos a Cristo entre
las gentes, formado pacientemente esperando el momento en que el Bautista
lo bañaría en el río. Hasta en eso Cristo fue humilde pues no quiso ser
distinguido, simplemente se formó entre las gentes, y cuando estuvo frente a él
Juan se mostró sorprendido y no cabía en sí de asombro ante tanta humildad y
sencillez. Quizá se arrodilló ante Cristo, y Cristo de rodillas le pediría que
lo bautizara. No le quedó más que tomarlo de los hombros y sumergirlo en las
aguas del río para tomar de él, todos los pecados que los hombres había
sepultado ahí. Hasta ahí no ocurrió nada más, nada extraordinario. Lo que
vino a continuación fue lo importante. Chorreando todavía de agua, Jesús se
sumergió en profunda oración como lo hacía muchas veces y fue cuando
ocurrió lo extraordinario, porque se abrieron los cielos, y del cielo bajó una
clara y vibrante voz: “Este es mi hijo muy amado en quien tengo mis
complacencias, escúchenlo”, y también en ese mismo momento apareció sobre los
hombros del Señor al Espíritu Santo en forma de paloma, cosa que ya el Bautista
había pronosticado. Éste fue el verdadero momento importante para Cristo, la
manifestación de la Santísima Trinidad, dando el espaldarazo a la obra y a la
misión salvadora del Hijo de Dios. Hay que decir entonces que a Cristo, el
bautismo de Juan no le agregó nada, todo fue para darle al Espíritu la
oportunidad de formar una sola cosa con él en la delicada misión que ahora
comenzaba, ya que lo había acompañado desde el momento de su concepción en el
seno de María purísima. Así de esta manera solemne, Cristo sentiría sobre sí,
la presencia de su Padre y la del Espíritu Santo por toda su vida, y todos los
demás quedarían enterados de la verdadera misión de Cristo. De manera que
el bautismo de Cristo es la verdadera manifestación de la misión profética de
Cristo, que puede hablar con voz propia a todos los hombres invitándolos a
caminar por los caminos de la salvación, de la paz y del amor. El
bautismo de Cristo prolonga la Epifanía de Cristo iniciada en su nacimiento y
sobre todo el día que se dejó acercar y adorar por los magos.
Para nosotros los cristianos, el bautismo nos
sumerge en el agua, y ahí morimos al pecado para convertirnos en verdaderos
hijos de Dios, herederos de su gloria, en espera de que el Espíritu Santo
complete su obra en nosotros el día de nuestra confirmación y cuando seamos
puestos al frente del altar del Señor para degustar por primera vez del Cuerpo
y sangre del Señor, con lo cual queda terminada la iniciación a nuestra vida de
fe y de amor. El día del bautismo vivimos nuestra propia Pascua unidos a
Cristo, morimos al pecado para vivir la vida de los hijos de Dios. De una
manera semejante también nosotros podemos ver el cielo abierto y podríamos
escuchar la voz del Padre, dirigida a nosotros: “Este es mi hijo amado”,
atiéndanlo, quiéranlo, diríjanlo, para que pueda ser verdaderamente hijo de
Dios y una ayuda para este mundo que necesita con urgencia de cristianos
comprometidos en el adelanto de la sociedad rumbo a su verdadero destino, la
casa del Señor.
Visto de esta manera, no podremos ver nunca
más el bautismo de los hijos sólo como un pretexto para hacer fiesta, pachanga
o sencillamente borrachera con el nuevo compadre ni podremos pensar que con eso
ya hemos cumplido con un deber cristiano, todo lo contrario, pues entonces
comienza el verdadero compromiso, dado que el niño ira observando cada día y
por las 24 horas, la actitud de los papás que tendrán que ser guías, maestros,
orientadores, médicos e incluso sacerdotes y profetas para el niño, hasta
dejarlo convertido en una persona responsable, comprometida, solidaria con este
mundo y con Cristo que la ha llamado a su amistad.
Si viste de utilidad mi mensaje, pásalo a tus
amigos, el P. Alberto Ramírez Mozqueda está en alberami@prodigy.net.mx