II
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
La
señal de la boda de Caná
Un niño
en el pozo
La
caída del niño Julen en un profundo pozo en Málaga y el maravilloso despliegue
humano que el rescate de su cuerpo está suponiendo tienen en vilo a esta España
nuestra y a muchísima gente que en el mundo se siente sensible y solidaria. El
final de la búsqueda es incierto pero lo que sí es verdad es que esta tragedia
ha suscitado la verdadera misericordia entre las personas sensibles pues,
además de los sentimientos, se han puesto en marcha todos los mecanismos
posibles, técnicos y humanos, para acometer la gran aventura de rescatar la
vida de un niño indefenso de la fosa más profunda. Ojalá que todo salga bien.
El pozo
de muchos niños
Este
primerísimo plano de la realidad puede servirnos también como señal del pozo
abismal para muchos niños en que se encuentra el mundo actual, y ante el cual,
lamentablemente, no siempre se activan los mecanismos adecuados, técnicos y
humanos, de un rescate posible. El desmoronamiento de las instituciones
sociales, el descrédito de todo lo que suena a política, la pérdida o degradación
de los valores humanos, la corrupción y la inmoralidad imperantes en el mundo,
y también en el interior de la Iglesia, y un largo etcétera que cada cual puede
incorporar en su reflexión personal constituyen el barbecho salvaje y silvestre
de una civilización decadente que, muy frecuentemente, no sabe atender y cuidar
la vida de los seres humanos, que se desentiende de la situación de los pobres,
inmigrantes y refugiados, de los millones de hambrientos del mundo, de los
niños voluntariamente abortados, de los niños abandonados, de los menores
abusados, de los ancianos descuidados, de las mujeres maltratadas …
La
esperanza profética ante el desastre
El
panorama desastroso de la realidad social, política y religiosa que actualmente
vivimos tiene su cierto parecido también con el de aquel pueblo sumido en la
calamidad más miserable, el del pueblo de Judá en la época del destierro de
Babilonia, en el siglo VI a.C, que está en el
trasfondo del texto de Isaías de este domingo y que, sin embargo, lleva un gran
mensaje de esperanza (Is 62,1-5).
Como la
alegría de una boda
Con
aires de boda e imágenes apasionadas de amor y de abandono, el profeta compone
un poema excelso, a través del cual expresa el amor de Dios que se dirige a su
pueblo, como un esposo enamorado a su esposa abandonada y abatida, para
declararle el amor regenerador de la vida y de la esperanza. La alegría del
encuentro nupcial es el colofón del poema en el que Dios se desvela por su
pueblo con la aurora de la justicia y de la salvación que ilumina la tierra
devastada y abandonada, a través de un amor radiante de alegría que la ha
transformado en favorita y desposada. Y el cántico destila puro amor divino en
la frase final donde Dios mismo encuentra su alegría en el amor humano entre el
hombre y la mujer: “la alegría que encuentra el marido con su esposa, la
encontrará tu Dios contigo”.
La
extraña boda de Caná
También
de apuros y de boda habla el evangelio de este domingo, pues Juan cuenta lo que
le ocurrió a Jesús en la boda de Caná de Galilea (Jn
2, 1-11). Todos hemos oído hablar de aquella boda, pero no siempre hemos
prestado suficiente atención a su mensaje. Para tratarse de una boda casi todo
lo que ocurre es muy extraño. Extraña, en principio, que unos novios no
calculen el vino necesario para su fiesta de boda, pero extraña más todavía que
el maestresala, encargado del banquete, no se diera cuenta de esta falta y
tuviera que ser precisamente una invitada, María, la que constatara la triste
situación.
Extrañezas
de la boda
Llama
la atención que Jesús, siempre atento a las necesidades del prójimo, responda a
su madre con unas palabras que pueden sonar a descortesía o falta de interés
por resolver el problema: «¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer?
Todavía no ha llegado mi hora.» Sorprende, por lo demás, que
en el lugar donde se celebraba la boda hubiera seis tinajas de piedra, de unos
cien litros cada una, destinadas a los ritos de purificación de los judíos.
Seiscientos litros de agua parecen demasiados para un lavado ritual. Reclama la
atención del lector el hecho de que Jesús mande sacar agua de las tinajas para
que los sirvientes la llevaran al maestresala, y que éste, al probarla, vea que
se trata de vino de calidad. Sin pararse a investigar más, el maestresala
reprocha al novio el haber reservado el vino de calidad para última hora. No
sabía de qué iba la cosa... Y por último sorprende sobremanera una boda en la
que no se hace mención alguna de la novia. Al terminar este relato, dice el
evangelista: «Esto hizo Jesús como principio de
las señales en Caná de Galilea.»
El
principio de las señales
Lo
que aquí se narra no es tanto un aparatoso milagro cuanto «el
principio de las señales», el comienzo de algo nuevo y distinto que
Jesús inauguraba y que el evangelista expresa gráficamente como si se tratase
de un hecho sucedido. Agua, vino y boda son signo de otras realidades conocidas
por los judíos. La religión de Israel giraba en torno al agua. El agua era el
medio para la purificación del pecado cometido. El vino era un símbolo del amor
entre los esposos: «Tu boca es vino generoso» (Cant
7,10). La boda representa la alianza entre Dios y el pueblo. La antigua alianza
estaba basada en unas tablas de piedra, las tablas de la ley -de piedra son
también las tinajas-. La nueva alianza -la boda de Dios con el pueblo que
lidera Jesús- no se basa ya en la Ley, sino en el amor, vino que hace soñar
otra vida.
La
preeminencia de la palabra de Jesús
Destaca
en el texto el diálogo de Jesús con su madre, centrado en la expresión de María
cuando muestra el protagonismo del Hijo y de su fidelidad total al Padre y a la
hora que éste ha previsto para comunicar su amor: Lo que él os diga, eso haced.
María no se impone por su autoridad de Madre a Jesús, sino que se presenta como
fiel discípula de Jesús; su actitud revela delicadeza, no exige un milagro sino
que, atenta a una situación difícil, la da a conocer. La expresión de María no
reviste el acento de imperativo (presente en la traducción más frecuente: Haced
lo que él os diga) sino que denota una eventualidad que sólo determina Jesús.
La
Alianza para hacer lo que ha dicho el Señor
Esta
expresión se encuentra en contexto de Alianza: Todo el pueblo respondió a una: “haremos
todo cuanto el Señor ha dicho”(Ex
19,8). La expresión transparenta una completa obediencia a Dios. María
representa el nuevo pueblo en contexto de Alianza. María, la mujer -tipo del
pueblo fiel- hace una profesión de fe en la todopoderosa palabra de Jesús y le
manifiesta una total disponibilidad. Y realiza asimismo una función mediadora:
igual que Moisés se situaba entre Dios y el pueblo, ella se coloca entre Jesús
y los discípulos.
La hora
del amor consumado en el sacrificio
Cuando
Juan presenta este episodio como señal está destacando que se trata de algo más
que un hecho. La boda en Caná de Galilea es algo más que una ceremonia, y que
un banquete. En Caná, Jesús anunció al maestresala, dándole a probar el vino,
la sustitución definitiva del agua-ley por el vino-amor, de la Antigua por la
Nueva Alianza. La hora definitiva de esta sustitución tendría lugar en la cruz,
donde el vino-sangre de Jesús acabó para siempre con la Ley para instaurar el
amor como único y definitivo mandamiento. En su aparente inoportunidad, la boda
anuncia ya la hora de la verdad. La hora de la gloria es la hora de la transformación,
de la conversión y de la consumación. Del agua se saca un vino delicioso. De
las tinajas ritualistas de una religión aguada se saca el vino de la alegría
por una Alianza que es encuentro y fiesta. Pero la hora del amor consumado
pasará por el sacrificio, donde la pasión y el dolor se manifiestan como amor
“a fondo perdido”, lleno de vida y de gloria. La Pasión de Jesús es la boda de
Dios con la humanidad. El amor de la entrega es el único camino para sacar a la
humanidad del abismo.
“Lo que
él diga”
Para
afrontar toda situación de apuro prestemos atención al evangelio, especialmente
porque la Madre de Jesús, que siempre nos acompaña, nos dice hoy lo que dijo
entonces en aquella boda: “lo que él diga, eso
haced”. Tendremos todos los domingos del año para ir
aprendiendo de Jesús lo que él nos diga desde el Evangelio de Lucas. Si
empezamos a hacer lo que nos diga, será posible el rescate de la fosa profunda
y la transformación de las relaciones humanas, desde el amor de la entrega
apasionada de la vida, como en fiesta de boda.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura