DOMINGO 5º. ORDINARIO, CICO C 

ABREN BUENOS MODALES,  LAS PUERTAS PRINCIPALES

 

Ya hemos dejado aquél momento tan sensible para Cristo cuando tuvo que enfrentarse a los suyos en la sinagoga de su pueblo. Atrás quedaban las esperanzas de llevar la salvación a los que él tanto quería en su corazón y sólo se avecinaba el trágico fin de su vida, presagiado cuando en su tierra quisieron deshacerse de él. Ahora lo encontramos feliz, lleno de vida y con muchas esperanzas de que su mensaje fructificara, encontrando buena tierra en muchos de sus contemporáneos. Lo encontramos al aire libre en las márgenes del lago de Galilea o de Genezaret, dedicado de lleno  a anunciar a las gentes su mensaje salvador. Las gentes lo oían con entusiasmo y con fervor, pero él sabía que la misión encomendada por su Padre era inmensa y que necesitaba brazos fuertes y generosos para levantar la cosecha en los corazones de los hombres, por eso una de sus primeras acciones fueron encaminadas a buscar un grupo de amigos en los que él pudiera confiar plenamente, para enviarlos posteriormente a seguir anunciando su Evangelio.   Pero vayamos por partes. Las gentes estaban  agolpadas en torno suyo, sentadas sencillamente en la arena de la playa, pero llegó a ser tan grande la multitud, que hubo necesidad de una estrategia para hacer que su Palabra llegase verdaderamente a todas aquellas gentes. Sin los medios de comunicación tan normales el día de hoy, un buen equipo de sonido, o unos audífonos como los que le dan a los visitantes en varias partes de Europa donde no se permiten las visitas guiadas por no distraer a las gentes, Cristo pidió que le prestaran una de las barcas que estaban en la playa. Y era precisamente la barca de quien llegaría a ser el discípulo al que le confiaría el cuidado de continuar su misión aquí en la tierra: Pedro, el apóstol intrépido, aguerrido pero fiel a su Señor y a su maestro.  Qué apacible debe haber sido aquél momento. Cristo sentado en la barca, enseñando a las gentes, haciendo que la brisa llevara su mensaje salvador hasta las gentes. Todavía no se veían ni a distancia los enemigos del Señor, lo que aumentaba la tranquilidad y el sosiego de las gentes. Cuando el Señor terminó de hablar, se acercó a Pedro para pedirle algo muy extraño, llevar la barca mar adentro para pescar. Grande fue la sorpresa para Pedro que indudablemente conocía bien su oficio porque había nacido cerca de las redes y de la pesca. Con una mirada le diría a Jesús, la inutilidad de su petición pues los peces solo se pescan de noche, no al mediodía, sin embargo al ver la mirada de Jesús, vio tal seguridad en él que le quedó la convicción de que estaba ante un misterio y que algo grandioso ocurriría ante sus ojos. Y no se equivocó, pues a poco de haberse adentrado, sintió un hervidero de peces, de manera que presa de la sorpresa, tuvo que llamar a otra barca, porque sentía que su frágil barquichuela se hundiría por tal cantidad de peces. Cuando llegaron a la playa, ya no sólo Pedro sino los otros pescadores quedaron asombrados de aquello nunca visto, al grado que Pedro quiso alejarse de Cristo, sintiendo la indignidad que había sufrido, al haber desconfiado aunque fuera por un momento de Jesús. Pero lejos de eso, Cristo lo invitó a seguirlo, junto con los otros pescadores que habían sido testigos del milagro, mientras le decía: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”, y con una tremenda disponibilidad, Pedro sus compañeros siguieron dócilmente a Jesús para aquella aventura a la que él los llamaba.

Aquí tenemos que detenernos a considerar lo que significó para Pedro, para los otros Apóstoles y para nosotros el hecho de ser nombrados discípulos y por lo tanto pescadores de hombres, resumiendo en tres características la respuesta a Cristo Jesús.

En primer lugar, una confianza plena en Jesús, que mostró que aunque las evidencias mostraban que su petición era inútil, les mostró que su Palabra tiene fuerza, y que los que se confían a él, obtendrán buenos frutos para el Reino de los cielos. Igual le ocurrió a la Santísima Virgen María, que también confió en el Señor y fue llamada para convertirse en la Madre del Señor: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. E igual que nos pasará a nosotros en la comunidad de los creyentes que lograremos dar fruto de conversión entre los hombres, no por nuestras débiles fuerzas, sino por la fuerza del Señor en nosotros.

La segunda característica del discípulo será el descubrimiento de la grandeza del Señor que nos llama a participar de su vida, de su alegría, de sus triunfos, pero también de su derrota, que al final se convertirá nuevamente en alegría, pues si bien es verdad que él murió en manos de sus enemigos, el Padre lo levantó y lo colocó al centro de todo el universo, para llamar a todas las gentes a su presencia amorosa  de Padre. Hoy nadie puede permanecer indiferente ante tantas necesidades de nuestro mundo que necesita de una luz fuerte y prometedora, como es la del Evangelio de Cristo Jesús, y menos quedarnos sentados quejándonos como Pedro y los primeros apóstoles: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada….”. El trabajo es grande y laborioso y se necesita de todo el ingenio de los cristianos que se pongan bajo la luz y el fuego del Espíritu para dar cumplimiento al mandato de Cristo: Vayan por todo el mundo anunciando el Evangelio.

La tercera característica del discípulo y apóstol de Cristo es ponerse en sus manos para generar una nueva situación de nuestro mundo, y hacerlo pasar de una situación de pecado, de miseria, de maldad, de egoísmo y de muchos ídolos que distraen la atención de la verdadera salvación, a un volvernos a este mundo para elevarlo hasta el nivel de Cristo, para hacerlo vivir situaciones nuevas de paz, de solidaridad entre los pueblos, de justicia, de tal manera que todos los hombres tengan por un lado, el pan de cada día y por otro un techo sobre su cabeza de manera que todos vivamos en la paz y en el amor, pero de camino a la casa del Buen Padre Dios. Cristo está hoy pendiente de tu respuesta, te necesita y es urgente tu respuesta pues el mundo no puede esperar, los cristianos tenemos que ponernos en camino, hasta transformar a nuestro mundo en un lugar digno que nos recuerde esa casa en la presencia del Padre, donde sentiremos totalmente los lazos de solidaridad y de igualdad pero que ya podemos anticipar desde este mundo, siendo solidarios con los que nada tienen, los que nada poseen pero esperan recibirlo todo del Señor.

Si mi reflexión te ha sido de utilidad, te suplico pasarla más adelante, te lo suplica el P. Alberto Ramírez Mozqueda enalberami@prodigy.net.mx