A contra luz

 

Los griegos “veían en la admiración el más alto estado de la existencia humana”. Comienza por lo que te sorprende y te sorprende sólo una vez. Pasa luego al asombro. El asombro crece en todo lo bueno hasta llegar al éxtasis allí donde la admiración se hace visión. Sin embargo, tu visión puede cegarse y quedar confundido. Te falta luz. O esa luz nunca ha prendido en tu corazón. Es allí en donde nace la fuente de la luz, de la admiración.

Los contemporáneos de Jeremías querían encontrar en él un cómplice de sus cegueras, mejor, de su terquedad. No querían ver. Jeremías les brindaba la luz y ellos la negaban y se iban en contra de la luz que es verdad, que es la aceptación dura y palpable de la realidad que nos circunscribe. No hay peor ceguera que la de aquellos que no quieren ver. Ni sordera tan cruel que la de aquellos que ignoran el eco de su propia conciencia.

Los Nazarenos también asumen la misma actitud ante Jesús. Les abre los ojos para que vean. Pero su visión es tan pasajera como mezquinos los intereses que la respaldan. La confrontación es inmediata. Ellos esperan ver los milagros de su paisano. Y el primer milagro que Jesús quiere hacer es prender la luz en sus mentes y corazones. Pero no encuentra espacio. Todo es a contra luz. Todo es negación, todo es rechazo.

Pablo prende motores de identidad cristiana: El amor. Y hablar de ‘amor’ en Pablo es luz, es verdad, es libertad. Ante el amor se apagan todos los egoísmos, las medias tintas, las mediocridades. Se hace la luz. Ante el amor huye la mentira, la hipocresía, la soberbia. Se hace la verdad. Ante el amor se rompen todas las cadenas, caen las fronteras, desaparecen los abismos. Se tienden puentes. Nos nacen alas. Nace la libertad.

Cochabamba 03.02.19

jesús e. osorno g. mxy

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