PERDER PARA GANAR
DOMINGO XXII PER ANNUM A
28 de Agosto de 2.011
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y
padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser
ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede
pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú
piensas como los hombres, no como Dios.
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda
por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la
gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Mateo 10, 21-27
Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, el Hermano universal, no quiso ganar los
seguidores con halagos y promesas, como los líderes según el mundo. No prometió a sus
discípulos más riquezas que las persecuciones y calumnias de los acomodados; ni más honor
que el perder la vida por los otros, ni más poder que el poder de la cruz. Él mismo,
despreciando la prudencia de los prudentes, la fortaleza de los fuertes, el amor mal entendido
de los que no ven en la cruz el supremo amor a Dios y a los hermanos… asumió la dura
realidad de su destino (tenía que ir a Jerusalén, ser ejecutado y resucitar), el designio
paradójico de necia sabiduría, de débil fortaleza, de muerte generatriz de Vida propia y
universal.
Perseguido por senadores, sacerdotes y letrados fue ejecutado legalmente por no ajustarse a
este mundo, ofreció su Persona, su Cuerpo y su Sangre, su completa realidad existencial,
como hostia viva, santa y agradable a Dios, como el único y eterno culto razonable, entrando y
convirtiéndose en la Gloria total de Dios y en justificación gloriosa de todos los hombres, sus
hermanos.
Desde entonces los que siguen, los que secundan a Cristo, los que se hacen negándose a sí
mismos seguidores del Señor Jesús, se dejan signar y persignar en su frente y en su corazón
portando en sus cuerpos y en su almas las señales de la Pasión gloriosa de Cristo Muerto y
Resucitado, los dolores y sufrimientos propios y ajenos. De esta permanente e inagotable
fuente pascual, los tan insignificantes secuaces de Jesucristo, sacan santidad y fuerza para
llevar la cruz y las cruces de cada día, la cruz de su prudencias y egoísmos, la cruz de tenerse
que renovar en la mente, la cruz de no ver claro, la cruz de la realidad que les rodea, la cruz de
no poder hablar, como el Profeta, aunque las palabras le quemen las entrañas, la cruz de la
ignorancia y la pobreza, la cruz de tantos ídolos que ofrecen la vida que no pueden dar.
Al celebrar, Señor, en cada Eucaristía el Memorial de tu Muerte y Resurrección hasta que
vuelvas, quisiéramos vencer el miedo a nuestra cruz de cada día: aprender a perder para
ganar, a morir para resucitar. A Ti, Cristo, experto y maestro de sabiduría y bondad
desconcertantes, a Ti que eres capaz de seducir y de dar fuerza, te pedimos por todos los que,
con el fuego incontenible de tu Palabra en sus más íntimas y entrañables entrañas, están
dispuestos a seguirte a costa de su vida; por los otros a quienes la vida se les hace
insoportable a causa de la injusticia de los hombres, y por aquellos que escogen el camino de
la evasión prudente, renunciando a la denuncia del mal y al anuncio del bien; por aquellos que
se sienten defraudados y engañados por Ti y por tus seguidores, sintiendo la tentación de no
quererse acordar más de Ti ni volver nunca a tu compañía y escucha; por tantos y tantos a los
que , en un mundo hedonista y egoísta, les tira para atrás todo lo que supone negación de sí
mismos, asunción de austeridad y admirativo seguimiento de Quien no quita nada al hombre y
le pone todo…
Juan Sánchez Trujillo