EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Martes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario
Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicences 2,1-8.
Ustedes saben muy bien, hermanos, que la visita que les hicimos no fue inútil.
Después de ser maltratados e insultados en Filipos, como ya saben, Dios nos dio la
audacia necesaria para anunciarles su Buena Noticia en medio de un penoso
combate.
Nuestra predicación no se inspira en el error, ni en la impureza, ni en el engaño.
Al contrario, Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena Noticia, y nosotros la
predicamos, procurando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina
nuestros corazones.
Ustedes saben -y Dios es testigo de ello- que nunca hemos tenido palabras de
adulación, ni hemos buscado pretexto para ganar dinero.
Tampoco hemos ambicionado el reconocimiento de los hombres, ni de ustedes ni de
nadie,
si bien, como Apóstoles de Cristo, teníamos el derecho de hacernos valer. Al
contrario, fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta
y cuida a sus hijos.
Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la
Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a
sernos.
Evangelio según San Mateo 23,23-26.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del
hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y
la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el
plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!
¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por
fuera.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Comentario a la Primera Carta de san Juan, VI, 3 ; SC 75
«Purifica primero el interior»
Mirad lo que Juan nos recomienda: «En esto sabremos que somos de la
verdad», cuando amamos con obras y de verdad y no solamente de palabra y con
la lengua, «y tendremos la conciencia tranquila ante Dios».
¿Qué quiere decir «ante Dios»? Donde Dios ve. Por eso, el propio Señor dice
en el evangelio: «No hagáis el bien para que os vean los hombres, porque entonces
vuestro Padre celestial no os recompensará». ¿Qué significa el precepto «que no
sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha» (Mt 6, 1.3), sino que la derecha es
la conciencia pura mientras que la izquierda es la codicia? Mucha gente hace
muchas cosas admirables por la codicia de los ojos; entonces actúa la mano
izquierda, no la derecha. La derecha es la que tiene que actuar, pero sin que lo
sepa la izquierda, para que la codicia de los ojos no intervenga para nada cuando
hagamos algo bueno por amor.
¿Y cómo lo sabemos?
Ponte ante Dios e interroga a tu corazón; mira lo que has hecho y si lo que
pretendias con ello era tu salvación o pura vanagloria humana.
Mira por dentro, pues el hombre no puede juzgar al que no puede ver.
Si apaciguamos nuestro corazón, apacigüémoslo ante Dios.
Porque «si nuestra conciencia nos condena», es decir, si nos acusa por
dentro porque no hacemos las cosas como las debiéramos hacer, «Dios es
más grande que nuestra conciencia y lo conoce todo».
Tú que eres capaz de esconder a los demás el fondo de tu corazón, intenta
hacerlo con Dios, a ver si puedes. ¿Cómo vas a ocultárselo a aquel, de quien decía
un pecador, lleno de miedo y de arrepentimiento: «¿Adónde podré ir lejos de tu
espíritu, a dónde escaparé de tu mirada?».
Buscaba adónde huir para escapar al juicio de Dios, y no lo encontraba, pues
¿hay algún sitio donde no esté Dios? «Si subo hasta los cielos, allí estás tú; si me
acuesto en el abismo, allí te encuentro» (Sal 138, 7-8). ¿Adónde irás?, ¿adónde
huirás?, ¿quieres un consejo? Si quieres huir de él, huye hacia él. Huye hacia él
confesándote a él, no escondiéndote de él, pues no puedes esconderte de él, pero
sí confesarle todos tus pecados. Dile: «Tú eres mi refugio» (Sal 31, 7) y alimenta
en ti el amor, lo único que conduce a la vida.
“servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”