EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
San Bartolomé, apóstol - Fiesta
Apocalipsis 21,9b-14.
Luego se acercó uno de los siete Angeles que tenían las siete copas llenas de las
siete últimas plagas, y me dijo: "Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del
Cordero".
Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa,
Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios.
La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas,
como una piedra de jaspe cristalino.
Estaba rodeada por una muralla de gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas
había doce ángeles y estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel.
Tres puertas miraban al este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste.
La muralla de la Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía
el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero.
Salmo 145(144),10-11.12-13ab.17-18.
Que todas tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder.
Así manifestarán a los hombres tu fuerza y el glorioso esplendor de tu reino :
tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre. El Señor es fiel
en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones.
El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad.
Evangelio según San Juan 1,45-51.
Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos hallado a aquel de quien se habla en
la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret".
Natanael le preguntó: "¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?". "Ven y verás",
le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin
doblez".
"¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes
que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera".
Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees . Verás cosas
más grandes todavía".
Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y
bajar sobre el Hijo del hombre".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
Papa Benedicto XVI
Audiencia General del 04/10/06 (© Libreria Editrice Vaticana)
Natanael- Bartolomé, reconoce al Mesías, Hijo de Dios
El evangelista Juan nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse,
exclama: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" (Jn 1, 47).
Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: "Dichoso el hombre... en
cuyo espíritu no hay fraude" (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael,
que replica asombrado: "¿De qué me conoces?" (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús
no es inmediatamente comprensible. Le dice: "Antes de que Felipe te llamara,
cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (Jn 1, 48). No sabemos qué había
sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la
vida de Natanael.
Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente
comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y
conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente.
Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: "Rabbí,
tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel" (Jn 1, 49). En ella se da un primer
e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael
presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido
tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en
su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del
Mesías esperado.
No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya
que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo
de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario,
reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por
descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue.
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