DOMINGO/ 22/A 28 AGOSTO 2011
Jeremías 20,7-9
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el
hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que
gritar: "Violencia", proclamando: "Destrucción". La palabra del Señor se volvió para
mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: "No me acordaré de él, no hablaré más
en su nombre"; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente,encerrado en los
huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
Salmo responsorial: 62
R/Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi
carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agostada, sin agua. R.
¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu
gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios. R.
Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré
como de enjundia y de manteca, / y mis labios te alabarán jubilosos. R.
Porque fuiste mi auxilio, / y a la sombra de tus alas canto con júbilo; / mi
alma está unida a ti, / y tu diestra me sostiene. R.
Romanos 12,1-2
Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros
cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.
Y no os ajustéis a este mundo, sino trasformaos por la renovación de la mente,
para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada,
lo perfecto.
Mateo 16,21-27
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó
aparte y se puso a increparlo: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte."
Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Quítate de mi vista, Satanás, que me haces
tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios." Entonces dijo a sus
discípulos: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la
pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero,
si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre
vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno
según su conducta."
COMENTARIOS
JEREMÍAS . Jeremías sufre desprecios, marginación, amenazas y
acusaciones, que llegan a hacerse insoportables. Jeremías grita su dolor. Pero ama
a su pueblo; y la misión liberadora a la que se sabe llamado es tan fuerte que
ninguna prueba logra desviarle. La “ palabra era en mis entrañas fuego ardiente,
encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía”.
En el diario íntimo de sus confesiones, revela sus rebeliones contra el Dios
empeñado en su persona y en su predicación. La confesión toma el aspecto de
denuncia al mismo Dios, pero termina con un reconocimiento. Rozando la
blasfemia, Jeremías se siente irracionalmente manipulado. Si de valoraciones
humanas se trata, el ministerio que se le encomendara un día en el pueblo de
Anatot, sólo ha supuesto oprobio y desprecio , con la continua tentación de dejarlo
todo. Hasta aquí la denuncia.
Jeremías, que guardó el celibato profético durante toda su vida, no duda en
recurrir al vocabulario del amor, de la seducción y del abandono para expresar el
drama de su ministerio profético que casi nunca gozó de aceptación.
Si Jeremías puede saborear la fidelidad a la vocación vivida día a día es por la
fuerza de la Palabra de Dios que, como volcán que estalla, incapaz de contener
tanta energía, se hallaba en lo más profundo de su ser: una existencia modelada
desde la mañana en que Dios le susurró que era Él quien hablaba, y Él quien decía.
Jeremías no ha podido con tanto fuego; el áspero verbo yakhol (poder, vencer)
salpica la confesión: el Señor le pudo , pero él no pudo . Este magnífico texto canta
con amargura, pero también con confiado reconocimiento, la prepotencia de Dios
que pudo , la impotencia de Jeremías que no pudo , pero, sobre todo, la potencia de
la Palabra de fuego que estalla en el enviado.
EVANGELIO . Jesús asume como Mesías su destino de muerte y
resurrección. “ Era necesario”; “tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho”. Su
misión mesiánica le exige no echarse para atrás ante la clase de muerte que le
espera.
Querámoslo o no, la persona madura cuando sabe renunciar a la satisfacción
inmediata y caprichosa de sus deseos en función de unos valores y un proyecto de
vida.Hay cruces que llegan cuando nos embarcamos en proyectos que buscan más
vida para todos.
A Pedro no le cabe en la cabeza un Mesías pobre y sufriente, porque “ piensa
como los hombres”. Su fe en Jesús, su aceptación y seguimiento entusiasta, no
cuenta ni quiere contar con que el mesianismo de Jesús no es un mesianismo
“triunfante”, sino un mesianismo “servicial”, es decir, crucificado. Siempre que
Jesús habla de esto, Pedro se pone nervioso, y en su condición de portavoz del
grupo “se lleva aparte a Jesús y le increpa” ; y siempre que Pedro trata de desviar el
mesianismo de Jesús, Jesús le reconviene o monta en cólera contra él. ”Si no te lavo
los pies no tendrás parte conmigo” . Le está tocando su “punto crucial”: lo que Jesús
intuye que le va a pasar y de lo que no puede huir si quiere mantener en pie la
misión que ha recibido de su Padre. Lo que el domingo pasado era admiración y
alabanza (“Dichoso tú, Simn, hijo de Jonás…!”) se convierta ahora en rechazo
indignado: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar! Tú piensas
como los hombres, no como Dios”.
Pedro, somos nosotros. No acabamos de aceptar que el mesianismo cristiano
sea siempre “pascual”, es decir, que lo que podamos hacer de bueno, de
transformador, de humano, en el mundo, tendrá costos en nuestra propia vida.
Porque si es cierto, aunque no sea empíricamente verificable, que “ninguna
inversión del amor se pierde”, no menos cierto es que “para dar vida a otros hay
que dar de la propia vida y, finalmente, la propia vida”.
Tras hacer enmudecer a Pedro, Jesús comienza la catequesis de los
discípulos y de la comunidad que quiera seguir sus pasos: “ A partir de entonces
empez a explicar”. El que quiera venirse conmigo...” , el que quiera hacer el
camino que lleva al Reino según Dios, “ que cargue con su cruz”. Esta cruz no es el
sufrimiento que se busca sino el que llega por fidelidad al amor. “Nadie tiene mayor
amor que el que da la vida por los que ama”. Ahora “ya sabéis el camino”.
La meta de la fe es “ir con Jesús”, experimentar su “seducción”. “Me
sedujiste, Seor, y me dejé seducir”, dice Jeremías en la primera lectura, aunque
después casi maldijera de tal seducción por los conflictos que le crea. Ese es el
objetivo, esa la dicha, esa la condición de posibilidad de que el negarse a uno
mismo y el cargar con la cruz no termine destruyéndonos a nosotros
mismos. Mirando a Pedro, hemos de corregir en nosotros aquella ingenuidad suya
que no cuenta con la cruz, pero haremos bien en imitarle en su pasión por el
maestro, en su entusiasmo por ir con él, por seguirlo.
“De qué sirve a un hombre ganar todo el mundo si malogra su vida?” Jesús
intuye que la vida de sus seguidores tampoco será fácil, que, en la medida en que
le sean fieles, estará atravesada por su mismo misterio pascual. Lo que intenta es
advertírselo para que cuando la cruz se acerque a sus vidas como se está
acercando a la suya, se acuerden del Maestro y no se quiebren.
Una cosa está clara. Si Jesús tiene razón, y en dar la razón vitalmente a
Jesús consiste creer en él, los creyentes estamos llamados a encarnar personal y
comunitariamente esa “cultura cristiana” en el interior de la cultura reinante; a
invertir los cánones de la cultura de la dominación por los de la cultura del servicio.
En la primera eucaristía, un hombre se pone en pie y dice a sus amigos: “La
vida es mía, me pertenece, puedo disponer de ella. Mi modo de disponer de ella es
entregarla. Tomad y comed de esta libertad” ¿No vivimos nosotros acaso de aquella
entrega? ¿No ganó acaso la vida el Resucitado perdiéndola en la Cruz? ¿No
adquiere fuerza nuestra libertad quebradiza en aquella libertad suya? La eucaristía
confirma hoy entre nosotros la verdad de aquellas palabras de Jesús: “el que pierda
su vida por mí, la encontrará”.
Juan Alarcón, s.j.
(Extracto de Sal Térrea: HOMILÉTICA)