XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Padre Camilo Maccise, OCD
1. Antiguamente se insistía mucho en la necesidad de la penitencia física como la
forma de llevar la cruz. Una idea equivocada de las relaciones entre cuerpo y alma,
consideraba el primero como prisión de la segunda y como enemigo que había que
someter a base de ayunos, disciplinas, mortificaciones físicas. En la actualidad
llevar la cruz se considera más en conexión con la vida que en relación a las
prácticas ascéticas que pasan a un segundo término. La ascesis se vive más bien en
el esfuerzo que implica el cumplimiento del propio deber. Esto exige renuncias y
vencimientos continuos. Es allí dde se realiza lo que nos pide Jesús: negar nuestro
egoísmo.
2. En el evangelio de hoy, Jesús inculca a los discípulos la necesidad de la
abnegación evangélica, es decir, el camino de la cruz como el camino que conduce
a la libertad y a la plenitud de vida. Los discípulos no entendían como no lo
entendemos nosotros. Incluso Pedro protesta y reprende a Jesús porque en la
lógica humana no se comprende que la renuncia, el sufrimiento y la muerte puedan
ser caminos para la realización personal; para la felicidad y para la madurez
humana. Sólo la consideración de la vida de Jesús nos puede ayudar a comprender
y profundizar el sentido de la cruz y de las cruces; a comprender que muchas de
ellas son fruto de la malicia humana y que hay que combatirlas. Otras quedan en el
misterio, pero asumidas con fe y esperanza son fuente de vida y de resurrección.
3. Todos, queramos o no, hemos tenido o tendremos la experiencia de cruces
existenciales: enfermedades, sufrimientos, guerras, torturas, muertes de seres
queridos. Pero, no debemos olvidar que la cruz que nos pide Cristo que llevemos es
la de la renuncia a nuestro egoísmo y la entrega al servicio de los demás desde
nuestra vocación; la cruz del cumplimiento de nuestra misión. Contemplando la
cruz de Cristo, pensemos en las cruces del mundo, no sólo en las nuestras;
pensemos en todos los crucificados de la historia. Siempre hay cruces mayores que
las nuestras. Contemplando la cruz de Jesús vemos en su transparencia algo del
sentido de las cruces y entendemos que son fuente de vida y de resurrección. Que
el mal no tiene la última palabra. Que al Viernes Santo sigue el Domingo de la
Resurrección. No hay que olvidar ese doble aspecto de la cruz: muerte y vida; dolor
y esperanza; purificación y garantía de gozo y de plenitud. Todos tenemos que
llevar una cruz, pequeña o grande. Siempre será una cruz que el Señor dispone
para nosotros y que nos ayuda a llevarla. Llevemos nuestra cruz sabiendo que el
Señor nos la da proporcionada a nuestras fuerzas, nos ayuda a llevarla y a través
de ella nos lleva a la vida y a la resurrección. Por la cruz se va a la luz.
Camilo Maccise