Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La juventud no está muerta
Dos millones de jóvenes se dieron cita en Madrid para compartir, junto al Papa, la alegría
de su amor a Cristo y a la Iglesia católica. Cuando parecía que el indiferentismo o el
hedonismo eran las notas predominantes entre los jóvenes, una multitud venida de todo el
mundo se reúne para orar con auténtica devoción y para proclamar su fe en Dios y su
anhelo por un mundo mejor. El ambiente que se respiraba en las estaciones del metro, en
las calles y avenidas, de noche como de día, fue de una contagiosa alegría. Madrid vibró
una semana envuelta en un aire de cantos, vivas y algarabía. Las banderas de casi todos los
países desfilaron agitándose como si fueran Olimpiadas deportivas y un único lenguaje, la
sonrisa, hermanaba a toda esa marejada de chicos y chicas.
Los jóvenes van siempre en grupo, sintonizan naturalmente por encima de las barreras
nacionales. Se buscan y se solidarizan con aguda sensibilidad. Son la fuerza renovadora, la
palanca de cambio social cuando las estructuras políticas o económicas están viciadas o
atrofiadas. Ellos avanzan cuando los sistemas retroceden. Esos dos millones fueron la voz
de otros tantos millones que desde sus hogares deseaban ardientemente fraternizar con sus
coetáneos, acampar al aire libre y sonreír y sonreír hasta que ya no puedas.
Sólo la acción de la gracia puede producir un fenómeno social como este. Ellos nos
demostraron que se puede ser feliz sin necesidad de la droga, el alcohol o el desenfreno. La
policía española hasta daba bendiciones, ¡qué sarcasmo! Si pudiésemos representar a la
humanidad a través del cuerpo humano, los jóvenes son el corazón que transmite al cuerpo
la esperanza y los nobles ideales, son la voz que reclama un mundo más justo, donde reine
la paz y donde no tengamos que soportar la afrenta de tantísimas muertes forzadas por el
hambre o la enfermedad. Y digo forzada, porque los recursos y los medios existen, pero los
intereses particulares o de Estado así lo imponen.
El encuentro mundial de la juventud es un claro mensaje de valor y arrojo misionero para
los obispos, sacerdotes, religiosos y formadores, pues los jóvenes desean y quieren amar y
sentirse amados; Dios existe y quieren que exista en la sociedad porque creen en el amor,
en un amor limpio y para siempre. En el parque de El Retiro había cientos de
confesionarios atendiendo sin interrupción. Lo único que ellos exigen de nosotros es que
seamos auténticos, la hipocresía y la mentira las detestan. ¡El sacerdote lo es, o que se
despida!
Una Iglesia genuina es el espacio que nuestros jóvenes esperan que les demos. El resto lo
hacen ellos junto con la acción de la gracia.
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