Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo
Homilía para el Domingo XXI del TO (Ciclo A)
A la pregunta que formula Jesús – “¿quién decís que soy yo?” – Pedro da la
contestacin exacta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
Jesús, nuestro Salvador, es Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.
Esta confesión de fe va seguida de una triple respuesta de Jesús a Pedro.
En primer lugar, Jesús alaba la fe de Pedro, una fe que no procede de la
carne ni de la sangre; es decir, de la debilidad humana, sino de una
revelación especial de Dios. Reconocer la verdadera identidad de Jesús es
un don del Padre, es obra de la gracia. Cada uno de nosotros está, como
Pedro, llamado a abrirse al don de Dios, sin pretender hacerlo todo nosotros
mismos para que, de esta manera, Dios entre en nuestras vidas.
En segundo lugar, Jesús confía una misión a Pedro. Sobre la roca de su fe
edificará la Iglesia como una construcción estable y permanente que nada
podrá destruir. Por sí mismo, Pedro no es una roca, sino un hombre débil e
inconstante. Sin embargo, “el Seor quiso convertirlo precisamente a él en
piedra, para demostrar que, a través de un hombre débil, es Él mismo
quien sostiene con firmeza a su Iglesia y la mantiene en la unidad”
(Benedicto XVI).
Esta misión encomendada a Pedro encuentra su continuación en el
ministerio del papa. El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el
principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos
como de la muchedumbre de los fieles “(LG 23).
Sin el papa resultaría imposible mantener la unidad de todos los fieles en la
fe, porque, como explica Santo Tomás de Aquino, “en torno a las cosas de
la fe suelen suscitarse problemas. Y la Iglesia se dividiría por la diversidad
de opiniones de no existir uno que con su dictamen la conservara en la
unidad”. El papa es para todos nosotros una referencia segura en lo que se
refiere a la fe, ya que en él radica de manera principal la autoridad de la
Iglesia.
A pesar de los vaivenes de la historia, la Iglesia está destinada a perdurar
porque es una construcción divina, que Cristo sustenta con su fuerza:
“Siempre se tiene la impresin de que ha de hundirse, y siempre está ya
salvada. San Pablo ha descrito así esta situacin: „Somos los moribundos
que están bien vivos‟ (2 Cor 6,9). La mano salvadora del Seor nos sujeta”,
decía Benedicto XVI.
En tercer lugar, Jesús confiere a Pedro el poder de atar y desatar. Esta
potestad dada por Cristo a Pedro y a los apóstoles se ejerce, ante todo, en
el sacramento de la Penitencia mediante el cual nos reconciliamos con Dios
y con la Iglesia. Como nos recuerda el Catecismo: “Las palabras atar y
desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será
excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en
vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con
la Iglesia es inseparable de la reconciliacin con Dios” (1445).
Pidamos al Señor que nos mantenga muy unidos al papa para así
perseverar en la fe verdadera confesada por Pedro. En la comunión de la
Iglesia, podremos encontrarnos personalmente con Cristo y así, radicados
en su Persona, convertirnos en sus fieles seguidores y valerosos testigos,
tal como nos ha pedido Benedicto XVI en el discurso pronunciado en el
aeropuerto de Barajas (18.VIII.2011).
Guillermo Juan Morado.