¿De dónde nace la fuerza para afrontar el martirio?
29/08/2011
Evangelio
Del santo Evangelio según san Marcos 6, 17-29
En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había
metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa
de su hermano Filipo, y Juan le decía: «No te está permitido tener por mujer a la
esposa de tu hermano». Por eso Herodes lo mandó encarcelar.
Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no
sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un
hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba
desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la
gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó
durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le
dijo entonces a la joven: «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Y le juró varias
veces: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella fue a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?» Su madre le contestó: «La
cabeza de Juan el Bautista». Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo:
«Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso
desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan.
El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la
entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo
sepultaron. Palabra del Señor.
Oración introductoria
Dios mío, reconozco mi debilidad ante «el qué dirán». Tú eres mi Padre, mi
Creador, el que me sostiene y me mantiene en la vida. Sin tu gracia no puedo nada
y sin la ayuda de tu Espíritu Santo no puedo avanzar. Concédeme hacer esta
oración con un gran espíritu de dependencia para ser fuerte ante la tentación.
Petición
Jesús, dame fortaleza y sabiduría para ser un testigo fiel de tu amor.
Meditación
«De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al
martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una
iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces
de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos la
vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora
de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente
en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su
esperanza. Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca
la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el
mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una
persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios […] En
una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de
Dios» (Benedicto XVI, 11 de agosto de 2010).
Reflexión apostólica
«La abnegación es necesaria también en el campo apostólico, pues la misión exige
un gran desprendimiento personal para emprender con fruto cualquier iniciativa
apostólica, y para arrostrar sin desfallecer fatigas, contrariedades e
incomprensiones por la causa de Cristo » ( Manual del miembro del Regnum Christi ,
n. 118).
Propósito
Ofrecer a Dios un sacrificio que el Espíritu Santo me inspire.
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú siempre me das ejemplo de olvido personal, de servicio y de entrega
desinteresada. Te pido las fuerzas para no mirar la conveniencia personal, ni que mi
esfuerzo sea para agradar lo pasajero. Concédeme el poder imitar siempre ese
espíritu de abnegación y entrega de tus mártires.
«No tengan miedo al mundo, no tengan miedo a los hombres, no tengan miedo al
qué dirán, no tengan miedo al futuro, no tengan miedo a la entrega, no tengan
miedo a Cristo. Abran las puertas de su corazón para que Él los ilumine y los guíe»
( Cristo al centro, n. 2047).